El lado oscuro, crematístico y criminal de los gestores de la ciencia

“En tanto que la razón científica se ha constituido en la más eficaz retórica de la verdad de nuestros tiempos también debe constituirse en el blanco principal para quienes pretendemos luchar contra los dispositivos de sumisión. Atacar la razón científica es hoy una necesidad, no para acabar con el conocimiento científico sino para romper su funcionamiento como retórica de la verdad”. 
Tomás Ibáñez. Archipiélago, 20: El cuento de la ciencia.

El pasado 29 de febrero, apareció en la sección de Opinión de Rebelión un artículo de Rosa Guevara Landa titulado El lado oscuro, crematístico y criminal de las pseudociencias [1], en el que hace una crítica que me veo obligado a calificar de severa y arrojada, pero también de totalmente desafortunada y falaz.
Que este tipo de diatribas aparezcan en la prensa sistémica es algo que podríamos considerar connatural con el ejercicio del poder, pero que lo haga en las páginas —tan queridas y respetadas— de este medio rebelde y de la mano de una autora que ha demostrado sobradamente su compromiso y capacidad crítica resulta cuando menos preocupante y muestra hasta qué punto es necesario y urgente atender al llamamiento de Tomás Ibáñez con el que he querido arrancar estas reflexiones.
Guevara no parece consciente del papel que el discurso científico tiene como sostén del discurso ideológico del capitalismo, tal y como advierten y analizan autores como Paul Feyerabend, Humberto Galimberti, Roger Garaudy, Emmanuel Lizcano o Tomás Ibáñez.
Guevara obvia la diferencia fundamental entre la Ciencia y sus gestores. Como toda idea, la idea de Ciencia puede ser maravillosa; pero como toda idea, el problema viene cuando se encarna en seres humanos imperfectos y por desgracia poco maravillosos. No desconfío de la Ciencia como tal —siempre y cuando permanezca dentro de los límites que le corresponden— desconfío de quienes gestionan su discurso, sus aplicaciones, sus resultados. Y rechazo absolutamente que pretendan convertirla en la única herramienta de conocimiento posible en un alarde de etnocentrismo cuyo único fin es el dominio y el mantenimiento de la desigualdad y los privilegios de los de siempre.
Guevara refuerza el modelo médico dominante industrial y enraizado en el capitalismo: ese modelo surgió durante el siglo XIX al confluir los intereses de la industria farmacéutica y los de la clase médica dominante, se consolidó a lo largo del siglo XX, favorecido por la reconversión de las multinacionales farmacéuticas tras la Segunda Guerra Mundial y su control de la formación, información, investigación y servicios sanitarios (tanto los privados como los mal llamados “públicos”), y mantiene una amplia credibilidad e influencia debido, no a razones científicas sino socio-políticas: son los enormes intereses de poder —no sólo económico— los que mantienen vigentes los dogmas de un modelo que ha fracasado a la hora de resolver los problemas de salud crónicos y degenerativos que él mismo ha contribuido a provocar y que está haciendo que cada vez más gente acuda a otras terapias, lo que ha desatado una guerra contra ellas.
Guevara se hace cómplice de lo que Emmanuel Lizcano llama fundamentalismo tecno-científico, reproduciendo en este artículo su discurso integrista que pretende imponer lo que ellos definen como “medicina científica”, considerando el resto como “magia” y “estafa”, con la paradoja añadida de que es precisamente la medicina moderna, industrial, farmacológica, reduccionista, la que adolece de base científica estricta.
Y por último, Guevara nos pone como ejemplo un caso que está siendo utilizado de modo absolutamente rastrero por los mencionados grupos de integristas científicos –más o menos organizados, más o menos “incrustados” en instituciones científicas, universidades y medios de comunicación- tomando como base un artículo publicado por el diario que ella denomina “global-imperial” y a cuyos jerifaltes ha denominado “derecha extrema más literal”. El caso está aún en instancias judiciales tras haber sido desestimado en primera instancia, y me consta que se avecinan novedades que pondrán en claro todos los detalles sacando a la luz las manipulaciones y mentiras que se han vertido y que Guevara reproduce sin contrastar.
En el mejor de los casos, el artículo de Guevara peca de una peligrosa ingenuidad que no podemos permitirnos en estos tiempos en que nos encontramos en manos de quienes tienen el poder suficiente para conseguir que sus teorías se acepten y para impedir que otros las refuten; o, en caso de que algún investigador honesto lo consiga, simplemente acallarlo, desprestigiarlo, encarcelarlo y lo que haga falta. En palabras de paul Feyerabend, “la ciencia [...] ya no amenaza a la sociedad, es uno de sus más poderosos soportes”.
Quienes queremos cambiar la sociedad y entretanto luchar contra quienes ostentan poder y privilegios, tenemos la obligación de atravesar ese muro de falsa legitimidad que pretende conferir el discurso científico para producir Verdad: detrás –o mejor dicho, por encima- de quienes controlan el modelo médico dominante están los mismos que declaran las guerras, arrasan nuestro ecosistema, controlan los recursos y administran la muerte. Mucho cuidado a la hora de elegir compañeros de batalla.

Nota
[1] http://www.rebelion.org/noticia.php?id=209442

Autor: Jesús García Blanca
Fuente: rebelion.org