Uno de los asuntos menos representados en la literatura homeopática es el que hace referencia a los propios homeópatas. Invocamos y nos sentimos respaldados por la ciencia moderna cuando dice que los fenómenos no se pueden observar desde fuera, que no se puede hablar ya de objetividad, sino que la propia observación altera el fenómeno observado. Lo que se necesita ahora, pues, es una teoría del que describe, es decir, más un estudio del observador que de lo observado (1). Sin embargo, a mi entender, aún no hemos comprendido de forma cabal todo lo que esto implica y en realidad seguimos actuando de acuerdo a los antiguos presupuestos, “desde fuera”, desde una presunta y aséptica “objetividad “.
Hace tiempo que nos preguntamos, al respecto, el porqué los homeópatas, acostumbrados a oír y tratar las delusions más abigarradas de nuestros pacientes, somos tan renuentes, en general, a mirarnos a nosotros mismos y ser más conscientes del rol que interpretamos en las distintas situaciones de nuestra vida y, sobre todo, en las relaciones entre nosotros (2). En una palabra, ser más conscientes de nuestras delusions. Ya apuntábamos allí que “...después de todo, somos tan o tan poco humanos como los demás, y quizá así también deba ser”...Pero dada la importancia que tiene este estado de cosas, como veremos más adelante, podríamos profundizar un poco más en ello. Y eso es lo que vamos a hacer.
(Motivo de consulta)
Cierto es que la división, la maledicencia y otras mezquindades en general, no son privativos del campo homeopático y, por tanto, no serían síntomas a repertorizar si de eso se tratara, pero su tradición y persistencia son tales que sí podríamos considerarlo con mucho fundamento un rasgo prominente entre los homeópatas. En la actualidad no hace falta mirar muy lejos para constatar su tradicional implantación. En la mayor parte de nuestras agrupaciones y asociaciones florecen este tipo de actitudes que por no ser ni mucho menos casos aislados y por lo llamativo de su cansina repetición serían dignas, al menos, de algún tipo de estudio.
Otro rasgo prominente, muy unido al anterior y también de mucha tradición histórica, es la sensación de que no nos comprenden, de que desde fuera no hacen sino obstaculizarnos continuamente en nuestro trabajo e impedir que la homeopatía (¿y nosotros?) ocupe el rango que le corresponde (y que no es uno cualquiera, como muy bien habéis adivinado). El mundo aún no está preparado para la homeopatía, se dice en nuestros círculos, pero está próximo el día en que todo cambie.
En contra de lo que pudiera parecer la trascendencia de todo esto no es poca. Llega un momento en que dejamos de hablar de anécdotas más o menos graciosas o de estar haciendo una especie de psicoterapia barata de salón entre nosotros, para referirnos a acontecimientos de indudable importancia histórica en el devenir homeopático. Por citar sólo dos ejemplo (y abundan) recordemos lo que dice D. Ullman (3) sobre el declive de la homeopatía en USA a principios del s. XX: “...junto con los diversos factores externos que dificultaron el desarrollo de la homeopatía, hubo problemas entre los propios homeópatas. Las diferencias de criterio en el seno de la homeopatía tiene una larga tradición...” “...En 1901, y a causa de diferencias diversas entre los homeópatas, Chicago contaba con cuatro sociedades médicas homeopáticas distintas”. Tampoco es de extrañar en una disciplina cuyo fundador cambió muchas veces sus puntos de vista pero que insistía que sus discípulos deberían tomar su palabra por ley en todos los casos (4): “Aquel que no siga la línea que yo he trazado, aquel que se desvíe, ni que sea sólo en la anchura de una pajita, hacia la derecha o hacia la izquierda, es un apóstata y un traidor” (5). Mencionemos también a J. Baur (6) cuando habla acerca de las críticas a la M.M. Hahnemaniana realizada por los propios homeópatas: “...suscitaron tanto problemas que fueron fuente de polémicas a veces acerbas. Pero cuando los problemas se inflan de una dimensión sentimental o emocional se vuelven insolubles. Las polémicas del último siglo no aportaron ninguna respuesta a los problemas que se estaban planteando. Desembocaron en la formación de escuelas rivales que se enfrentaron entre sí o a través de sus verdades particulares”.
Así pues, para que la historia no se siga repitiendo, aquí también como farsa, necesitamos preguntarnos acerca de éstos y otros rasgos similares para intentar averiguar su procedencia y hacernos algo más conscientes de ellos, si cabe, para atenuar en la medida de lo posible sus devastadores efectos.
Veamos pues el caso. Sabemos el motivo de consulta de la Sra. Homeopatía: que desde siempre no la comprenden y que se merece otro lugar que el que ocupa, que la obstaculizan, la persiguen... Sabemos muchos de sus rasgos (no sé si síntomas): orgullosa, individualista, en el fondo se cree más que los demás, pretenciosa, no tolera demasiado bien la contradicción, seria... Veamos ahora sus antecedentes personales, que en este caso son de vital importancia porque todas estas quejas las presenta desde siempre, desde que nació. Intentemos saber algo más del estado de los padres durante la concepción.
(Antecedentes)
De su madre no nos vamos a ocupar mucho porque lo que conocemos es un tanto contradictorio, aunque sugerente. La verdadera madre de la homeopatía es, a mi entender, no la sufrida e históricamente maltratada Henriette, sino la segunda esposa de Samuel, Melanie. Su biografía, como decía, no está totalmente perfilada: por un lado superficial, frívola, inestable, orgullosa, con ansias de riqueza, de “grandeur”, en fin, con muchos rasgos de una “neurótica histérica” (7), o por el otro, abnegada, fiel, generosa, inteligente, con gran capacidad para relacionarse, artista talentosa, etc. No sabemos bien con qué quedarnos. Quizá las dos. O quizá las tres, si incluimos a Henriette.
¿Y el padre? Sí, aquí tenemos a Samuel. Este artículo no pretende ser un estudio exhaustivo de la personalidad de Samuel a través de sus biografías. De todas formas, de las consultadas, podemos extraer algunas conclusiones. Como de sus virtudes ya se nos ha informado reiteradamente, vamos a fijarnos aquí en sus otros rasgos más “en negativo” que es como se trabaja en homeopatía. Así veremos que Samuel también era un tipo autoritario, dogmático, obstinado, orgulloso, individualista, desconfiado, agrio, con aires de superioridad...
(Historia biopatográfica)
En un principio llama la atención dos de los títulos consultados, que no hacen sino confirmar el endiosamiento que sus acólitos le profesan [recordemos que Samuel se llama el Lutero, el Melanchton de la Medicina (8)].
El primer título “Hahnemann, El Mesías de la Medicina” (9) ya lo dice todo. El segundo es una especie de vida novelada “La Vida Sobrehumana de Samuel Hahnemann” (10). Biografías ambas, a menudo, sonrojantes hasta para el idólatra hahnemanniano más contumaz. Frases grandilocuentes y afectadas se suceden sin respiro. Probablemente ha habido, a lo largo de la historia, personas que han contribuido tanto o más que Samuel al progreso de la humanidad, con una vida tanto o más dificultosa (después de todo al final de su vida Samuel gozó de prestigio, riqueza y reconocimiento) y es más bien raro que se les dediquen esos adjetivos.
La de García Treviño (11), basada como la mayoría en la de Richard Haehl (12), ya nos habla, sólo por poner algunos ejemplos, de cómo “ataca las concepciones médicas... sin la menor consideración para con sus colegas, manifestándose, por su modo de atacar, como el futuro polemista que llegó a ser” (pág. 19), o cómo fue apedreado y asaltado su carruaje en Muhlhau (pág. 53), cómo el Dr. Pulchet, alópata pero defensor de la homeopatía, deplora el menosprecio con que Hahnemann trataba a sus adversarios, el desdén por sus argumentos (pág. 78), cómo algunos médicos del príncipe Schwarzenberg deseaban conocer la homeopatía, pero Hahnemann, pésimo diplomático, no se prestó...
La de Ritter (13) es la más crítica. Se habla de su “carácter dominante e intransigente (pág. 36), testarudez, estrechez de miras y prejuicios (pág. 97); su obstinación e inflexibilidad y sus calificativos de bastardos y miserables a algunos homeópatas que él creía se apartaban de su directrices y por eso se le acusa de fanatismo (pág. 110); los insultos a los conversos: “...son sólo seres híbridos, anfibios que la mayoría de las veces se arrastran en el pantano fangoso de la alopatía y sólo muy rara vez...”( pág. 92); cómo M Müller, homeópata, dice que los insultos dirigidos por Hahnemann a personas con diferentes convicciones no ayudaron en nada a la homeopatía y que habría que diferenciar la homeopatía y los méritos de Hahnemann de la personalidad de éste (pág. 117-118); la escueta nota impersonal y fría de sus propios seguidores alemanes cuando marcha a París, “contentos de haberse librado de las eternas exhortaciones, insolencias y egotismos de este anciano desagradable” (pág. 125); cómo los homeópatas franceses, a la muerte de Samuel, declararon que con su comportamiento irrazonable había dañado más su escuela de lo que lo habían hecho todos sus opositores (pág. 141), etc.
Pero detengámonos un poco más en la de Coulter (14), quizá la más objetiva, un historiador respetado y nada sospechoso de antihomeopático:
- La obstinación como rasgo prominente de su carácter (pág. 307).
- Al lado de su gran capacidad intelectual, su don de lenguas, y demás rasgos precoces de su infancia (como la mayor parte de sus biógrafos se empeñan en resaltar para mejor probar así, supongo, su pronta genialidad), hay un Samuel solitario que apenas tuvo una verdadera infancia y adolescencia (y que incluso para los genios suelen ser beneficiosas), como él mismo escribió más tarde: “...el esfuerzo mental y el estudio son ocupaciones antinaturales para los jóvenes cuyo desarrollo físico aún no es completo, especialmente para aquellos que están dotados de especial sensibilidad. Esto casi me costó la vida entre los 15 y lo 20 años”(pág. 307).
- Rígida intolerancia hacia sus oponentes o hacia aquellos de sus seguidores que no le siguiesen precisa y absolutamente (pág. 312).
- En la pág. 313 da Coulter un perfecto resumen de todo lo dicho hasta ahora (la cursiva es mía): “la historia temprana de la homeopatía fue moldeada por el carácter y el pasado (background) de Hahnemann (yo me atrevería a borrar lo de “temprana”).
- “...fue el primero en su familia en alcanzar el estatus médico y tuvo que trabajar largo y duro para ello. Había idealizado la vocación médica durante sus muchos años de contemplar su inalcanzable meta. Cuando la obtuvo y vio el comportamiento de sus colegas caer tan por debajo de los estándares que el había imaginado que tenían, su frustración fue más grande.
- “Aunque con dos mujeres y once hijos tenía más contactos personales que Paracelso, Hahnemann fue una persona solitaria en quien la escasez de relaciones humanas fue reemplazada por un abstracto amor a la humanidad”.
- “...su origen de clase baja, el aislamiento de su vida y su idealización de la vocación médica lo alejaron de sus colegas, más aristocráticos y bien conectados.
(Los remedios)
En estos momentos el lector avezado ya se habrá dado cuenta de que estoy siendo más bien negativo, muy “negativfo” (como cierto entrenador de fútbol achaca como “hecho probado” a algunos periodistas) puesto que Samuel también tenía otros rasgos mucho más virtuosos. Pero en homeopatía no se prescribe en base a rasgos de personalidad positivos y constructivos, sino en los que definan el estado patológico (15). Para ello precisamos la ayuda de algunos osados autores que se han atrevido a hacerlo. ¿Qué medicamentos le habríamos dado a Samuel?. Vamos a citar algunos a modo de ejemplo:
- C. Coulter: Sulphur (16).
- Grandgeorge: Lachesis (17), Platina (18), Conium? (19)
- Scholten: Rubidium (20). Para la homeopatía, en concreto, este autor recomienda Ytrium (21)
- Lamothe: China (22)
- Sankaran: China (23)
Es posible que Samuel no necesitase ninguno de estos remedios o quizá, y más probablemente a mi entender, sólo algunos de ellos en diferentes épocas de su vida. Es lo de menos. Afortunadamente una persona es mucho más que un remedio (como se repetirá más adelante). Lo interesante es fijarnos y reflexionar sobre ellos, porque muy bien podrían hacer a nuestro caso de la Sra. Homeopatía y sus quejosos practicantes.
De todos ellos, sin embargo, no sé si el más acertado, pero sí el que más me gusta, el más bonito, es el de China. El paralelismo sintomático es evidente [hay que recordar también que Samuel contrajo la malaria en su época de Transilvania (24)], pero si creemos, además, que en el universo todo está interconectado, entonces se cuadra el círculo al pensar que quizá no fuera casualidad que fuera éste el primer remedio experimentado por Samuel. Podía haber sido cualquier otro, pero fue China quien le estaba esperando, quizá un remedio muy bueno para él y que con mucha probabilidad le ayudó personalmente. Desde este punto de vista, quizá tampoco fuera casualidad que de esa experimentación surgiera la homeopatía, una disciplina que aún no habría tomado suficientes dosis del remedio que la vio nacer.
(La reflexión)
Mi idea, por tanto, es que la mayor parte de los rasgos aludidos al principio del artículo nacen con la propia homeopatía y forman parte del carácter que nos legó nuestro padre Samuel. Sus hijos seguimos, de alguna manera, viviendo sus propias delusions existan ya o no los estados intensos externos que los provocaron (y a lo mejor hasta justificaron) tal y como dice Sankaran (25). En todo caso, a mi entender, los estados externos son lo de menos, porque si no existen los crearemos. Y de hecho lo hacemos cuando, por ejemplo, protestamos vehementemente contra las “persecuciones” de que la homeopatía ha sido y es objeto (“y eso son hechos -dirá alguno- y no imaginaciones”). Y siempre lo haremos, como toda delusion, de forma tan conveniente y rotunda que nadie pueda dudar de su existencia.
Habitualmente cuando un paciente cualquiera nos dice que lo persiguen o lo quieren mal o lo que sea, y nos dá además ejemplos de “hechos “ que así lo prueban, abordamos el caso con circunspección intentando ver qué actitudes de esa persona están contribuyendo de alguna forma a crear una situación de ese tipo. No nos importa tanto el que de verdad sean “hechos” o fantasías de la persona. Porque en realidad, y en este contexto, ¿qué diferencia hay entre los supuestos “hechos” y las “delusions”? Sin embargo, cuando somos nosotros “los pacientes” no actuamos así y, por lo visto, enseguida nos sentimos víctimas de alguna (supuesta) confabulación.
Más valdría quizá que empezáramos a reflexionar acerca de qué es lo que hemos hecho y seguimos haciendo en la actualidad para que persista esa situación de la que tanto abominamos. Podemos seguir culpando indefinidamente a la alopatía opresora, al mundo injusto y cruel y a todo lo que se quiera, pero mientras cada uno no empiece a mirar dentro de sí, nada o muy poco va a ser diferente en nuestras relaciones con el mundo externo y, sobre todo, entre nosotros. Podemos seguir increpando al espejo indefinidamente que la cara no va a cambiar (26). Y ahí es donde creo que está gran parte de la génesis de nuestros problemas Y ahí seguiremos, lamentándonos y esperando no sé qué cambios para “la gloriosa venida del reino homeopático”. Y entre nosotros, ahí seguiremos también desperdiciando un montón de energía con nuestras batallitas absurdas de doncellas pudibundas y afligidas.
En cuanto a Samuel, y por si lo hubiera parecido en algún momento, no ha sido mi pretensión el querer rebajar su figura. Todo lo contrario. La frase de un admirado autor “desmitificar a Hahnemann es honrarlo” (27) me parece proverbial en este sentido. Y lejos de hagiografías infantiloides o pedestales vacuos y sin sentido, no sólo honrarlo, sino comprenderlo. Comprenderlo mejor como persona que sufre, se encoleriza, se alegra; una persona con sus altos y sus bajos, sus luces y sus sombras, su soledad... en fin, todo lo que hace que reconozcamos a otro ser humano en tan humano y cercano como nosotros mismos y podamos identificarnos con él.
Y ahí me quedará siempre Samuel como las imágenes de una película viva, recibiendo graciosamente a sus pacientes en zapatillas, con su bata y su kepis, o impotente y sincero reconociendo que no puede curar ni a su familia, o desgarrado ante la tragedia de sus hijos, o en sus viajes interminables hacia aquí y hacia allá buscando y buscando sin saber bien qué, o humillado e incomprendido en la ilusión de su vida, o paseando al atardecer en su “en realidad pequeño, pero alto jardín, si miras hacia arriba,” de Köthen, o en su ansia de progreso para sus semejantes ...
Siempre Samuel detrás de las cortinas de un cuartucho miserable que lo separaba del otro no menos miserable donde toda la familia dormía, cuando la ciudad, el mundo también dormía, fumando una larga pipa que mitigaba su fatiga y su dolor, imaginando, imaginando, tal vez soñando y escribiendo febrilmente como poseído por no se sabe qué maldito demonio que no puedes evitar y que te impulsa a seguir y seguir sin descanso, sin que nada más te importe hasta que todo esté en su sitio, hasta que todo se haya cumplido.
Esta ha sido, al menos, mi experiencia “desmitificadora” que, por otra parte, recomiendo.
REFERENCIAS:
1. Heinz Von Foerster, en Lynn Segal, Soñar la realidad, p. 56, Barcelona, Paidós, 1994.
2. G. Fernández, P. Udina, Filosofía Homeopática de Sankaran, Revista Homeopática de la AMHB, 1999 (40): p. 10-11.
3. D. Ullman, La homeopatía, medicina del siglo XXI, p. 73-74, Barcelona, Martínez Roca, 1990.
4. N.K. Banerjee, Anecdotal homoeopathy floodlight on the lives of Hahnemann, Hering & Other Masters, p. 1, New Delhi, World Homoeopatic Links, 1981.
5. D. Ullman, Op. cit., p. 73.
6. J. Baur, La constitución de la materia medica homeopática, (trad. de M. Pluma), Revista Homeopática de la AMHB,1987, (7): p. 19.
7. Hans Ritter, Samuel Hahnemann, p. 121, Santiago de Chile, Hochstetter, 1990.
8. H. Ritter, Op. cit., p. 52.
9. Anónimo, Hahnemann, El Mesías de la Medicina, Barcelona, 1927.
10. Roger Larnaudie, La vida sobrehumana de Samuel Hahnemann, Buenos Aires, La Pleyade.
11. E. García Treviño, Hahnemann, su vida y su obra, versión cast. de la obra de José Emygdio Rodriges Galhardo, Monterrey, 1943.
12. Richard Haehl, Samuel Hahnemann: His Life and Work, Nueva Delhi, B. Jain, 1985.
13. H. Ritter, Op. cit.
14. Harris L. Coulter, Divided Legacy, vol II, p. 305-430, Washington, Wehawken Book Co, 1977.
15. G. Vithoulkas, Esencia de la Materia Médica Homeopática, p. 185, Barcelona,Paidós, 1999.
16. Catherine R. Coulter, Portraits of Homoeopathic Medicines, Vol. I, p. 187-188, Berkeley, North Atlantic Books, 1986.
17. Didier Grandgeorge, El remedio homeopático, p. 140, Barcelona, Kairós, 1993.
18. D. Grandgeorge, Op. cit., p. 186.
19. D. Grandgeorge, Op. cit., p. 91.
20. J. Scholten, Homoeopathy and the Elements, p. 531, Utrecht, Stitching Alonnissos, 1996.
21. J. Scholten, Op. cit., p. 548.
22. J. Lamothe, Seminario, Barcelona, 1996.
23. R. Sankaran, Seminario, Barcelona, 1999.
24. H. Ritter, Op. cit., p. 23.
25. R. Sankaran, The Spirit of Homoeopathy, sobre todo p. 17-21, Bombay, Homoeopathic Medical Publishers, 1991. (Hay trad. cast., El Espíritu de la Homeopatía, p. 22-25, Bombay, Homoeopathic Medical Publishers, 1999).
26. Thorwald Dethlefsen, Vida y destino humano, p. 63-67, Madrid, Edaf, 1984.
27. Marcelo Candegabe, Seminario, Barcelona, 1999.
Autor: Dr. Gonzalo Fernández Quiroga
Ponencia presentada en la IV Trobada de la Academia Médico Homeopática de Barcelona, Vilanova i la Geltrú, 2000.
Publicada en la Revista Homeopática, tercer trimestre del 2001, nº 43: 2-6.
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1 comentario:
Acertado rescate de esta deliciosa autocrítica de nuestro colega Gonzalo Fernández, con una chispa de humor rara entre nuestros autores, que se agradece. Toda ella de una actualidad palpitante nueve años después de ser publicada. Bueno, para ser justos no toda ella: su referencia a las "delusions" del referido autor deja el escrito, en esa parte, desfasado. Porque ahora, el núcleo, el centro, lo más jondo, el no va más de la profundidad en la escrutación de un paciente ya no son las superadas "delusions", sino las llamadas sensaciones vitales: la última frontera de la indagación intuitiva, el último refugio de la individualidad, la definitiva expresión del protometalenguaje. Nadie sabe por cuánto tiempo, quizá su autor.
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