1. INTRODUCCIÓN
La Modernidad ya no es lo que era. La confianza ciega que antaño tuvimos en la ciencia se ha quebrado, la promesa de un futuro siempre mejor gracias a los avances de la tecnología y el conocimiento aplicados a la vida cotidiana ha dejado de ser una creencia casi unánimemente compartida. Asistimos en el cambio de milenio al que pudiera ser el principio del fin del monopolio del conocimiento por parte de la ciencia. La amenaza de la degradación del medio ambiente por la acción humana, el solitario anonimato que experimentamos cuando acudimos a los grandes aparatos de la burocracia estatal, la frialdad con la que las grandes empresas apuntan a su cuenta de costes las víctimas de un escape de gas venenoso, la ansiedad que nos produce simplemente comer porque desconocemos qué componentes tóxicos habrán sido empleados para producir nuestro alimento... La ciencia y la técnica ya no son sólo aquel compañero que haría nuestra existencia más plena. Hemos tomado conciencia de los riesgos que comporta para la vida misma el dominio de la tecnociencia en todos los aspectos de la vida (Beck, 1998). Por eso cada vez buscamos más alternativas en conocimientos antiguos y olvidados, o en los procedentes de culturas que hasta ahora nos resultaban ajenas y hasta inferiores (Aparicio Mena, 2007). Al mismo tiempo, nos volvemos contra ese colectivo al que antes confiábamos sin dudar nuestra suerte para pedirle explicaciones de ese saber que tan celosamente se ha mantenido apartado del escrutinio público (Moral Ituarte y Pedregal Mateos, 2002). Por vez primera se articula una crítica al conocimiento científico, a menudo desde dentro de la propia ciencia (Bochatay et. al., 2002). Por su parte, los defensores de la ciencia dura se repliegan y contraatacan calificando de superchería y barbarie cualquier conocimiento ajeno al que ellos producen (Lizcano, 2006:73-92). El conflicto está servido, y ya ha sido incluso bautizado: las Science Wars, las guerras de ciencia (Blanco, 2001).
La medicina es probablemente la ciencia más presente e influyente en nuestra vida cotidiana, y para gran parte de las personas representa el único contacto directo con la práctica científica. Interviene sobre una dimensión universal de la vida humana, como es la salud, de ahí que constituya un campo dónde las tendencias descritas más arriba se manifiestan con mayor claridad. La medicina occidental comienza a ser cuestionada, mientras nuevas disciplinas emergen proponiendo terapias radicalmente distintas a las de aquella, de las cuales la homeopatía es quizá la más extendida y socialmente aceptada. Ahora bien, teniendo en cuenta que la intervención sobre el cuerpo está regulada legalmente en nuestras sociedades, y más adelante veremos por qué, el conflicto entre la medicina "convencional" y las medicinas "alternativas" se recrudece y politiza intensamente cuando las segundas reclaman su incorporación a un marco legal hasta el momento monopolizado por la primera (Mantero de Aspe, 2000). Una situación que vivimos actualmente en España.
Ahora bien, ¿cuáles son las diferencias reales entre la medicina convencional y la homeopatía?, ¿cómo perciben y construyen el cuerpo sobre el que actúan? En este texto me propongo acceder a la estructura subyacente de ambos discursos a través del análisis de las metáforas que lo constituyen. Con Paul Ricoeur (2001), George Lakoff y Mark Johnson (2007) y Emmanuel Lizcano (1999, 2006) consideraré que las metáforas son algo más que una figura literaria de fines puramente estéticos. Por el contrario, la metáfora es un mecanismo cognitivo fundamental presente en todo discurso, imprescindible para organizar la percepción. La metáfora nos sirve para definir objetos difíciles de aprehender por su novedad o relatividad (por ejemplo, el amor, la
confianza, etc.), de modo que los entendamos en términos de otros más concretos o más familiares para nosotros. En este sentido, todo concepto es siempre metafórico. Respecto al presente estudio, me concentraré en aquellas metáforas referentes a cómo se entienden el cuerpo, la salud y la enfermedad y el papel del profesional desde los dos tipos de medicina. No me detendré en las metáforas que cotidianamente encontramos en nuestra cultura (y que Ricoeur califica de muertas, precisamente porque hemos olvidado que lo son), ni aquellas típicas de la ciencia como modo de conocimiento, como por ejemplo, el uso de metáforas visuales (observación, a la vista de, etc.) o la ocultación del sujeto hablante para crear sensación de distanciamiento.
He escogido dos textos como ejemplos de la cosmovisión de las dos medicinas. El primero, alineado con la medicina científica, es un dossier elaborado por la asociación Arp - Sociedad para el Avance del Pensamiento Crítico, a petición del Institut d’Estudis de la Salut (Departament de Sanitat i Seguretat Social de la Generalitat de Catalunya). Titulado "¿Es efectiva la homeopatía?", lo firman Carlos Tellería, Victor J. Sanz y Miguel A. Sabadell y se encuentra disponible en Internet en la dirección http://www.arp-sapc.org/articulos/homeopatia/ . Por su parte, el documento con el que estudiaré el discurso homeopático, de título "Homeopatía: Fundamentos Científicos", es un artículo aparecido en el volumen 6-número 2 de la revista FMC-Formación Médica Continuada en Atención Primaria (disponible en la web) correspondiente a febrero de 1999. Sus autores son tres médicos, los doctores Alfredo Ballester Sanz, M.J. Sanz Franco y Electo Galán Grau. El interés principal de ambos reside en que comparten un mismo tono y un mismo contenido, aunque desde posiciones opuestas: la legitimación de la perspectiva propia y la crítica a la del contrario. De este modo, en los dos se encuentran claramente expresados los principios de cada disciplina, tanto por parte de quienes se adscriben a ella como por sus adversarios. No obstante, cabe aclarar respecto a la homeopatía que no se trata de un saber tan unificado como la medicina oficial, de manera que existen diferentes corrientes autodefinidas como homeopáticas pero que difieren profundamente en sus enfoques. De todas maneras, no he seleccionado el texto prohomeopático como representativo de esta disciplina en general, ni de ésta o aquella tendencia dentro de la misma, sino de un estilo de concebir el cuerpo y la salud desde las medicinas alternativas, como se verá más adelante.
Finalmente, me gustaría aclarar que desde estas líneas no pretendo juzgar la mayor eficacia de una u otra terapia, tarea que excede con mucho las posibilidades de este artículo. Mi objetivo será únicamente examinar los pre-juicios (en sentido literal del término: los juicios previos) con los que la medicina oficial y aquellas que se presentan como alternativa construyen su objeto de estudio y entienden su propia labor como saberes.
2. LA SALUD DESDE LA PERSPECTIVA DE LAS CIENCIAS SOCIALES
Los conceptos de salud y enfermedad son universales culturales. Todas las sociedades conocidas conciben en sus imaginarios estados saludables y no saludables del cuerpo, así como discursos para explicar el paso de unos a otros y prácticas preventivas, curativas y de protección de la salud. Ahora bien, la variabilidad de estos relatos y prácticas relativos a la salubridad es enorme, distinta para cada cultura. El carácter expansivo de la cultura occidental y su hegemonía mundial en los últimos siglos ha provocado que creamos posible sólo una medicina, la medicina científica, la propia de nuestra cultura. Y sin embargo, existen muchas medicinas posibles, o mejor dicho, muchas posibles formas de afrontar la salud y la enfermedad, de las cuales la nuestra es sólo un ejemplo.
La medicina científica occidental se diferencia notablemente de cualquier otro modo de comprender y actuar sobre la salud y la enfermedad, principalmente en cinco puntos:
1) En su forma de concebir el cuerpo. Como todo el pensamiento científico occidental, la medicina cosifica el cuerpo, lo piensa como objeto, reduciéndolo a variables mensurables. De esta forma, el cuerpo pasa a ser sólo un espacio en el que se desarrollan los procesos de salud y enfermedad (Foucault, 2007).
2) En su explicación de las causas de la salud y la enfermedad. Al objetivar el cuerpo, la medicina lo convierte en un caso, concreción de una normalidad estadística. En consecuencia, la salud no se explica por la relación de la persona en un medio ambiente (natural y social), sino que se individualiza en el cuerpo aislado. La enfermedad pasa a ser un proceso exclusivamente biológico, y se describe asociando síntomas físicos a cuadros típicos, estadísticamente definidos. Dicho de otro modo, la atención se desplaza desde los enfermos a las enfermedades (Idem., Illich, 1978).
3) En el papel del sanador. Aunque la existencia de personas cuyo oficio es contribuir a la salud de la comunidad es muy antigua, el rol del sanador varía sensiblemente en la medicina científica. Tradicionalmente, el sanador ejercía el papel de mediador entre el sujeto y el medio ambiente. En la medicina occidental moderna, el médico pasa a monopolizar el ámbito de la salud hasta el punto de asegurarse legalmente que sólo un profesional de la medicina puede intervenir sobre el cuerpo. Los médicos son los únicos capacitados para producir salud y controlar la enfermedad: sólo ellos conocen el oscuro mundo de la enfermedad y sólo ellos tienen la competencia para utilizar las tecnologías (en sentido amplio) necesarias para restaurar la salud (Illich, op. cit.; Szasz, 1979).
4) El sujeto queda así despojado de la capacidad de controlar su propia salud, en la medida que su cuerpo es un objeto manipulable sólo por profesionales sanitarios. Históricamente cada cultura disponía de una serie de reglas de conducta (morales, dietéticas, sexuales, etc.) individuales y colectivas que el sujeto asimilaba para cuidar de su propia salud. La medicina moderna extrae de la sociedad la capacidad de velar por la salud y se la asigna para sí. De este modo, el individuo pasa a una posición heterónoma, en la que depende del médico para conservar su salud (Illich, op. cit.: 171-79).
5) Por último, la medicina científica difiere también en la definición de su tarea. En lugar de integrar la experiencia del dolor y la muerte en un sistema de significado que los haga inteligibles para el ser humano, como había sucedido hasta el presente, la medicina científica se fija como misión la eliminación de aquellas (Ibid.: 179-278), lo que René Dubos (1975) calificó como el espejismo de la salud. Obviamente, se trata de un objetivo inalcanzable, mas la medicina no deja de perseguirlo como un horizonte perpetuo. En el proceso la presencia de la medicina en la vida cotidiana no deja de crecer, acentuando así la posición dominante de sus profesionales y la dependencia del resto de la sociedad para afrontar la salud y la enfermedad.
En suma, la medicina científica moderna supone una ruptura histórica con los modos de tratar y comprender la salud y la enfermedad. Se ha constituido como un campo, en el sentido que Pierre Bourdieu (1997:199-201) le da a este concepto, caracterizado en otras cosas por separar nítidamente lo sagrado de lo profano, vale decir, los sabios y los legos. Sin embargo, es un campo expansivo, extiende su influencia por toda la sociedad al asegurarse el control de una dimensión fundamental de la vida humana como es la salud. Por ello también podemos considerar con Foucault que la medicina científica constituye un dispositivo de saber-poder, esto es, una multiplicidad de instituciones, discursos y prácticas dispersos por todo el cuerpo social, estructurando un orden de jerarquías, posibilitando una determinada lectura del mundo y construyendo a los individuos como sujetos y objetos del conocimiento (Moro Abadía, 2003). Como todo saber, la medicina no se define únicamente como un conjunto de reglas de producción de discursos considerados ciertos, sino que produce efectos de poder (Foucault: 1991, 1997). Aunque discrepo de Foucault y sus seguidores en considerar la voluntad de poder como el único motor de la producción simbólica (1), es indiscutible que la medicina científica no puede entenderse si se oculta (como a menudo trata de hacer la profesión médica) la dimensión de poder/ dominación que entraña (Rodríguez y De Miguel, 1990). Ésta se compone al menos de cinco ejes:
A) Control social: la medicina es uno de los principales dispositivos de ejercicio del biopoder. Para Foucault (1987:161-194; 1996:193-220) la característica fundamental de la Modernidad es la particular forma en la que se ejerce el poder. Si tradicionalmente el poder se ejerce sobre la tierra, en la Modernidad el poder se aplica directamente sobre la vida: persigue la potenciación y multiplicación de la fuerza vital sometida. La vida, tanto a nivel de la especie como del cuerpo individual, pasa entonces a ser un problema político, de modo que se construyen dispositivos de control que atraviesan todo el campo social: la demografía (con la que se mide el movimiento natural de población, y las consiguientes medidas de regulación de la natalidad), la sexualidad, los espacios en los que se encierran, vigilan y disciplinan los cuerpos (la escuela, la fábrica, la cárcel, el sanatorio mental, etc.) y por supuesto la medicina (Zola, 1972). Todos ellos actúan del mismo modo: problematizan el cuerpo como objeto de estudio y lo disciplinan normalizándolo, ajustándolo a parámetros reconocibles por el poder y susceptibles de ser manipulados por éste.
B) Explotación: si en la Modernidad el poder busca multiplicar y a la vez dominar la vida es porque no se basa tanto en la extracción de riqueza como en la de tiempo y trabajo de los cuerpos. El capitalismo, ese rey sol a cuya sombra se despliega la entera vida moderna, es inseparable del cuerpo social, lo explota, se sostiene y reproduce en él, tanto la vigorización como el control de los cuerpos se vuelve política y económicamente rentable. Por eso la medicina no sólo cumple una función de control, sino de ajuste de la población a los procesos económicos y de inserción de los cuerpos en el aparato productivo (Foucault, 1992: 144-149). De ahí la prioridad que la medicina científica otorga a la curación sobre la prevención: uno de sus objetivos primordiales es la reincorporación del enfermo a la cadena de producción y consumo (Chossudovsky, 1983).
C) Distribución: La medicina contribuye, además, a reforzar las desigualdades sociales. A pesar de la censura que la profesión médica ejerce sobre las causas sociales de la enfermedad, numerosos estudios muestran que las desigualdades sociales explican gran parte de las diferencias en salud, de modo que al ignorar éstas como causas de la insalubridad la medicina reproduce las estructuras jerárquicas de la sociedad (Durán, 1983; Muntaner y Benach, 2005; Navarro, 1978; Rodríguez y De Miguel, 1990: 53-97; Waitzkin, 1989). Además, los recursos sanitarios se distribuyen de un modo escandalosamente injusto: se gasta más en quien menos lo necesita (Rodríguez y De Miguel, 1990: 12-13; Waitzkin, 1983). La clase social es también un factor de diferenciación de las capacidades de salud. Las clases altas disponen de más recursos para acceder a los mejores medios sanitarios y capacidad para emplearlos y relacionarse con los profesionales. Las clases populares en cambio se ven despojadas por el monopolio médico de sus tradicionales medios comunitarios de regulación de la salud, por lo que se ven a merced de un complejo sanitario que se les presenta como única alternativa (Boltanski, 1975). Por último, la investigación médica privilegia la búsqueda de remedios a enfermedades propias de los grupos dominantes, como han puesto repetidamente de manifiesto las críticas feministas (Fox Keller, 1991; Ortiz Gómez, 1999).
D) Profesional: El monopolio de los médicos sobre la salud de la población les confiere una posición dominante en la estructura social. Los médicos definen la salud y la enfermedad, asignan recursos, dirigen el complejo sanitario, controlan la educación en salud y la formación de los futuros profesionales, designan los procesos terapéuticos y se aseguran que nadie sino ellos pueda llevarlos a cabo. Todos estos elementos hacen de los médicos uno de los cuerpos profesionales con mayores privilegios y capacidad de decisión e influencia. No es tampoco de extrañar que sea una de las profesiones mejor valoradas y retribuidas (Illich, 1978; Freidson, 1978, 1986).
E) Acumulación de capital: la salud es también un negocio que proporciona gigantescos beneficios. La atención sanitaria privada, las corporaciones farmacéuticas, de producción de tecnología y bienes de equipo sanitarios y últimamente las de productos dietéticos o las editoriales de libros y revistas de promoción de la vida saludable componen un complejo industrial al que interesa -y mucho- mantener y aumentar la dependencia de la medicina científica por parte de la población. Constituyen un formidable grupo de presión que fortalece una demanda de salud que sostenga el mercado sanitario (Huertas, 1998; Starr, 1982; Waitzkin y Waterman, 1974).
En suma, el saber médico se encuentra articulado con un conjunto de intereses que le inclinan a mantener, e incluso intensificar, sus postulados fundacionales. En dos sentidos principalmente. Primero, en que profundice cada vez más en el cuerpo buscando las causas de la enfermedad, de modo que un mecanismo del campo médico es prestigiar la investigación cuanto más pequeño, abstracto e impenetrable es el objeto de estudio, proceso que comparte con otras ciencias, siempre en busca de principios constituyentes, como la física de partículas (Thuillier, 1990: 172-74). Segundo, en sentido casi contrario al anterior, medicalizar cada vez más aspectos de la vida, como un modo de extender la influencia y poder de la medicina en la sociedad. Los trastornos mentales, la dieta, la belleza, la sexualidad, la discapacidad, las adicciones e incluso el comportamiento (merced a su supuesta explicación por la genética) han pasado a ser considerados objetos del conocimiento médico, y como tal susceptibles de ser tratados por el mismo, lo que equivale a decir que pueden ser curados (Allué, 2003; Conrad y Schneider, 1980; Marquez y Meneu, 2007; Sontag, 1980; Szasz, 1962). Mientras tanto, la medicina científica muestra cada vez una incapacidad mayor para asegurar la salud en nuestras sociedades, en especial con relación al descomunal volumen de inversión que moviliza (Carlson, 1975; Illich, 1978). Se manifiesta que la medicina pone sus propias necesidades por encima de las de la población a la que supuestamente sirve. Empieza a plantearse la existencia de una contradicción entre salud y sanidad (Rodríguez y De Miguel, 1990: 1-46). Este es el escenario en el que otras medicinas, en principio opuestas a la oficial, se ofrecen como alternativa.
3. EL TRATAMIENTO HOMEOPÁTICO
La homeopatía es un medio terapéutico que tiene su origen en el médico alemán Samuel Hanneman (1755- 1843), si bien algunos homeópatas lo remontan a Hipócrates y reivindican también el papel de Paracelso (Ballester Sanz et. al., 1999: 71-73). Como metodología sanitaria, la homeopatía se sitúa en la tradición empirista, en oposición al racionalismo cartesiano típico de la medicina oficial. Así, mientras ésta procede deductivamente buscando en lo particular tendencias generales (esto es, enfermedades en los síntomas de cada persona), la homeopatía se concentra en el caso concreto y lo relaciona con la generalidad del ambiente en el que se encuentra inserto el cuerpo (Ibid.).
El principio en el que la homeopatía apoya su sistema curativo es la Vis Natura Medicatrix o fuerza vital, equivalente al physys griego, y que da cuenta de la capacidad natural del cuerpo para sanar autónomamente (Esteva de la Sagra, 2006: 86-87). La tarea de la terapia sería entonces el apoyo y dinamización externa de dicha potencialidad del cuerpo para sanar por sí mismo. De ahí parte la crítica homeopática a la medicina científica, por ignorar la virtud de la Vis Natura Medicatrix, empleando en su lugar remedios químicos externos, potencialmente tóxicos o agresivos para el organismo.
¿Cuál es la alternativa propuesta desde la homeopatía? Basándose en las observaciones de Hanneman, en principio confirmadas en estudios posteriores, la terapia homeopática defiende que la curación no debe proceder de elementos contrarios a los que provocan los síntomas de las enfermedades -como sucede en la medicina científica- sino de sustancias que produzcan los mismos síntomas. A este principio se le conoce como ley de semejanza, y de él toma nombre la homeopatía, etimológicamente "curar con lo mismo" (2) (Ullman, 1990: 30-35). La homeopatía afirma que el tratamiento basado en la ley de semejanza sigue la misma lógica que uno de los procedimientos más extendidos de la medicina oficial: la vacunación. Al igual que en una vacuna, los remedios homeopáticos pretenden curar a partir de sustancias que produzcan en el cuerpo los mismos síntomas que la enfermedad, aunque viendo reducida su potencia. Así, se estimula la capacidad autocurativa del organismo al exponerlo a estímulos similares a los de la enfermedad. La toxicidad de las sustancias que componen los medicamentos homeopáticos se reduce diluyendo en agua en dosis infinitesimales y agitando repetidamente el preparado, presumiendo que el agua adquirirá de este modo las propiedades de dicha sustancia (Ibid.: 38-42). Esta metodología se fundamenta en la llamada ley de infinitésimos, y constituye uno de los principales blancos de crítica a la homeopatía por parte de la ciencia oficial, en la medida que contradice algunas de las teorías centrales de la química. Los homeópatas por su parte se defienden afirmando que su disciplina no persigue tanto explicaciones causa-efecto como efectividad en el proceso terapéutico, toda vez que además sus remedios son mucho menos agresivos para el organismo que los de la medicina oficial (Ballester Sanz et. al., op. cit.: 73).
Por otro lado, los preparados homeopáticos no son genéricos, algo que contradiría algunos de los postulados fundamentales de su filosofía. Cada remedio debe adaptarse al caso concreto, de modo que su efecto depende del metabolismo del sujeto, que a su vez depende de su estado general: temperamento, genética, medio social, etc. Este es el tercer principio de la homeopatía, la ley de individualización, y se resume en una máxima: no hay enfermedades, sino enfermos (Ullman, op. cit.: 33-38). La homeopatía localiza en la persona unos síntomas, para el cual selecciona unos remedios de similares características, y ajusta la dilución y composición final del mismo en función de las particularidades del caso.
Así pues, la homeopatía es una terapia holista y empírica, preocupada antes de los procesos curativos que de la acumulación de conocimientos. Constituye por tanto un saber muy distinto al de la medicina científica. Al menos en principio.
4. METÁFORAS DEL CUERPO Y LA TERAPIA EN DOS SISTEMAS TERAPÉUTICOS
Una vez repasados a grandes rasgos las características más significativas de las medicinas científica y homeopática vamos a comenzar el análisis de sus discursos a partir de las metáforas que los sustentan y de las jerarquías establecidas entre las mismas. Recordemos que me limitaré a las metáforas específicas de los discursos sobre la salud, el cuerpo y el papel del médico en el proceso curativo, obviando aquellas comunes a nuestra cultura en general y a los discursos científicos en particular.
Comenzando por el texto alineado con la medicina científica, no sorprende que la principal operación metafórica ataña a la inversión operada entre sujetos y objetos. Así, las principales metáforas referidas a la persona enferma la construyen como objeto, subrayan su pasividad e impotencia en el conjunto del proceso curativo:
"Sin embargo, esto no es suficiente para postular que los pacientes estaban afectados por la misma enfermedad" "Ahora bien, durante esta experiencia no se realizó ninguna investigación sobre los virus (estudios virológicos) causantes de los síntomas gripales observados en los diferentes pacientes" "(...) interpretó que estaba padeciendo los síntomas propios de la fiebre, como enfermedad" "(...) enfermos repartidos en dos grupos de forma aleatoria, uno de los cuales recibe el oscillococcinum y el otro un placebo"
He ahí el por qué del nombre con el que la medicina nos califica al tratarnos: el paciente, metáfora que comparte campo semántico con pasividad, que sugiere inmovilidad, resignación, conformidad. El paciente recibe, es observado, es atacado, es prescrito. Pero nunca interviene en su propia salud, nunca adopta una posición activa, participativa (3). Resulta igualmente significativo el abundante uso de formas verbales en modo pasivo o pasivo reflejo, que tienen la virtud además de ocultar al sujeto hablante, una estrategia retórica típica del discurso científico. Por lo demás, a partir de la metáfora principal que cosifica a la persona se desarrolla una red de metáforas secundarias que refuerzan esta objetivación. Una de las más importantes es la que considera al enfermo un recipiente:
"En efecto, en una vacunación se inocula a un paciente un germen debilitado, buscando la reacción natural del organismo" "Así, en el caso de la medicina científica, ésta tiende a conocer todos los procesos que ocurren dentro del organismo, a fin de conocer las causas de los males... "
En el mismo sentido, otra metáfora es la que retrata al individuo como un espacio o superficie:
"Los efectos observados en su propio organismo fueron precisamente los típicos de un estado febril, lo que llevó al médico alemán a asociar los síntomas producidos por la sustancia en un individuo sano, con sus efectos sobre un enfermo con idénticos síntomas." "No existen cuadros específicos y universales de una enfermedad, sino que los síntomas son únicos en cada enfermo"
O la que lo entiende como producto:
(...) ¿Cómo pueden realizarse experimentos clínicos si, en virtud de la ley de la individualización, es imposible obtener grupos homogéneos de enfermos?"De hecho, uno de los pocos momentos en los que se reconoce actividad por parte del enfermo es precisamente para subrayar que, al fin y al cabo, ha de aceptar su condición de parte pasiva en la relación con la medicina:
"La publicación de los resultados satisfactorios que algunas personas creen haber tenido tras someterse a un método homeopático parece surtir más efecto en la comunidad que los artículos explicando que los productos homeopáticos no tienen efectos farmacológicos."
El rol de sujeto es, sin embargo, mucho más difuso. Recae en una serie de elementos que intervienen en la salud y la enfermedad, que tienen poco en común entre sí salvo por dos puntos. Primero, todos son de rango inferior al cuerpo, es decir, son más pequeños o elementales que el cuerpo de la persona: componentes del mismo (órganos, tejidos, sistemas, células, hormonas, genes...) o elementos externos orgánicos (virus, bacterias, hongos, etc.) o inorgánicos (sustancias, elementos químicos, medicamentos, etc.). Segundo, todos ellos entran dentro del campo de conocimiento casi exclusivo del saber médico, ya sea por su aparente invisibilidad -escondida en el espesor del cuerpo al que sólo el profesional tiene acceso, u observables sólo a través de su atenta mirada o empleando sus instrumentos-, ya por la complejidad en su entendimiento, en la comprensión de su existencia y funcionamiento, terrenos reservados del experto, fuera de la capacidad del lego. Estas dos características coincidentes son, en realidad, coherentes entre sí y con la construcción discursiva de la persona como objeto. En efecto, como ya comentamos más arriba, el mecanismo explicativo de la salud en la medicina oficial pasa por buscar sus causas en procesos exclusivamente físicos anclados en el cuerpo, si bien la enfermedad siempre proviene de elementos externos, desplazando la atención desde la totalidad a los componentes microscópicos. No es de extrañar entonces que este saber emplee lo que Lakoff y Johnson (op. cit.: 63-70) denominan metáforas ontológicas, aquellas que personalizan los objetos dotándoles de cualidades humanas, cuando habla de estos microcomponentes. Otorgándoles un protagonismo que niega al mismo ser humano, la medicina científica asegura su monopolio del conocimiento y la práctica sanitarios, pues sólo el médico dispone de los recursos necesarios para penetrar en su mundo opaco, sólo su mirada se encuentra convenientemente entrenada para atisbarlos tras el síntoma visible. El mismo enfermo carece de la competencia necesaria para comprender lo que le sucede, o mejor, lo que sucede dentro de su cuerpo y por debajo de su percepción. Necesita, en consecuencia, al especialista. Así, la propiedad compartida por esta multiplicidad de objetos, agentes de la salud y la enfermedad, la que motiva que se constituyan en blanco de las metáforas
ontológicas, es quedar fuera del conocimiento común, ser aprehensibles únicamente por el saber médico. Por ello, a efectos sintéticos condensaré esta variedad de objetos-sujeto en el concepto dominios médicos, que pasaré a utilizar a partir de este momento.
Corresponde entonces a los dominios médicos la agencia en la salud y la enfermedad del paciente, como reflejan numerosos pasajes del texto:
"Toda sustancia activa farmacológicamente, provoca en el individuo sano y sensible un conjunto de síntomas característicos de dicha sustancia." "Mediante ingeniería genética es posible conseguir cepas bacterianas idénticas a las originales, pero con el gen productor de la toxina bloqueado o eliminado, lo que las hace incapaces de producir enfermedad alguna" "Pero si partimos del hecho de que la causa de las enfermedades no es un desequilibrio en la energía vital, sino que su origen está en agentes patógenos externos."
De nuevo, se despliega en el texto una serie de metáforas dependientes de la dominante, consistentes con ella y encaminadas a fortalecer los efectos de sentido que produce. Dado que los dominios médicos son sujetos de la salud y la enfermedad, son capaces de muchas actividades que creíamos propias sólo de seres humanos (4). La metáfora bélica es una de las que con más frecuencia aparecen en este sentido:
"Para los homeópatas, sólo existen dos formas de atacar a una enfermedad; con lo mismo, “por simpatía”, mediante aquello que se orienta en la misma dirección que el mal, y con el contrario, “por antipatía”, mediante aquello que se opone al mal directamente." "Mantienen sin embargo su especificidad, por lo que serán reconocidas por el sistema inmunológico como agentes invasores nocivos." "(...)—los elementos químicos y las moléculas inorgánicas no son antígenos, y no disparan ningún tipo de mecanismo inmunológico—" "(...) sistemas de defensa desconocidos para la inmunología"
En cualquier caso, los dominios médicos pueden hacer muchas otras cosas. Se relacionan y comunican entre sí, producen e intercambian como en la economía, residen en espacios, median y reaccionan como en los conflictos políticos, tienen propiedades, manipulan objetos y por supuesto curan y enferman:
"Los experimentos ideados por Benveniste consistían básicamente en poner en contacto preparados de leucocitos con suero de cabra cada vez más diluido en agua destilada, y comprobar si los leucocitos (o más concretamente, mastocitos y basófilos) reaccionaban frente a los anticuerpos anti-IgE presentes en el suero (antisuero anti-IgE), liberando histamina y otros mediadores vasoactivos e inflamatorios." "Como la penicilina produce una reacción alérgica, entonces cura la urticaria. Como puede curar una neumonía, también puede provocarla. Como cura la gonorrea, la debería causar a los sanos. Como la estreptomicina puede curar la tuberculosis pulmonar, puede hacer enfermar de tuberculosis a los sanos. De igual forma, los antihipertensivos deben ser igualmente capaces de producir un aumento de la tensión arterial." "Una segunda hipótesis sería aquélla según la cual el principio activo modifica no se sabe qué característica del disolvente, que conservaría así las cualidades de aquél" "¿Por qué el soluto transmite al disolvente sus cualidades curativas y no su toxicidad?" "Para la Homeopatía y demás Pseudomedicinas, las causas de las enfermedades no son las mismas que las que investiga y descubre la Medicina Científica, a lo más, sólo participan como coadyuvantes, sólo son comparsas en la producción de las enfermedades."
Asimismo, los dominios médicos también tienen cualidades similares a las nuestras:
"Así, los medicamentos fuertes —o sea, los que matan, como el arsénico— deben administrarse en dosis poco elevadas; los menos fuertes, en dosis más elevadas; y los débiles, a personas sanas de constitución delicada, irritable y sensible." "Esto lo explican diciendo que con dosis infinitesimales disminuye la toxicidad del preparado —algo que resulta obvio—, pero simultáneamente aumenta su efectividad y rapidez curativa" "Para realizar un diagnóstico correcto homeopáticamente hay que realizar una lista exhaustiva de la sintomatología pero, debido a la ley de la Individualización, fijándose en aquellos que sean los más sorprendentes, originales, inusitados y personales."
Ahora bien, si los dominios médicos son los sujetos de la salud y la enfermedad, ¿cuál es entonces el lugar del médico? Usurpada la actividad del profesional, éste necesita un espacio dónde ubicar su práctica, y que necesariamente no puede ser la intervención activa, pues está reservada a los dominios médicos. Y sin embargo, el médico participa, si no nos veríamos obligados a cuestionar su existencia. Esta contradicción se resuelve discursivamente asignado al médico la metáfora del gestor. Como un funcionario o un técnico, el doctor se limita a una aplicación racional de una metodología rigurosa. No se implica, sino que orienta el proceso que se desarrolla dentro del organismo. Al igual que al escribir, la medicina tiende a reducir la participación del médico como sujeto activo, probablemente con la intención de evitar cualquier sospecha de que su subjetividad forma parte de la terapia:
"La curación se puede obtener mediante la administración de una pequeña cantidad de la sustancia cuyos efectos sean similares a los de la enfermedad" "Este proceso desencadenado por la vacunación supone además una diferencia notable entre la vacunación y un tratamiento homeopático." "En el caso de la homeopatía, se pretende extender el método de vacunación a síntomas —no a gérmenes específicos—, suministrando principios activos no necesariamente biológicos" "No existen cuadros específicos y universales de una enfermedad, sino que los síntomas son únicos en cada enfermo, y por tanto la aplicación del tratamiento es único e intransferible"
Otra metáfora que habla del médico y que coincide parcialmente con la anterior, es la del mecánico. De nuevo, el médico aparece como un técnico: repara las piezas de un mecanismo, que en realidad funciona por sí mismo:
"Ya sólo le queda a Roy poner en práctica las técnicas homeopáticas, es decir, poner a punto un tratamiento “eficaz” en las enfermedades"
Por supuesto, además de administrar el médico observa y nombra. De su mirada depende que el síntoma indique la enfermedad que aqueja a su paciente, y en consecuencia la curación más apropiada, las cuales están ya prescritas. El profesional debe limitarse a aplicarlas:
"(...) la Homeopatía ni diagnostica verdaderamente ni trata causalmente las enfermedades" "Este estudio consiste en la ya mencionada suministración de distintas sustancias a un individuo sano, para observar si los síntomas producidos son iguales a los de la enfermedad que se desea curar"
Hasta aquí he atendido a las metáforas que articulaban el discurso del texto crítico con la terapia homeopática. Lo que más sorprende cuando se afronta el documento que defiende la postura contraria, favorable a la homeopatía y crítica con la medicina oficial, es que el uso de las metáforas es el mismo. Veamos por ejemplo cómo se conceptualiza metafóricamente el cuerpo desde el discurso homeopático:
"(...) los pacientes que recibieron los medicamentos homeopáticos mejoraron apreciablemente más que los que recibieron su correspondiente placebo" "(...) seleccionando a pacientes de un solo remedio como premisa de inclusión" "(...) por lo tanto, no cubre la totalidad del enfermo" "(...) el proceso de curación avanza desde las partes más profundas del organismo (mental, emocional y órganos vitales) hacia las externas, como la piel y las extremidades"
El cuerpo como objeto, como recipiente, como superficie: las mismas metáforas que se ponían en juego en el discurso crítico con su práctica. En cuanto al papel de los dominios médicos, volvemos a encontrarlos como verdaderos responsables de la salud y la enfermedad:
"La acción de un medicamento es diferente según el estado del sujeto o del órgano afectado." "(...) si repetidamente damos en personas sanas este medicamento reproduce síntomas muy parecidos a los de la gota" "El medicamento homeopático interviene en ese esfuerzo natural del organismo organizándolo, desbloqueándolo y estimulándolo, para conseguir finalmente la restauración de la salud" "El Profesor Bonavida, en la Universidad de California, está actualmente estudiando los efectos biológicos de ciertas moléculas antitumorales a concentraciones inferiores a las tóxicas usadas en la actualidad. Los resultados obtenidos indican que, a dosis 1.000-10.000-100.000 veces menores, no tienen efecto ellas solas"
En principio, asumir las metáforas que invierten la relación sujeto-objeto entre el cuerpo y los dominios médicos parece que pudiera ser contradictorio con los principios homeopáticos, que defienden la capacidad de autocuración de la persona. Si el enfermo tiene un potencial de curación, no parece apropiado construirle como objeto. Esta contradicción es salvada por el discurso homeopático introduciendo nuevos sujetos: el organismo, la fuerza vital:
"La fuerza vital es la expresión que los homeópatas emplean para referirse a los procesos energéticos y defensivos interconectados en el organismo, es decir, la capacidad innata del cuerpo para protegerse y curarse por sí mismo. La homeopatía reconoce la capacidad innata del organismo para mantenerse sano gracias a su fuerza vital, que regula sus funciones y reacciona de manera automática ante las agresiones externas, con el objetivo de restituir la salud. Esta capacidad de la fuerza vital, llamada vis natura medicatrix..." "La fuerza vital gobierna al organismo material tanto en el estado de salud como en el de enfermedad. Los síntomas son la expresión del desarreglo de la fuerza vital (fuerza directora de las funciones vitales)."
Aunque "el cuerpo" o "el organismo" son figuras que se encuentran más próximas a una definición de la persona como tal, en el discurso homeopático no dejan de ser una mediación semántica que escamotea un papel consciente y participativo del ser humano en su propia salud. Una vez más el enfermo es apartado del proceso curativo, dejando que sean la energía vital dentro de sí o su organismo quienes lo comanden. Del mismo modo, la homeopatía encuentra un espacio para el profesional, que de nuevo vuelve a ser el de gestor riguroso de unos procesos y unas metodologías que escapan al conocimiento de la mayoría:
"[La curación] puede obtenerse mediante la administración (a dosis infinitesimales), de la sustancia que produce experimentalmente en el individuo sano síntomas semejantes a los del enfermo." "La homeopatía es un método terapéutico que favorece la reacción del organismo enfermo mediante la aplicación de la Ley de semejanza." "Los tratamientos homeopáticos son aplicables tanto en niños, adultos o embarazadas."
Escudándose en el método impersonal, la participación activa del homeópata es eufemizada. Se limita a aplicar, a administrar, a gestionar. No nos resulta una novedad. El discurso homeopático comparte, con apenas unos pocos ajustes, las mismas metáforas con el de la terapia que dice criticar. Lo cual nos indica, en primer momento, que construyen su perspectiva del mismo modo. Pero, ¿cómo es posible que dos saberes que parten de principios tan diferentes acaben llegando a una misma meta? El análisis de sus metáforas puede volver a sernos de utilidad para tratar de averiguarlo.
5. DENTRO Y FUERA DEL LÍMITE
Una de las grandes paradojas de nuestro tiempo es que hemos comenzado a cuestionarnos la ciencia en el mismo momento de su triunfo casi definitivo, aquel en el que definitivamente se ha coronado como el saber por excelencia, el más reconocido en toda la sociedad. De hecho, quizá el único conocimiento legítimo. Quizá sea por que, como reza la conocida máxima del gran Antonio Gramsci, lo viejo ha muerto sin que lo nuevo acabe de nacer. Por el momento no podemos renunciar a la ciencia, pero tampoco la aceptamos acríticamente. Ni con la ciencia, ni contra la ciencia. Esta ambigua posición es muy común en el pensamiento contemporáneo y está dando lugar a saberes híbridos, difusos, fronterizos.
Considero que la homeopatía es uno de esos saberes. Ya su fundador, Samuel Hahnemann, mostraba una actitud ambivalente hacia la ciencia. Sus seguidores no han hecho sino acentuarla. Deseosos de alcanzar el reconocimiento como saber, los homeópatas, o al menos una parte del movimiento, llaman a la única puerta que puede garantizárselo: la de la ciencia. De ahí que abracen lo que Steve Woolgar (1991) ha llamado la ideología de la representación característica del cientifismo, y que afirma que el conocimiento científico es una fiel representación de unos hechos externos que están ahí para ser descubiertos, sin participación del sujeto del conocimiento. El distanciamiento, la anulación de la subjetividad, ese gran mito moderno, es la precondición de respetabilidad en el mundo científico, al que la homeopatía aspira. Esa es la razón por la que, en mi opinión, la homeopatía toma el arsenal discursivo de la ciencia, y en concreto el de la medicina, y lo utiliza con la esperanza de ser reconocida como terapia. De ahí el uso de las mismas metáforas en los dos textos.
Precisamente el análisis metafórico va a ayudarme a ilustrar mi argumento. Dado que los dos documentos escogidos suponen una crítica cruzada entre las dos terapias, sus discursos explicitan claramente la cuestión de la cientificidad (lo que sin duda equivale a legitimidad) de la homeopatía. Unos, para reclamarla, los otros para negársela. Como no podía ser de otro modo, los argumentos de ambos muestran una profusa utilización de metáforas, que además vuelven a ser coincidentes. La primera de ellas es la que piensa la ciencia como un espacio, acotado por unos límites. Ello implica que en la ciencia se está o no se está:
"Sus propias palabras constituyen un rechazo de la ciencia como forma de conocimiento, fenómeno éste muy frecuente en toda una serie de doctrinas y disciplinas actuales que se ubican a sí mismas “en las fronteras de la ciencia”." "(...) si partimos de la respetabilidad de los resultados como un punto fundamental dentro del método científico" "En Octubre de 1989 se celebra en Toulouse un “Foro de las medicinas alternativas y de la vida natural”. En ella tenían sitio propio, desde la homeopatía y la acupuntura, clásicos ya de las alternativas a la medicina, hasta terapias más recientes como la nutriterapia, la macrobiótica, la aromaterapia o la astrología médica. En medio de ellas, y muy en su lugar, estaba Jacques Benveniste presentando una ponencia sobre la memoria del agua" (Texto crítico con la homeopatía)
Especialmente en esta última cita podemos visualizar la lógica metafórica de la ciencia como espacio. La ciencia tiene unas fronteras que la definen claramente y unos puntos que la cartografían en el interior, se sobrentiende, los del método científico. Quienes no se encuentran dentro de él, tienen un sitio, pero no es el de la ciencia. Por su parte, los homeópatas directamente abren su artículo con la siguiente frase:
"La homeopatía es una medicina actual que se integra perfectamente dentro de la corriente de ciencias médicas y humanas que llamamos medicina holística."
Además de la metáfora espacializadora que trata de disipar cualquier duda acerca de la interioridad de la homeopatía en ciencia, los autores añaden que su disciplina se encuentra dentro de una corriente. Esta segunda metáfora añade un componente que sugiere el movimiento, y acaso también el carácter imparable, de la medicina holística: se está desplazando hacia dentro del espacio científico. A partir de este momento, se produce un esfuerzo continuo por localizar la homeopatía en la ciencia. Como el camino de baldosas amarillas del cuento El Mago de Oz, los autores insisten en que la metodología homeopática sigue el camino de la ciencia y que sus cimientos se enraízan en su campo:
"Todo el método de Hahnemann está basado en la experiencia, que no es ciega o casual, sino que adquiere el carácter de experimento científico al seguir los pasos del método inductivo en el descubrimiento y comprobación de la “ley de semejanza”Finalmente, los homeópatas culminan su introducción en la ciencia desplazando a la propia medicina del futuro de la sanidad:
"La medicina del siglo XXI, posiblemente, se centrará en métodos que estimulen las respuestas inmunológicas más que en tratar los síntomas"Así, mientras quienes están dentro de la ciencia tratan de expulsar de sus fronteras a la homeopatía y ponerla en su lugar, los aspirantes a introducirse se imaginan recorriendo un camino que inexorablemente les llevará no sólo a ocupar un sitio en la ciencia, sino a expulsar del centro de la misma a sus actuales ocupantes. En terminología foucaultiana podemos decir: un campo se ha constituido como espacio de luchas, dentro de las cuales un mismo objeto puede ser revertido tácticamente. Una segunda metáfora en la que el conflicto se manifiesta es más típica del discurso científico: la legalidad. El método científico es una ley, o más bien un código legal, cuyo estricto cumplimiento y aplicación es otra condición de legitimidad del saber. De nuevo las dos posturas comparten la metáfora, pero la emplean como arma en sentidos diferentes: los críticos de la homeopatía afirman que ésta viola las leyes, mientras que desde la posición contraria se proponen demostrar su respeto a las mismas:
"Hay que señalar que los medicamentos homeopáticos no cumplen los mismos controles que los fármacos" "Estos principios, establecidos por Hahnemann y que son aceptados como dogmas por los homeópatas, contradicen abiertamente los principios de la física, la química, la farmacología y la patología" "Atendiendo a la historia de la medicina, es muy sospechoso que los principios homeopáticos no hayan sido puestos en tela de juicio y se los considere casi como leyes fundamentales de la naturaleza." (Texto crítico con la homeopatía)Para los autores de este documento, no es que la homeopatía no tenga leyes, es que sus leyes se oponen a las de la ciencia, suponen un código legal diferente y lo que es peor contradictorio con el de la ciencia. Si se aspira a ser científico, ha de aceptarse que se juzgue la legitimidad de sus principios con el código legal de la ciencia, algo de lo que ellos mismos se encargan. Veredicto: culpable. La homeopatía está fuera de la ley científica. Los homeópatas, por su lado, reproducen la misma estrategia discursiva que realizaron anteriormente. En un primer momento, buscan una legitimidad interna, recordando que su disciplina está regulada, tiene leyes:
"Cuando se utiliza un solo remedio en todos los enfermos para una enfermedad no puede decirse que se cumplen las leyes homeopáticas de la individualización del remedio"En segundo lugar, la homeopatía no sólo tiene sus propias leyes sino que también cumple con la legalidad científica:
"[Hahnemann] Aplicó los pasos del método científico de modo irreprochable"Por último, se invierte la posición del contrario, recordando que determinadas técnicas sanitarias de la medicina oficial cumplen las leyes homeopáticas. Si un elemento aceptado como científico por la medicina tradicional es respetuoso con la ley homeopática, entonces todo el código legal de la homeopatía ha de ser reconocido como científico:
"Un ejemplo de un medicamento que cumple la ley de semejanza es Colchicum (colchicina) para tratar la gota"
6. A MODO DE CONCLUSIÓN
El conflicto entre la medicina tradicional y la medicina homeopática forma parte de una batalla más amplia, en la que están en juego los medios de legitimación del saber. La salud es uno de sus principales frentes, en tanto concierne a una dimensión fundamental de la vida humana. El cuestionamiento de la medicina científica, que algunos autores denominan incluso como crisis de la salud (Rodríguez y De Miguel, 1990: 3), abre la posibilidad a que nuevas terapias establezcan una concepción más activa e integral de la salud, que no oculte las causas sociales y ambientales de la enfermedad como ha venido sucediendo en los dos últimos siglos. La homeopatía es una de las disciplinas que con más fuerza apuestan por llenar este vacío. Sin embargo, la búsqueda de legitimación de su saber motiva que algunos de sus partidarios prefieran adoptar todos los tópicos del discurso científico en lugar de establecer uno propio y original, una auténtica alternativa que recupere el lugar de la colectividad en la regulación de su salud.
Evidentemente, no pretendo extender esta pesimista conclusión a todas las medicinas alternativas, y ni siquiera a todo el saber homeopático. Para intentarlo sería necesario al menos ampliar la muestra documental. No obstante, sí permite advertir que una construcción del discurso fundamentado en las metáforas de la ciencia tradicional muy probablemente conduzca al fracaso. Como recuerda Emmanuel Lizcano (2006: 251-55), los grandes proyectos de transformación social han fracasado en parte por que no han sido capaces de liberarse de las metáforas del enemigo. Y aunque las metáforas vivas -aquellas que se perciben todavía como tales y que aspiran a ser nuevas interpretaciones de la realidad (Ricoeur, op. cit.)- necesiten relacionarse con las metáforas dominantes para consolidarse en lo social (Lizcano, op.cit.: 68-71), asumir todo el aparato discursivo del rival supone jugar en su terreno, aceptar sus pre-juicios y por tanto tener la batalla perdida. Dicho en términos bourdieanos, si se acepta entrar en un campo, han de aceptarse también las reglas que rigen en el mismo (Bourdieu, 1997). Los homeópatas que tratan que su disciplina sea reconocida como parte de la ciencia pretenden jugar con su baraja un juego que no es el suyo y en el que el oponente tiene todos los ases en la manga, si se me permite el símil. Difícilmente podrá ser admitida la homeopatía en el campo científico si renuncia a la búsqueda de explicaciones del tipo causa-efecto, prioriza la efectividad terapéutica sobre la modelización formal, niega la posibilidad de un conocimiento acumulativo y se enfrenta a la mayor parte de los principios de otras ciencias como la química. Los fundamentos teóricos de la homeopatía tienen difícil ajuste con la metodología científica tal y como se encuentra formulada hoy día, algo de lo que parecen ser más conscientes sus críticos que los propios homeópatas. Si existe alguna posibilidad de que la terapia homeopática se asiente como un saber legítimo, ésta no pasa por la academia, sino por establecer un lenguaje propio y, por supuesto, por que la sociedad, o al menos parte de ella, lo asuma como válido.
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Notas:
(1) Foucault, y por ende todos aquellos que parten de su enfoque, consideran que poder y saber son siempre dos caras de una misma moneda. El poder y el saber aparecen siempre juntos, de manera que el primero posibilita la emergencia de regímenes discursivos que hagan visible y enunciable el mundo como objeto de conocimiento, lo cual es una precondición del ejercicio del poder (Foucault, 1991; 1997). No niego la relación entre saber y poder, pero considero que no toda práctica social puede reducirse a un juego de poder. Esta perspectiva deja fuera de la comprensión los comportamientos expresivos, la búsqueda de sentido, la sociabilidad o el deseo de autonomía, prácticas que en ningún caso pueden condensarse como partes constitutivas de la lucha por el poder. Sin duda guardan relación con ella, pero someterlas teóricamente supone, creo yo, pecar de reduccionismo.
(2) También por esta razón los homeópatas llaman medicina "alópata" (curar con lo diferente) a la medicina oficial.
(3) Curiosamente, esta asunción del enfermo como "paciente" no resulta contradictorio con las nuevas tendencias de "culpabilización", en la que se achaca al propio enfermo las causas de su enfermedad. Se trata de una estrategia muy común en la sanidad contemporánea, ante su incapacidad para afrontar determinadas patologías, como el cáncer. Probablemente esto se deba a que las recomendaciones de la medicina para prevenir la enfermedad no dejan de ser dictadas desde una posición paterna, de una autoridad que habla sin posibilidad de que el receptor replique. La sociedad debe seguir los dictados de los médicos, pero nunca cuestionarlos. Esto no problematiza la posición subordinada del enfermo respecto al profesional, por lo que no hace incurrir al discurso médico en la incoherencia: las metáforas utilizadas en su construcción siguen siendo válidas.
(4) Irónicamente, una de las principales críticas que los autores del documento hacia la homeopatía explicita conscientemente el mecanismo de metaforización ontológica. Al observar en la ley de semejanza una contradicción afirman que "Parece como si las moléculas de una sustancia activa tuvieran personalidad propia y muy mala avenencia. Así, cuando éstas se encuentran en gran número, prevalecen los efectos perjudiciales que provocan, mientras que en pequeño número se incrementa considerablemente su capacidad benefactora". ¡Achacan al adversario precisamente la misma operación discursiva que se repite constantemente en su texto!
Autor: José A. Cerrillo Vidal (Instituto de Estudios Sociales Avanzados – IESA/CSIC)
Artículo publicado en Intersticios: Revista Sociológica de Pensamiento Crítico, Vol. 2 (1) 2008:115-130 — http://www.intersticios.es/
1 comentario:
¿Qué tipo de conclusiones generales cabe extraer a partir de análisis metafóricos de objetos de estudio tan particulares como los presentes? ¿Cuál es la aportación de este enfoque metafórico para solucionar concretos problemas sanitarios, incluso considerando su naturaleza filosófica, pero no por ello necesariamente ausente de funcionalidad práctica? Claro que convienen en la homeopatía las aportaciones de la filosofía de la ciencia y de la medicina; personalmente, las considero necesarias, fundamentales. Fue todo un acierto introducirla como asignatura en todas las ediciones del Master de Homeopatía impartidas en la Facultad de Medicina de Sevilla, en las que tuve la satisfacción de participar como docente. Y cada vez que veo un escrito al respecto, como el presente, lo leo con sumo interés.
El escrito es demasiado prolijo en argumentos aparentemente centrales y aparentemente periféricos como para entrar en una valoración crítica suficiente y con una extensión razonable y adecuada a este espacio, valoración que por otra parte bien merece. Solo un par de apuntes o tres.
El autor selecciona dos escritos para su análisis: el primero realizado por varios autores cuya profesión desconocemos si es la Medicina. No la refiere el autor, ni a un servidor le queda claro después de visitar la página web y leer el artículo mediante el vínculo facilitado. De no ser así, de no ser prácticos de la Medicina los autores del escrito seleccionado para el análisis metafórico, no se sostiene la pretensión del autor de extraer conclusiones de modelos médicos del tipo que fueren a partir de los discursos de personas que no ejercen la Medicina. Si se confirma que el primer escrito seleccionado falla en sustentar cualquier conclusión referida al discurso médico porque sus autores no ejercen la Medicina, ya no es preciso ni mencionar el segundo escrito utilizado en el análisis, porque no procede el análisis comparativo entre ambos.
Por otra parte, el autor, previamente a cualquier análisis metafórico, presenta en la introducción toda una serie de supuestos, argumentos y referencias críticas para con el status sanitario predominante en nuestra cultura, y solo después procede al análisis metafórico. Estamos en el tipo de estudio que parte de unos supuestos previos (efectivamente, pre-juicios, como menciona el propio autor) que buscan justificación mediante una análisis diseñado ad hoc, en este caso la recopilación metafórica. De validez metodológica muy cuestionable, por tanto, para apoyar cualquier conclusión supuestamente derivada de dicho estudio. De hecho, las supuestas conclusiones ya fueron presentadas en la introducción del escrito.
Pretender con su análisis, “establecer las diferencias reales entre la medicina convencional y la homeopatía, cómo perciben y construyen el cuerpo sobre el que actúan”, y “acceder a la estructura subyacente de ambos discursos a través del análisis de las metáforas que lo constituyen”, se torna un objetivo desproporcionado a los medios empleados. Su propuesta de que la homeopatía “establezca un discurso propio y original, una auténtica alternativa que recupere el lugar de la colectividad en la regulación de su salud” sugiere tantos posibles significados como ninguno.
Lo que no quita para que estemos de acuerdo en algunos argumentos presentados y para reconocer tanto el interés del autor en este campo como el trabajo empleado en la realización de su escrito.
Pero para estos viajes se precisan otras alforjas.
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