Este viaje es un tanto lúgubre pero muy necesario para cambiar el rumbo del bienestar en salud de los ciudadanos en el futuro, pues nos la están dando con queso y ni siquiera es del “Caserío”, ya nos gustaría. Esos tiempos ya han pasado, cuando alegre e irresponsablemente se decía en aquél eslogan: “Del Caserío me fio”, y aunque no sabíamos todos los ingredientes, el queso por lo menos estaba cojonudo.
Cicerón, a su modo, ya se quejaba de lo que le tocó vivir con su famosa frase: ¡O témpora o mores! Para los que no saben ni papa de latín: ¡Oh tiempos, Oh costumbres! Hoy día, como no podía ser de otra manera, y según la ley de Murphy, hemos ido a pique. ¡No te puedes fiar ya ni de tu padre!
La estafa política, social y legal montada en torno a los ciudadanos de a pie es alarmante, y nos vamos a tener que rebelar de una puñetera vez, si queremos sobrevivir o, en su defecto, vivir para contarlo. Por otro lado, la mayoría de los ciudadanos tienen la culpa, por traidores y colaboradores, eso que quede clarito.
Esta nueva revolución –como todas- no va a ser fácil llevarla a cabo con éxito, pues ya lo dice Javier Marías: “Es como si cada vez más gente apoyara a delincuentes y quisiera ser gobernada por ellos”.
En todos sitios, a nivel general, hay ejemplos grandiosos en este sentido: Bush Jr. fue reelegido después del fraude cometido con su hermano en sus primeras elecciones, en Italia se premia repetidamente a Berlusconi con el poder, por sus innumerables fechorías verificables, que tanta gracia hacen a una gran parte de la población; y, sin irnos más lejos, en España, aunque hay para elegir, es emblemático -el de los trajes de Valencia-, que está tan orgulloso de estar procesado que ahora los fines de semana va en pantalones de pana y “jerselillo” a los mítines, y llega tarde para que veamos que ha cambiado. ¡Qué “malandrincillo”!
A otros efectos, y a propósito de lo mal que estamos también en otras cuestiones de ciudadanía local, como la vecindad, cito a Rosa Montero, escritora y articulista de El País Semanal -de sobra conocida, entre otros por mí-, que dice: “Los ciudadanos españoles tenemos una tradicional tendencia a engorrinar los espacios públicos. La mayoría de ellos agreden y ensucian el mismo porque lo que es de los demás es zona hostil”. Somos vecinos pero muy gorrinos (esto es de mi cosecha).
A donde quiero ir a parar es a que nos vamos desangrando y degradando poco a poco en nuestra vida diaria, porque somos cada vez más como los seres a los que premiamos en las urnas para que nos gobiernen, es decir, fantoches, matones, bribones, gangsters, bestias pardas y dictadores. ¡La estamos cagando!
A pesar de esta cruda realidad, y aunque no todo el personal se lo merezca, como hoy estoy absurdamente animado y desinteresado, os voy a echar una mano en un temita muy concreto e interesante como es el de las muertes por los fármacos que tomamos -por si le sirve a alguien-. Caen como chinches, aunque el número es desconocido o secreto en la actualidad, porque así interesa a casi todo el mundo.
Sí, sí, sí. Las cifras de suicidios que se van conociendo a cuentagotas son escalofriantes. Sólo en España, en 2008, hubo por primera vez más que muertos por accidente de tráfico: 3.457 frente a 3.021, lo que equivale a 9 suicidios diarios.
En toda esta escabechina de muertes secretas camufladas hay un gran porcentaje originado por causas directas o indirectas de los fármacos -aunque lo desconozco con exactitud, luego diré porqué-, pero también fallecen una gran cantidad muchísimo mayor por ellos sin que la gente se suicide, cifra igualmente oculta para los ciudadanos, lo que es más preocupante.
En 2009 la comisaria europea Androulla Vassiliou, declaró que una de las consecuencias de la crisis era el incremento de suicidios, nada menos que en un 25%. Es de libro que las crisis económicas siempre han aumentado los suicidios, pero casi nunca se especifica en ninguna estadística oficial que uno de los medios más habituales utilizados es la ingesta de fármacos, legales o ilegales, que para el caso que nos ocupa viene a ser lo mismo.
Para que nos vayamos haciendo idea de la magnitud del problema general de muertes causadas por fármacos, se ha hecho público el día 3 de este mes de marzo en Viena, el Informe Anual de la Junta Internacional de Fiscalización de Estupefacientes (JIFE), que dice:
“En los últimos 10 años, las muertes por un consumo excesivo de medicamentos han aumentado considerablemente, superando en algunos países al número de fallecimientos por sobredosis con drogas ilegales.
Esta grave situación ha merecido escasa atención hasta que la muerte de varios artistas prominentes se relacionó con el abuso de medicamentos de venta con receta. En muchas ocasiones los adictos combinan medicinas fabricadas lícitamente con drogas ilícitas”.
Siendo muy interesante el caso del ya difunto Michael Jackson (que llevaba toda su vida jugando con fuego-blanco hasta que se quemó), me preocupa -y debería preocuparnos más, por nuestra salud-, la situación de los que han palmado y seguirán palmando a causa de la teórica ingesta normal de fármacos sin voluntad personal de extinción, y de los que nunca más se supo ni se sabrá.
No hace falta ir muy lejos ni ser un genio, para saber que el grave problema lo tenemos cerquita, en nuestra vida diaria, aunque a muchos no les interesa que lo veamos. Hay “Beaucoup de Money Price” en juego. En caló, mucho parné.
Joan-Ramón Laporte, que es un “crack” en esto y lleva años avisando y pegando tiros al aire a los que casi nadie hacía caso y que ahora empieza a estar de moda (aunque ha molestado siempre mucho a la industria multinacional farmacéutica), nos orienta con algunas perlas cautivadoras en una reciente entrevista:
“La aspirina es el medicamento que más gente ha matado, porque es el fármaco que más se ha tomado y la percepción de su riesgo está distorsionada.
Cada medicamento tiene su peaje de efectos indeseados. La Agencia Europea del Medicamento calcula que cada año fallecen en Europa 197.000 personas a causa de efectos adversos. En EE.UU. los efectos adversos son la cuarta causa de muerte, detrás del infarto de miocardio, el ictus y el cáncer.
Si la toma o la prescripción del medicamento fuera más atenta a los riesgos que conlleva, se calcula que se podría evitar entre un 65% y un 75% de estas muertes".
Yo siempre le he creído a pies juntillas, y pienso que ya es hora de que le hiciéramos caso, pues salvo Merck que le demandó en su día con el asunto del fármaco Vioxx -perdiendo el pleito porque no creyó sus afirmaciones sobre los graves efectos adversos del mismo-, nadie le ha llevado nunca la contraria sobre las cosas terapéuticas que dice. Verdades como puños, mejor dicho.
Descrito esto y todo lo anterior, y la tremenda realidad que se impone, la pregunta del millón de dólares debería ser: Entonces ¿por qué no hay nadie en la cárcel por estas muertes tan numerosas, descaradas e intencionadas, en ocasiones?
Cumpliendo con lo prometido anteriormente en este artículo, desvelaré que la razón principal se debe a que no se realizan autopsias a ningún finado –por suicidio o no-, con el fin de conocer si la causa de la muerte se debe a un fármaco, o a varios, de los llamados legales. En el mejor de los casos se hacen para averiguar si ha sido por drogas ilegales, y si no es así, se queda el personal totalmente tranquilito.
El mecanismo es muy simple, los jueces y fiscales (funcionarios de postín) nunca piensan que otros compañeros suyos de otros ámbitos –como, por ejemplo, los que trabajan en las agencias de medicamentos-, se equivocan a veces, aprobando medicamentos que no hubieran debido aprobar y qué van originar muchas muertes a los ciudadanos.
Estas graves equivocaciones, la mayoría de las veces no son intencionadas, pero en ocasiones sí, y también interesadas, lo cual es mucho más preocupante, ya que pueden llegar a ser, incluso, actuaciones delictuosas que tristemente pasan desapercibidas por muchas razones, que voy brevemente a tratar de explicar.
El escenario habitual de nuestro teatro funciona bajo el paradigma universal de que todo fármaco aprobado no tendrá efectos adversos graves o gravísimos, y que nadie será culpable si esto ocurriera, aún no debiendo ser puesto en el mercado.
Si esto pasa, la industria farmacéutica se exime de culpa porque los medicamentos los han aprobado las agencias -aunque ellas las hayan engañado intencionadamente ocultando los efectos adversos que ya conocían-. Los funcionarios se van de rositas porque desconocían el hecho, y las leyes actuales no les exigen responsabilidad civil ni penal derivada de su negligente actuación profesional. Los médicos no quieren saber nada aunque hayan avalado, con su prescripción falsa y engañosa, esta realidad desconocida para ellos, y los farmacéuticos -salvo excepciones-, se limitan a vender la mercancía que los otros le han facilitado. Este es el circo tradicional hasta ahora.
En consecuencia, cuando se origina un caso así -que debiera tener una consideración penal para quienes lo han cometido, amparado, avalado y facilitado-, se produce una amnistía automática para los autores, se entierra rápidamente el suceso y todos tan contentos ¡Menos trabajo para la justicia!. La culpa la tiene el ciudadano por su apatía e ignorancia general, en todos los sentidos y en este mucho más. El progreso y la industrialización además lo justifican todo. Lo vemos a diario en nuestras vidas.
Si se producen muchas muertes de abuelitas o daños graves en su salud, se les dará a los herederos una pequeña indemnización colectiva como ha ocurrido ya tantas veces. Sólo por mencionar unos episodios concretos en ambas modalidades, el de los Dializadores de la multinacional Baxter o Agreal de Sanofi-Aventis. ¿Alguien se acuerda de estos? Los seguros están concebidos para lograr la exculpación de los culpables y dar, a los perjudicados, limosnas miserables que normalmente se aceptan por no haber otro remedio o miedo a litigar.
Hay que reconocer que, no obstante, hay que querer mucho a las abuelitas para pelear por su recuerdo contra estos gigantes también organizados jurídica y económicamente, y que cuentan con el conocimiento y consentimiento de nuestros políticos -todo ello te dicen cuando les tocas la pequeña fibra sensible que les pueda quedar-, en aras del desarrollismo industrial-mundial. 3
Esta trágica “milonga del desarrollo” nos está enterrando impunemente a todos como, en otro orden de cosas, pasa ahora en Japón con el asunto de las centrales nucleares tras el atroz terremoto (11-3-11 o 11-M, por si hay algún despistado). Si estallan del todo -ojalá no ocurra, aunque ya es devastador lo que está pasando- nadie pagará por ello. La causa de fuerza mayor amparará la exculpación de los que hayan cometido errores gravísimos, e incluso negligencias, como es el de instalar tanto reactor nuclear en una zona de máximo riesgo.
Por lo menos Japón no se lamenta puerilmente como nosotros de sus fallos y tragedias aunque también debería reconocerlas mejor, por lo menos en su fuero interno. En el asunto nuclear ha habido errores hasta de diseño en la central y de información a los ciudadanos. La situación es más grave de lo que se reconoce, sólo hay que mirar las fotografías que nos enseñan de la misma. Aunque ya casi no quedan en ningún sitio samuráis auténticos, algunos -aunque no lo sean-, quizás deberían hacerse seppuku, o en vulgo harakiri, como decimos aquí y en otros lares. Por desgracia ya no se va a solucionar la cosa sólo con yoduro potásico.
Volviendo al tema de hoy, una de las grandes trabas es que no existen verdaderos peritos farmacéuticos especializados en descubrir las causas de las muertes por fármacos; y los forenses actuales, ni saben, ni quieren, ni se les exige. Estos se dedican a la rutina habitual de las causas derivadas de la heroína, cocaína y demás. Sería demasiado trabajo.
Es un fabuloso marco de ausencia de responsabilidad total -pues ya están para eso las leyes de Consumidores otorgando migajas indemnizatorias por las muertes causadas por los fármacos legales-, y en el que la cuestión se agrava con el hecho de que los grandes actores farmacéuticos ya se están organizando. Siempre van por delante de los torpes ciudadanos, ganándonos la partida.
Comienzan a formar peritos farmacéuticos-amaestrados, pero muy especializados, en tapar estos nuevos avatares que saben, no obstante, que se van a originar, aunque lentamente. Ellos quieren que estos peritos privados estén ahí para ralentizar el fenómeno y -por qué no- minimizarlo al máximo, como siempre hacen. Hay que intentar que la cosa no rebase el limite indemnizatorio de los seguros actuales y futuros. Les gusta mucho el control de la gestión de riesgos, la prefieren a la verdadera responsabilidad legal. No tienen un pelo de tonto.
Los pocos grandes gurús existentes de la pericia farmacéutica (a los que dedico este artículo), se ocupaban hasta ahora de peritar problemas de patentes entre la industria farmacéutica y la falsificación de fármacos, pero ya han puesto popa a la pericial farmacéutica que viene, y a ellos les interesa.
Saben que los jueces y demás funcionarios-relacionados están “pez” y quieren asesorarlos cuando lo soliciten, o lo hagan las posibles víctimas de los fármacos, si se les ocurre. Es el nuevo pastel que hay que repartir y todo es posible.
Conocen mejor que nadie el tremendo valor de las pruebas periciales, muy por encima de las testimoniales o documentales, y si encima ayudan corporativamente a sus compañeros de viaje (industria farmacéutica, agencias de medicamentos, médicos y farmacéuticos) mejor que mejor. Mejor peritos que sean de su cuerda.
Los de a pie -esos desgraciados e ignorantes ciudadanos que somos los demás-, pagaremos una vez más el peaje, si no exigimos que los forenses actuales y futuros se formen independiente y concienzudamente en esta materia que origina más muertes que cualquier tsunami, por muy devastador que sea.
¡Ah y habrá que acostumbrarse a solicitar autopsias de las abuelitas y demás seres queridos, aunque sea costoso y molesto en muchos sentidos! El cariño es lo que tiene. Yo no voy a estar todos los días avisándoos, llegará un día que me cansaré.
22/03/2011
Autor: Manuel Amarilla, Presidente del Foro Iberoamericano Ciudadanos y Salud, manuel.amarilla@foroibercisalud.com
Fuente: http://www.foroibercisalud.com/noticias/ManuelAmarilla_vuelo13.pdf
Reseña publicada el 27 de marzo de 2011 por el periodista Miguel Jara en su web con el título La impunidad farmacéutica.
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