RESUMEN
La mención de la sublime incógnita de la vida es para todos los estudiosos una gran fuente de curiosidad y de polémica. Dentro de la medicina homeopática el dinamismo vital representa el séptimo principio de nuestra doctrina médica y es, junto con la dosis mínima, el que produce mayor controversia.
Haciendo un recorrido por la historia, la religión, y la filosofía, vemos que son muchos los pensadores inmortales de la humanidad los que lo han contemplado, viendo sólo una parte del maravilloso edificio de la homeopatía.
Palabras Clave: Vida, dinamismo vital, historia de la medicina, biología, filosofía, religión.
FUENTES DEL VITALISMO HAHNEMANNIANO
Al hablar de eternidad necesariamente pensamos en algo infinito, atemporal, no ligado al transcurso del tiempo, ni tampoco al pensamiento del hombre en determinados momentos de su historia. La medicina homeopática, legado del inmortal Hahnemann, no se fundamenta en los sistemas y criterios fugaces y de moda que respaldan a la medicina tradicional, si no que se asienta sobre 8 principios, que en realidad son leyes universales, tan vigentes desde el principio de los tiempos como en la actualidad. No se puede hablar ni pensar en la homeopatía sin ir de la mano con el concepto del dinamismo vital, la energía de la vida que anima al cuerpo material, sobre de la que actúan los remedios homeopáticos. Este principio, el séptimo de nuestros fundamentos, es uno de los más discutidos, sin embargo, ha sido vislumbrado por los grandes pensadores de la humanidad a través de toda nuestra historia. Este pequeño ensayo trata de sacar a relucir las principales coincidencias del pensamiento hahnemanniano en este sentido, especialmente en lo relacionado con la historia de la medicina.
DEFINICIÓN
Se puede entender como vitalismo la existencia real de uno o más elementos inmateriales en la constitución de los seres vivos, que ejercen distintos niveles de control sobre sus actividades conscientes e inconscientes y poseen diferentes grados de trascendencia y de relación con la divinidad.
EN LA RELIGIÓN
Desde las primeras culturas de la humanidad se ha reconocido la existencia de una energía intangible, vital, relativa a la naturaleza, relacionada con la vida y con la muerte. Desde los primeros curanderos o "chamanes" hasta los sacerdotes de diversas deidades, todos reconocían a esta fuerza intangible que gobernaba la salud y la enfermedad.
En las diferentes religiones establecidas se cuenta ya con un ánima o alma, que contenía diferentes atributos, pero que siempre estaba ligada con la permanencia de la vida en el cuerpo.
EN LA FILOSOFÍA
La idea de considerar la especificidad de los fenómenos vitales como dependientes de un principio externo a la materia es de una antigüedad ancestral, en los primeros filósofos griegos, tenemos el hilozoísmo (del griego hylé, materia y zoé, vida, creencia según la cual la totalidad del cosmos es como un ser viviente dotado de alma). Según esta concepción, la materia misma está animada y no precisa de la concurrencia de principios vitales extrínsecos.
Tales de Mileto (625 a.C.) afirmaba que «todo está lleno de dioses» (en donde el término «dios» hay que entenderlo seguramente en el sentido de energía, vitalidad, ya que pensaba que para él la vida era la propiedad básica de la physis). Este concepto de una energía que anima al mundo ya estaba presente en los primeros filósofos jonios, pero también se ha usado para calificar el pensamiento de Anaxágoras (500-428 a.C.) y los estoicos y, en general, de los presocráticos.
La concepción del alma como principio de la vida, y de la vida misma como animación de la materia ya se encuentra desarrollada en Sócrates (470-399 a.C.) y Platón (427-347 a.C.), que reconocen más ampliamente el concepto de alma, ligándola como la energía inmaterial, que dé cohesión y funcionamiento a los seres vivos.
Estas ideas fueron más ampliamente desarrolladas en Aristóteles (383-322 a.C.), quién inclusive empieza a clasificar a la vida en los diferentes reinos. Los estoicos, además, extendieron esta concepción al conjunto del cosmos mismo, animado por el pneuma. Ante ello, las concepciones de los atomistas de la antigüedad, como Demócrito (460-370 a.C.) y posteriormente Lucrecio (98-55 a.C.), representan la visión materialista de los fenómenos vitales. Ambas posiciones se han reproducido a lo largo de la historia del pensamiento, y el vitalismo aparece bajo diferentes formas, como la posición que sostiene la especificidad de la vida y su irreductibilidad a fenómenos meramente físicos o químicos. Por ello, supone una forma de dualismo en los seres vivos.
El pensamiento vitalista se reconoce en Giordano Bruno (1548-1600), para el cual el Universo es una ráfaga de belleza donde el pensamiento descubre por todas partes la divinidad que la anima.
A esta corriente se suma Gottfried Wilhelm Leibniz (1646-1716), para quien la realidad del mundo se expresa a través de una infinidad de "mónadas", sustancias indefinibles, más o menos conscientes que constituyen el centro de fuerzas expandibles. La materia deriva igualmente de una esencia inmaterial, concepción que tiene el mérito de suprimir el dualismo espíritu - materia. En Leibniz, el concepto de materia se ajusta al de fuerza activa espontánea, fuerza vital. El filósofo espiritualista afirma que toda la naturaleza es análoga, esto es, toda la existencia de la analogía dentro de una armonía preestablecida por Dios.
La filosofía de Friedrich Wilhelm Joseph von Schelling (1775-1854) se considera una mezcla de ideas kantianas, cristianas e hilozoístas, así como de vitalistas de la antigua Grecia. Considera en la naturaleza una actividad vivificante. Admite el desarrollo de todos los seres vivos por la evolución señalando una vía de la naturaleza que se manifiesta de una a otra cosa, de uno a otro ser vivo, pero apelando a un evolucionismo esencialmente vitalista y rechazando un proceso biológico derivado de una concepción mecanicista. Afirma que el universo material no se puede comprender sin considerar el electromagnetismo, como no se comprende lo orgánico sin lo espiritual, proponiendo así una concepción vitalista del universo material. Schelling partía de la idea de que la razón con la intuición puede constituir todas las formas del ser, de la naturaleza y el espíritu.
Se considera a Henri Bergson (1859-1941) y Teilhard de Chardin (1881-1955) como integrantes del movimiento vitalista, que también ha sido defendido por algunos físicos relacionados con la mecánica cuántica (Schrödinger, por ejemplo), que afirmaban que las leyes causales propias de la física newtoniana no podían dar explicación de los fenómenos específicamente vitales y que, de la misma manera que la mecánica cuántica, según el principio de indeterminación de Heisenberg, debía afrontar una cierta causalidad en la explicación de los fenómenos microfísicos, debería constituirse una biología independiente de las reducciones mecanicistas heredadas de una concepción física ya superada.
Pero, más allá de la consideración del alma como principio vital, desde mediados del siglo XIX, algunos filósofos, médicos y biólogos han considerado la necesidad de un principio vital (no necesariamente identificada con el alma) capaz de explicar las características irreductibles de los seres vivos, ya que niegan la reductibilidad de los fenómenos vitales a causas meramente físico-químicas o fisiológicas y, en algunas versiones, afirma la existencia de algún principio o fuerza vital para explicar la diferencia esencial entre fenómenos vitales y meras estructuras orgánicas.
EN LA BIOLOGÍA
Dentro de los biólogos vitalistas podemos mencionar a J. Reinke, J. Uexküll, y especialmente a Hans Driesch (1867-1941). Este biólogo y filósofo alemán elaboró hipótesis biológicas evolucionistas antimecanicistas, motivadas por sus estudios embriológicos. Para Driesch estaba claro que el desarrollo biológico no era reductible a fenómenos meramente mecánicos pero, para conceptualizar este rechazo del mecanicismo, reelaboró una serie de conceptos filosóficos, entre los que destaca la entelequia (concepto que, evidentemente, es tomado de Aristóteles, para quien designa la actualización plena de lo que está en potencia), la concibe como un principio inmaterial que explica la evolución de la vida y del mundo. La entelequia es irreductible a los mecanismos de los procesos inferiores, es la que determina todo el desarrollo del ser orgánico, y es supraindividual.
Otros importantes biólogos, como J.B.S. Haldane, L.V. Bertalanffy y R. Sheldrake han defendido formas menos estrictas de vitalismo.
EN LA MEDICINA
La palabra vitalismo se ha utilizado de una forma imprecisa en medicina. Se suele incluir en el término a los animistas y a los organicistas. Los animistas seguían la tradición aristotélica y consideraban a todos los seres vivos dotados de alma, en tanto que los vitalistas afirmaban simplemente que la vida dependía de algún principio vital. Una escuela afín, la "organicista", creía que la vida dependía de la estructura y la función vitalistas del cuerpo. Algunos organicistas consideraban las propiedades de la "irritabilidad" o la "contractibilidad" como esencia de la vida. No obstante, se suele emplear el término "vitalismo" en su más amplio sentido, para incluir tanto a los animistas como a los organicistas, pues todas estas corrientes surgieron como una reacción frente a la interpretación materialista de los procesos corporales, en términos exclusivamente físicos, mecánicos o químicos, como ya se ha dicho.
Así, en la historia médica también se ha considerado la existencia de una energía que anime al cuerpo material. Podemos citar en primer lugar a Theophrastus Bombastus von Hohenheim, alias Paracelso (1493-1541), quien aportó el concepto del Arcano, referido a la Fuerza Vital del sujeto, invisible dentro del hombre y ligada al universo. En todas sus obras menciona la existencia de un cuerpo visible y un cuerpo invisible y la relación entre ellos, donde trabaja el Arcano. Habla asimismo de lo dinámico del hombre. El individuo va plasmando su propia imagen y demanda la similitud de todo lo que le rodea, de manera que todo punto en el universo está a la vez en su acción dinámica obligando a la similitud. Habla asimismo de lo necesario de la virtud en el médico, el conocimiento de lo religioso, lo cual le permita tener acceso a la luz de nuevos conocimientos y al uso de la quintaesencia de las sustancias (el azufre, el mercurio y la sal eran según Paracelso, las tres sustancias fundamentales).
Entre los primeros animistas debe mencionarse a Jan B. Van Helmont (1579-1644) y a Thomas Willis (1621-1675), quienes también figuran como iatroquímicos. El Archeus del primero corresponde al ánima, que reside en el estómago y en el bazo; en cambio, el segundo postuló la existencia no de una sino de dos ánimas distintas, la racional (inmortal y específica del hombre) y la material (compartida con los animales), pero que no participan en la enfermedad. Willis, en su libro De anima brotorum, reconoce el concepto de "alma sensitiva" del hombre, que corresponde al "alma animal" de los seres inferiores. En el ser humano las funciones propias de la vida animal (sensaciones, movimientos, impulsos) son gobernadas por el "alma sensitiva", mientras que el "alma racional", exclusiva del hombre, gobierna el juicio y el raciocinio. Esta "alma racional" es inmaterial e inmortal. Las enfermedades nerviosas y mentales provienen de los trastornos del "alma sensitiva", como son los dolores de cabeza, los trastornos del sueño, el estado de coma, vértigos, apoplejía, parálisis, delirios, manía-melancolía, demencia, etc. Por su parte, Van Helmont descubrió entre otras cosas la existencia del gas y el peso específico de la orina.
La postura conocida en medicina como vitalismo se inició formalmente a fines del siglo XVII y principios del XVIII en la figura del animismo, en la ciudad alemana de Halle. Su padre fue Georg Ernst Stahl (1659-1734). El animismo de Stahl surgió como una alternativa a las teorías en boga en su época, la iatromecánica y la iatroquímica, que eran incapaces de explicar esas dos maravillosas propiedades del cuerpo humano: su conservación y su autorregulación. En el sistema de Stahl, el "ánima" se transforma en el principio supremo que imparte vida a la materia muerta, participa en la concepción (tanto del lado paterno como del materno), genera al cuerpo humano como su residencia y lo protege contra la desintegración, que solamente ocurre cuando el "ánima" lo abandona y se produce la muerte. El "ánima" actúa en el organismo a través de "movimientos", no siempre mecánicos y visibles sino todo lo contrario, invisibles y "conceptuales" pero de todos modos responsables de un "tono" específico e indispensable para la salud.
En el panorama vitalista alemán, encontramos que también de carácter antimecanicista fue la postura de Caspar Friedrich Wolf (1734-1794). Atribuyó a los procesos de formación embrionaria una formación debida a una vis essentialis rectora.
En Friedrich Casimir Medicus (1736-1808) se ubica por primera vez el concepto de Lebenskraft (fuerza vital) con sus facultades organizadoras. Junto a materia y alma sería el tercer componente determinativo de la vida.
Johann Friedrich Blumenbach (1752-1840) realiza en Gotinga experimentaciones sobre la regeneración de pólipos mutilados y postula una fuerza formativa o creadora (Bildungskraft).
Asimismo, Johann Gottfried Herder (1744-1803), como Newton, intenta descubrir una fuerza por doquier, cuyos efectos son perceptibles.
Frente al empleo un tanto trascendental del concepto de fuerza, Johann Christian Reil (1789-1813), hizo algunas consideraciones en su artículo Von der Lebenskraft (1795): "Hemos concluido muy pronto con la teoría natural de los cuerpos vivientes, si atribuimos sus fenómenos directamente a los espíritus que escapan de toda investigación".
Johannes Müller (1801-1858), figura sin par en la fisiología alemana de la primera mitad del siglo XIX, era indudablemente vitalista. En el primer volumen de su Handbuch expone la importancia de dos elementos: La estructura binaria de las substancias inanimadas y la estructura terciaria y cuaternaria de las substancias que se encuentran en los seres vivos. Evidentemente es necesaria una fuerza vital especial para su formación y conservación. En segundo término, existe en el organismo una función "que actúa en adecuación con las leyes de un plan razonable". Rige la formación de los tejidos y los órganos, una fuerza creadora razonable que actúa a través del conjunto entero y que es activa desde el embrión.
También Justus Liebig (1803-1873), el gran químico alemán, era vitalista en cierto sentido. Para él la fuerza vital surgiría de y conjuntamente, con la organización de las substancias vivientes, impidiendo la descomposición de las mismas.
En Inglaterra, uno de los primeros vitalistas fue Francis Glisson (1597-1677), quien formuló el concepto de "irritabilidad", el cual no constituía una idea completamente nueva, ya que estaba profundamente enraizada en la medicina galénica y difería mucho de las definiciones fisiológicas modernas. Poseía un matiz metafísico, estrechamente unido a la idea de espíritus vitales y reflejaba, en cierta manera, la base escolástica del propio Glisson.
Thomas Sydenham (1624-1689), llamado el "Hipócrates inglés", contribuyó indirectamente a la teoría vitalista con su reacción neohipocrática frente a las teorías mecanicistas en boga, especialmente las de los iatroquímicos y iatromecánicos. Sus tendencias iconoclastas contribuyeron a eliminar la especulación y abonaron el terreno para teorías más fértiles. Su actitud escéptica hacia los conceptos más científicos de la medicina, tales como las correlaciones clinicopatológicas, los análisis químicos y las observaciones microscópicas animaron a otros a abandonar su orientación mecanicista de la medicina; algunos de ellos se pasaron al vitalismo.
En el comienzo de su tratado sobre las enfermedades agudas, Sydenham declara su idea de enfermedad: "Siquiera sus causas dañen al cuerpo humano, la enfermedad no es otra cosa que el esfuerzo de la naturaleza por exterminar la materia morbífica, procurando con todas sus fuerzas la salud del enfermo". En la enfermedad hay que distinguir, por lo tanto, las causas y el proceso morboso. Ateniéndonos a éste último, es fácil entender cómo la idea sydenhamiana de la esencia de la enfermedad difiere radicalmente de la galénica. Para la patología tradicional, el proceso morboso es, primeramente, un pathos, una afección pasiva; para Sydenham es, ante todo, un proceso activo, un "esfuerzo de la naturaleza". Para los galenistas, aquel pathos perturbaría las funciones vitales. Sydenham considera que ese esfuerzo, combatiendo la materia morbífica, conduce a la curación del enfermo. Alrededor de un siglo después, Hahnemann retomaría esta visión de la enfermedad, la cual se convertiría en uno de los ocho principios homeopáticos, el Natura morborum medicatrix.
Discípulo de Sydenham (en lo que concierne a medicina clínica), John Locke (1632-1704), médico y filósofo, estimuló también el vitalismo a través de sus escritos filosóficos. El sensualismo de Locke fue ampliado por el abate de Condillac (1714 -1780) que consideraba las sensaciones como la única fuente del conocimiento humano. Las nociones filosóficas de Condillac y Locke estimularon a vitalistas franceses como Barthez y Pinel, que intentaron construir una patología realmente científica sobre los principios metódicos del sensualismo.
Las teorías de otro contemporáneo de Locke, Isaac Newton (1642-1727), influyeron también en los médicos franceses. Newton opinaba que la sensación se transmitía al cerebro a través de los nervios, gracias a la vibración del éter. Bichat, en particular, se refería con frecuencia a los adelantos de la astronomía, la física y la química esbozados en los trabajos de Newton.
En 1751, Robert Whytt (1714-1766), esbozó su idea del principio sentiente o alma. Sus conceptos eran similares a los de Stahl. Opinaba que la sensibilidad estaba difundida por todo el cuerpo, mientras que la irritabilidad era propiedad del alma coextensiva que se fundía con los nervios y músculos. Whytt basó su hipótesis de un alma coextensiva en una serie de experimentos y observaciones en animales. El hecho de que cada mitad de una rana decapitada viviese durante media hora y de que un ave continuara corriendo varias yardas después de la decapitación, tendía a confirmar su concepto de un alma única, coextensiva, inmaterial e inmortal. Sólo la actividad sensible del alma en los nervios podía estimular la contracción. Consideraba que el músculo que se contraía "percibía" el estímulo, y la percepción era una propiedad exclusiva del principio sentiente. La irritabilidad dependía de la sensibilidad, una propiedad de los nervios.
Consideraba que el alma en diferentes nervios es sensible a diferentes estímulos, lo que se parece mucho a la ley de energía nerviosa específica. Afirmaba también que el comportamiento predeterminado del alma -el centro de la simpatía- tendía a provocar una serie de reacciones beneficiosas al cambiar las circunstancias externas. Esta teoría es precursora de la reacción refleja. Whytt puede ser en consecuencia, considerado como el último de los animistas que comienzan con Paracelso, van Helmont y Stahl. Y aunque compartió muchas teorías con este último, ambos discrepaban respecto al concepto del alma coextensiva, que Whytt creyó que era un agente esencial de la transmisión nerviosa a través del cuerpo.
Es necesario abrir un paréntesis para hacer referencia al anatomista y fisiólogo suizo Albrecht von Haller (1708-1777), quien demostró que determinadas partes son irritables (o contráctiles) en tanto que otras son sensibles (o sensitivas). Estas propiedades sólo se encuentran en el organismo, es decir, son propiedades o fuerzas vitales. La sensibilidad e irritabilidad de Haller se convirtieron en fundamento de la patología neural inglesa de Cullen y de la teoría de la irritabilidad de su discípulo Brown. Así se introdujo la teoría de la irritabilidad o "excitabilidad" en el pensamiento clínico.
William Cullen (1712-1790), desarrolló las ideas de Whytt sobre las relaciones del cuerpo y el alma. Las concepciones de Cullen se encontraban a medio camino entre el misticismo de Stahl y el materialismo de Boerhaave. Opinaba que el alma estaba localizada en el cerebro, donde era capaz de recibir sensaciones. Las extremidades del cuerpo no tenían relación alguna con el alma. Afirmaba que la enfermedad era una desviación de la fisiología normal y que por tanto, la salud consistía en devolver la fisiología a la normalidad. Planteó la posibilidad de que en el enfermo simplemente se hallara disminuida la energía, para lo cual había que usar estimulantes. Por el contrario, estando la energía aumentada, había que utilizar sedantes. Una tercera posibilidad, según Cullen, era que por alguna razón la energía a la que hace referencia se encontrara bloqueada o intermitente, permitiendo así una mayor actividad patológica.
John Brown (1735-1788), discípulo de Cullen, como ya se ha mencionado, desarrolló un completo sistema de medicina, en torno al concepto de irritabilidad, con el cual intentó explicar todos los aspectos de la salud y la enfermedad. Se basó en el concepto de que la base de la vida depende de la propiedad de la excitabilidad.
Brown argumentaba que un grado moderado de excitación era esencial para la salud y que un exceso o una diferencia habían de regularse por distintos medios y que correspondía al médico reparar la deficiencia mediante diversos estímulos excitantes, o reducir su exceso con la ayuda de remedios soporíferos. Existían, en su opinión, estímulos internos y externos, alimentos, líquidos, movimiento muscular, los sentidos y las pasiones podían ser cualesquiera de ellos. Durante la vida, esta cualidad vital de la excitabilidad se utiliza y renueva constantemente.
Cuando un estímulo es insuficiente o demasiado violento agota las reservas de excitabilidad y sobreviene la muerte. La vida tiende a ser más estable, sana y vigorosa cuando tanto la intensidad del estímulo como el grado de excitabilidad son de intensidad moderada. Dividió al hombre en esténico o asténico, según poseyera demasiada o poca excitación.
John Hunter (1728-1793) anatomista, cirujano y naturalista, como empirista fue en algunos aspectos seguidor de Sydenham, pero incorporando también parte del animismo de Stahl. Tras estudiar los principios generales subyacentes a las diferencias de la materia viva, comprobó al mismo tiempo que las formas orgánicas tenían propiedades y cualidades comunes, sin paralelo en el mundo inanimado. Para apoyar sus doctrinas vitalistas, Hunter se ocupó de la putrefacción tras la muerte. Argumentaba que un cadáver se "digiere" a sí mismo, lo cual comprobaba la doctrina stahliana de que toda la materia viviente posee espíritus animales que la protegen de substancias capaces de disolverla después de la muerte.
El vitalismo dejó de influir en la medicina inglesa durante el s. XIX (aparte de contribuir indirectamente al desarrollo de la Homeopatía y del Psicoanálisis), cuando la mentalidad mecanicista ofreció nuevos y grandes avances a las ciencias médicas básicas. No obstante, el flujo y reflujo de las primitivas doctrinas vitalistas dio lugar a una serie de beneficiosas teorías que contribuyeron a la historia de las ideas científicas y a la evolución del método científico en la Gran Bretaña.
François Boissier de Sauvages de Lacroix (1706-1767), fue introductor del animismo stahliano en Montpellier. Su contribución de mayor relieve corresponde a la patología. Fue además el iniciador de la nosotaxia "more botánico", un método descriptivo para delimitar y clasificar las especies morbosas y al mismo tiempo una de las corrientes más características de la medicina en la época de la ilustración.
Desde el punto de vista doctrinal, la escuela de Montpellier pasó del mecanicismo iatroquímico y iatromecánico al animismo de Stahl. Una de las tendencias más características de la ilustración fue la búsqueda de una vía media entre mecanicismo y animismo para dar razón de los procesos fisiológicos y patológicos, así como de la consistencia de la vida. Esta vía media se negaba a reducir al ser vivo en estado de salud o enfermedad a una máquina física o química, pero encontraba también insatisfactorio el recurso a una realidad extraña al organismo, como era el ánima. Aspiraba, por el contrario, a explicar la peculiaridad de la vida mediante un "principio" o "fuerza" insita en el cuerpo. Uno de los grandes apoyos de esta doctrina vitalista fue el concepto de "irritabilidad" de Haller, mas no fue el único punto de partida del vitalismo médico de la época, ya que destacaron en el desarrollo de la escuela de Montpellier figuras como Bordeu y Barthez.
Théophile de Bordeau (1722-1776), escribió que una enfermedad crónica aparece siempre que se ha suprimido una enfermedad aguda y que si no es así, no existe enfermedad crónica.
La primera formulación de la doctrina vitalista de Bordeu se encuentra en su escrito De sensu generice considerato (1742), que fue su tesis de bachiller en medicina. Ahí define que los nervios son la sede de la sensibilidad y que poseen una potencia contráctil que despierta la irritación innata o adquirida.
En su obra titulada Recherches anatomiques sur les diferentes positions des glandes et sur leur action (1752), parte de la insuficiencia de las explicaciones mecánicas y químicas de la función glandular y opina que las glándulas actúan merced a una propiedad vital específica de su materia orgánica, que excitada por la sangre, provoca que elaboren de manera peculiar las sustancias que extrae el hombre del torrente sanguíneo. Esta interpretación, habitualmente considerada como el primer atisbo de la endocrinología moderna fue la base de su doctrina vitalista: "El cuerpo vivo es un conjunto de varios órganos que viven cada uno según un modo peculiar... La vida general que es la suma de todas estas vidas particulares, consiste en un flujo de movimientos reglado y determinado... La vida o la salud individual que cada hombre disfruta se aleja o se aproxima a la salud perfecta, de acuerdo con la acción más o menos enérgica de ciertos órganos...". Bordeu no utiliza ningún término especial para referirse a las fuerzas o principios vitales insitos en el cuerpo, limitándose a referir las propiedades y funciones a la peculiar "naturaleza" (nature) de los distintos órganos. Consideró además al plexo solar como órgano central junto con el cerebro, lo que constituyó un hito de importancia en la prehistoria de los saberes acerca del sistema nervioso vegetativo. Ambos órganos estarían divididos en zonas que corresponden a los movimientos y sensaciones de los diferentes órganos corporales. En un apéndice de su libro sobre las enfermedades crónicas (1775), habló sobre las "emanaciones" o "exhalaciones" difundidas desde los órganos a la sangre, e indispensables "para la existencia del organismo como un todo".
Fue en Montpellier donde a fines del siglo XVIII el animismo de Stahl cambió de nombre (pero no de espíritu) bajo el impacto de las ideas de Paul Joseph Barthez (1734-1806), que fueron bautizadas entonces como "vitalismo".
Barthez postuló un "principio vital", de naturaleza desconocida, distinto de la mente y dotado de movimientos y sensibilidad, como la "causa de los fenómenos de la vida en el cuerpo humano". La relación de este principio con la conciencia no es clara pero está distribuido en todas partes del organismo humano, así como en animales y hasta en plantas; lo que es incontrovertible es su participación definitiva en todos aquellos aspectos de la vida que muestran (o parecen mostrar) alguna forma de programa o comportamiento dirigido a metas predeterminadas. Barthez es importante en esta historia porque su vitalismo es mucho más biológico que trascendental; en sus escritos se encuentra el germen de uno de los reductos contemporáneos del vitalismo, cuyo postulado fundamental es que la vida es irreductible a dimensiones puramente físicas y/o químicas.
Barthez murió a principios del siglo XIX (en 1806), dejando las bases del vitalismo científico bien cimentadas, de modo que aún hoy resulta vigente clasificar a los vitalistas contemporáneos en dos grupos genéricos: los stahlianos y los barthesianos. La diferencia principal entre los representantes de cada uno de ellos es muy simple: la relación del "ánima" o "principio vital" con la divinidad, casi siempre ligada a la posibilidad de alcanzar la vida eterna. Para Stahl, el "ánima" tiene su origen y su destino en la divinidad; para Barthez, el "principio vital" se extingue con la muerte del individuo. Pero para ambos, el elemento inmaterial que postulan representa una solución aceptable a la incertidumbre, una salida para la ignorancia, una explicación definitiva de lo desconocido.
El discípulo y sucesor de Barthez en Montpellier, Charles Louis Dumas (1765-1813), escribió un tratado de Fisiología muy popular, que apareció en 1800 en francés, y en alemán en 1807, titulado significativamente, Physiologie philosophique, en el que pretende exponer las condiciones, propiedades y fuerzas de la action vitale en toda su amplitud. Dumas creyó poder deducir cuatro fuerzas fisiológicas: la force sensitive, la force motrice, la force asimilative y la force de resistence vital.
Pierre Jean George Cabanis (1757-1808), médico, sensualista y vitalista, subrayó constantemente el papel de la observación, la experimentación y el análisis para el perfeccionamiento de las ciencias médicas. Pensaba que el vitalismo no tenía porqué apartarse necesariamente del experimento y la observación, aunque incitó a separar más estrictamente el "reino" de la física y la química del de la biología.
François Xavier Marie Bichat (1771-1802), proclamó un vitalismo analítico que refiere a los órganos lo que el vitalismo atribuye al órgano entero. Afirmó que "las leyes físicas son constantes, pero las funciones vitales son muy variables y escapan a todo cálculo". Como sensualista y vitalista mantuvo la opinión de la existencia de un principio vital, pero con naturaleza desconocida, ya que según él, el conocimiento de las causas primeras está vedado al hombre. Sólo podrían deducirse las fuerzas vitales de los fenómenos vitales y peculiaridades observados. Bichat clasifica las funciones vitales en dos formas: La vida orgánica (continua) y la vida animal (intermitente). Determinadas propiedades vitales corresponden solamente a determinados tejidos. Esta vida propia de los órganos depende preferentemente de la respectiva participación de la sensibilidad y la contractilidad. Bichat distingue así la sensibilidad orgánica e inconsciente de la sensibilidad animal, que sentimos y percibimos conscientemente, y además una contractilidad animal (voluntaria) de los músculos, una contractilidad orgánica sensible, de las vísceras y una contractilidad orgánica insensible.
A Franz Anton Mesmer (1734-1815), médico austriaco, se debe la formulación inicial del "magnetismo animal". Su punto de partida fueron las experiencias que en 1774, realizó en Viena el astrónomo jesuita P. Hell, intentando comprobar la antigua idea que atribuía acciones terapéuticas a los imanes. Mesmer hizo extensivas a los cuerpos animados las mismas propiedades que parecían tener las láminas de acero imantado que utilizaba Hell. Por eso, frente al magnetismo del imán, describió un "magnetismo animal", basado en el supuesto de que también los organismos vivos y por tanto el ser humano emitirían un fluido magnético que, manipulado convenientemente, podría utilizarse con fines curativos. Bajo el demostrativo título de De influxu planetarum in corpus humanum, Mesmer defendió en su tesis de graduación una especie de "concepción magnética del universo". Un fluido sutil penetraría todo lo existente. Gracias a él, los cuerpos podrían desplegar sus fuerzas y propiedades e interactuarían entre sí, estando dotados de una fuerza magnética en la que radicaría en última instancia su mutua atracción o repulsión. La formulación definitiva de su pensamiento aparece expuesta en su obra fundamental, Mémoire sur la découverte du magnétisme animal, publicada en París en 1779, en la que se incluían sus célebres 27 proposiciones, resumen de sus principios teóricos y de su programa terapéutico.
De hecho, Hahnemann hace referencia al mesmerismo en los parágrafos 288 al 290 de la sexta edición del Organon de la medicina.
A fin de cuentas, el sabio de Meissen tenía razón, aportando nuevos principios e integrando conocimientos ya existentes para formar el maravilloso método curativo llamado homeopatía.
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
Balmes, Jaime. El Criterio. Seguido de la Historia de la Filosofía. Editora Latino Americana, S.A. México. 1957.
Barquin C. Manuel. Historia de la Medicina. Méndez Editores. 8ª ed. México. 1998.
Hayward, John A. Historia de la Medicina. Fondo de Cultura Económica. 1ª ed. en español. Trad. Carlos M. Torres. Fondo de Cultura Económica. Breviarios. México. 1956.
Herder. Diccionario de Filosofía en CD ROM.
Herreman, Rogelio. Historia de la Medicina. Trillas. 1ª ed. México. 1987.
Laín Entralgo. Historia Universal de la Medicina. Masson Multimedia.
Lyons, Albert. Petrucelli, Joseph. Historia de la Medicina. Americo Arte Editores. Ediciones Harcourt. Landucci Editores. Coed. especial de la 1ª ed. en español. Trad. María José Báguena, José Luis Barona y José Luis Fesquet. México. 2001.
Pérez Tamayo, Ruy. De la magia primitiva a la Medicina moderna. Fondo de Cultura Económica. 1ª ed. La Ciencia Para Todos. México. 1997.
Pérez Tamayo, Ruy. El Concepto de Enfermedad. Su evolución a través de la historia. Tomo I. Facultad de Medicina, UNAM. Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología. Fondo de Cultura Económica. 1ª ed. Selección de Obras de Ciencia y Tecnología. México. 1988.
Pérez Tamayo, Ruy. El Concepto de Enfermedad. Su evolución a través de la historia. Tomo II. Facultad de Medicina, UNAM. Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología. Fondo de Cultura Económica. 1ª ed. Selección de Obras de Ciencia y Tecnología. México. 1988.
Porter, Roy (coord.). Medicina. La Historia de la Curación. De las Tradiciones Antiguas a las Prácticas Modernas. Lisma Ediciones. 1ª ed. en español. Trad. Margarita Sandoval y José Carlos Andrés. España. 2002.
Reale, Giovanni. Dario Antiseri. Historia del Pensamiento Filosófico y Científico. Tomo I 3ª ed. en español. Versión castellana de Juan Andrés Iglesias. Herder. Barcelona. 2001.
Reale, Giovanni. Dario Antiseri. Historia del Pensamiento Filosófico y Científico. Tomo II. 3ª ed. en español. Versión castellana de Juan Andrés Iglesias. Barcelona. 2001.
Reale, Giovanni. Dario Antiseri. Historia del Pensamiento Filosófico y Científico. Tomo III. 3ª ed. en español. Versión castellana de Juan Andrés Iglesias. Barcelona. 2001.
Salinas Cantú, Hernán. Historia y Filosofía Médica. McGraw-Hill Interamericana Editores, S.A. de C.V. 2ª ed. México. 1998.
Vasconcelos, José. Historia del Pensamiento Filosófico. Ediciones de la Universidad Nacional de México. México. 1937.
Windelband, Wilhelm. Historia General de la Filosofía. El Ateneo, S.A. 1ª ed. en español. Trad. Francisco Larroyo. Barcelona, 1960.
Xirau, Ramón. Introducción a la Historia de la Filosofía. Universidad Nacional Autónoma de México. 11ª ed. Textos Universitarios. México. 1990.
Autor: Dr. Fernando Darío François-Flores, Secretario de Archivos de la L. M. H. I., Homeopatía de México A. C., Carlos B. Zetina 57 C. P. 11800, TEL. (52) (55) 55 15 19 00, FAX (52) (55) 55 16 79 46, E-Mail: drffrancois@mexis.com, México D. F. (México)
No hay comentarios:
Publicar un comentario