A propósito de tres conceptos escolásticos
La cuestión fundamental de la antropología se resume en la pregunta: ¿qué es el hombre? Estudiamos el lenguaje, la cultura, la religión, el pensamiento, la estructura somática y psíquica del hombre con la finalidad, si no única al menos más importante, de desentrañar su naturaleza. Si es cierto que el estudio de la naturaleza es siempre misterioso, en el caso del hombre ese misterio lo encontramos multiplicado, no sólo por la complejidad del objeto, sino también por el hecho de que objeto y sujeto son idénticos.
Tratándose de antropología médica, las cosas resultan todavía más complicadas porque lo que el médico quiere aprender sobre el hombre no tiene como finalidad sólo el conocimiento sino también la acción. El médico necesita saber quién es su paciente porque se propone modificar premeditadamente ciertos factores de su funcionamiento vital, incluso de su anatomía, con el fin de mejorar su salud. En medicina, por consiguiente, antropología médica equivale a antropología de la salud y antropología de la enfermedad. ¿Qué es la salud?, ¿qué es la enfermedad?, ¿qué mecanismos convierten la primera en la segunda?, ¿qué recursos convierten la segunda en la primera?, son las preguntas de la antropología médica. También son las preguntas de la medicina, pero ésta las plantea y las responde en un nivel diferente, como tendremos ocasión de mostrar. Y por encima de todo esto, ¿quién es el sujeto que vive estas experiencias?
El término antropología médica es bastante difuso en sus múltiples significados. Para algunos es casi sinónimo de medicina, mientras otros lo proponen como el estudio de la enfermedad, el de las relaciones entre médico y paciente, desde un punto de vista histórico, social, etc. No pretendo establecer una definición. Sin embargo será necesario precisar en qué sentido voy a emplearlo para, desde una perspectiva médico-homeopática, poder utilizar terapéuticamente los conocimientos que se deriven de una mayor aproximación a la idea de hombre.
Entiendo la antropología médica como el estudio del hombre en tanto es sujeto de salud y de enfermedad, en tanto puede enfermar y sanar; el estudio de sus funciones, y muy especialmente de aquellas que lo distinguen como hombre, en tanto las mismas puedan ser alteradas por la enfermedad y ser susceptibles de sanar o ser sanadas. Y en este sentido, más allá de la anatomía y la fisiología, de las que las ciencias médicas básicas se ocupan pormenorizadamente, es preciso incorporar a nuestra antropología médica el estudio de las funciones que, o son exclusivas del hombre o revisten en el hombre un carácter determinado y especial. Me estoy refiriendo al psiquismo superior.
Como homeópata, he aprendido y comprobado, a lo largo de muchos años de práctica, la radical unidad del organismo vivo expresada a la hora de la enfermedad con la participación de la totalidad de las funciones. El organismo (salvo alteraciones locales, casi siempre de origen traumático) enferma y sana entero, en su conjunto. Esa unidad radical del organismo vivo constituye un primer elemento antropológico que coincide con el criterio nuclear de la antropología escolástica, a saber la unidad sustancial: alma y cuerpo constituyen una unidad inseparable, son una sola y misma cosa denominada, desde esta perspectiva, compuesto humano. La sustancia que lo constituye (también llamada sustancia simple) viene a ser una unidad inseparable e indiscernible de cuerpo y alma, de materia y espíritu, es decir, materia viva, carne animada, cuerpo viviente.
La importancia que para el método homeopático tiene este primer concepto antropológico estriba en las observaciones que sustentan el propio método: en efecto, puesto que la homeopatía propone tratar al enfermo con medicamentos que sean capaces de producir en el hombre sano un conjunto de síntomas similar al que la propia enfermedad produce, el homeópata necesita conocer no sólo la enfermedad sino también los síntomas que los distintos medicamentos producen en el hombre sano. Con ese fin, prueba las diferentes sustancias y de esas pruebas obtiene unos síntomas que constituyen su materia médica (su farmacia). Pues bien, cualquier sustancia suficientemente experimentada hace aparecer síntomas en todos y cada uno de los órganos y funciones del cuerpo, como también en el plano del psiquismo superior: sensibilidad interna (las facultades inorgánicas se ven afectadas sólo de modo secundario).
Estamos ya situados frente a una elemental pero importante diferencia entre medicina y antropología médica: conocer e interpretar los síntomas de la enfermedad es un saber médico; conocer que el organismo vivo enferma como un conjunto, como una unidad, es un saber antropológico. ¿Cuál es la importancia de este conocimiento? Si el médico no tiene un criterio sobre la naturaleza del hombre (o tiene un criterio dualista, alma y cuerpo), es posible que se satisfaga con los más evidentes síntomas corporales de una enfermedad corporal y no experimente la necesidad de indagar más. Sin duda, ésta es la norma en la medicina institucional: una enfermedad afecta fundamentalmente un órgano o sistema, y eso es lo que debe ser curado. En el caso de que el médico llegue a admitir la participación de la totalidad en el proceso patológico, no le encuentra utilidad a ese conocimiento en la medida en que el mismo queda excluido del proceso diagnóstico y terapéutico.
Pero hoy hablamos de homeopatía, y aquí tales cuestiones tienen una extraordinaria relevancia. La homeopatía es una medicina de la totalidad, es decir, una medicina holística en el sentido fuerte del término. Digo en el sentido fuerte con el fin de despejar un perverso malentendido que parasita el concepto de holismo en medicina, a saber que “holística” es la medicina que emplea la totalidad de los recursos que están al alcance del médico autodenominado “holista”, el cual, partiendo de esta idea, atiborra a su paciente con diversos medicamentos, lo asedia con innumerables agujas, masajes y manipulaciones de toda índole, confundiendo de este modo la totalidad unitaria de la naturaleza humana con la totalidad inventarial de todos los pretendidos recursos terapéuticos que tiene a su alcance. Sin embargo, la verdad es lo opuesto: consistiendo el organismo en una sola realidad, su desequilibrio morboso natural constituye asimismo, en cada enfermedad, una sola afectación de esa realidad, lo que requerirá un solo tratamiento. Ése es el tratamiento holístico, el tratamiento de la totalidad como una unidad. Un tratamiento holístico hará desaparecer todas las manifestaciones (síntomas) que dependen de una sola y misma causa (desequilibrio dinámico[1]).
Pues bien, hemos de señalar que la homeopatía, en su versión original y, por así decir, auténtica, es un método concebido y desarrollado precisamente sobre la idea de la unicidad del organismo humano y por lo tanto de sus dos manifestaciones cardinales: salud y enfermedad. El organismo es una unidad cuando está sano y también es una unidad (por cierto, la misma) cuando está enfermo, siendo los diferentes síntomas de enfermedad (o signos de salud) tan sólo aspectos o manifestaciones de esa única realidad.
Es evidente que la unicidad del organismo y la unicidad de la enfermedad exigen la unicidad del tratamiento. El medicamento único en su naturaleza aunque, como hemos comentado, diverso (al igual que la enfermedad) en sus manifestaciones, responde a dicha exigencia; la semejanza entre los síntomas de la enfermedad y los efectos del medicamento en la persona sana proporciona, como método, una referencia inequívoca.
Esta perspectiva permite establecer, como lo hace la homeopatía, que todos los síntomas son o pueden ser relevantes en el conocimiento de la enfermedad y no sólo aquellos que conducen al diagnóstico patológico (nombre de la enfermedad clínica); nos permite ampliar nuestra percepción de la enfermedad y describir perturbaciones morbosas que permanecen ignoradas por la medicina convencional. Aquí de nuevo se hace necesario recurrir a la antropología si queremos sistematizar el conocimiento de esos síntomas ignorados que para la homeopatía se configuran en no pocas ocasiones como los más importantes en el proceso de la prescripción. Si los síntomas son o expresan perturbaciones, los síntomas admitidos por la medicina convencional lo son por referencia a la anatomía y la fisiología normales. Pero sabemos que existen más síntomas: alteraciones (muy a menudo leves) de la actividad apetitiva, síntomas de la imaginación, de la memoria, etc. ¿Qué están expresando? Descubrimos que expresan la perturbación de ciertas funciones, concretamente de la instintividad (cogitativa), la imaginación, la memoria y el sentido común. En la psicología de las facultades esas funciones se conocen como “sentidos internos”. Hahnemann, el fundador de la homeopatía, engloba los síntomas para él más importantes como “alteraciones de las sensaciones y funciones”, dando especial relevancia a la instintividad como centro de lo vital y por lo mismo, centro del desequilibrio morboso. En efecto, la instintividad (cogitativa) es la función de articulación entre el animal (hombre) y su medio (mundo)[2]. Aprender a interpretar, como partes de una unidad, los síntomas útiles a la homeopatía en función de su referente antropológico, viene a ser, según podemos observar, una consecuencia del concepto de unidad sustancial, de raigambre escolástica, pero que tan fecundo resulta para un método terapéutico ilustrado como la homeopatía.
Otro elemento antropológico de relevancia para la comprensión y el desarrollo del método homeopático lo constituye la noción de la vulnerabilidad del hombre ante la enfermedad: natura lapsa, en el lenguaje escolástico, la naturaleza caída. Más allá de las diferentes interpretaciones, parece un hecho común (si no general) la existencia, en el psiquismo humano, de una cierta nostalgia en relación a “otro” estado, un estado en el cual no conoceríamos la enfermedad ni la muerte, y en el que la vida sería apacible y feliz. Algunos lo refieren al pasado, otros al futuro, otros lo sitúan en un escenario transtemporal. El pecado original, ese inconveniente que nos impide el retorno al paraíso terrenal, es en la cultura occidental el referente simbólico de este concepto, referente que a su vez se manifiesta de diversas maneras (culpabilidad, nostalgia, rebelión, etc.) en la clínica y en las patogenesias homeopáticas.
Asimismo, esta natura lapsa, esta vulnerabilidad o más bien consustancialidad entre organismo y enfermedad, el hecho inevitable del deterioro y de la muerte, va de la mano con otra concepción escolástica que más tarde tendrá una importante repercusión en la concepción de la homeopatía: la inferioridad biológica del hombre. El ser humano tiene el organismo que tiene (indefenso, calamitosamente débil y vulnerable si lo comparamos con la mayor parte de los animales, inadaptado y trágicamente inadaptable), porque ése es el cuerpo que corresponde a un alma inteligente: un cuerpo no determinado para un intelecto de posibilidades ilimitadas; un cuerpo que no se adapta al medio para una mente que obligará al medio (por inhóspito y violento que sea) a adaptarse a sus propias necesidades. “El alma es la forma del cuerpo”, dice Aristóteles, es decir que cada alma da forma al cuerpo que necesita para el máximo desarrollo de sus capacidades: el alma de oso formaliza un cuerpo de oso, el alma de hormiga formaliza un cuerpo de hormiga y el alma de hombre formaliza un cuerpo de hombre. Esta idea de la inferioridad biológica del hombre junto con la superioridad de su intelecto atraviesa la cultura humana y la encontramos ya en Platón para ser retomada por Santo Tomás de Aquino, y más tarde por Kant, Herschel y el propio Samuel Hahnemann, en los siguientes términos: biológicamente, el hombre, considerado como animal, no puede compararse con el resto de los animales, pero a cambio su inteligencia le permite superarlos en todos los ámbitos. En lo que concierne a la enfermedad, los médicos deberían encontrar algo mejor que hacer que imitar a la naturaleza pues la naturaleza humana es, en este ámbito como en los demás, insuficiente. Los médicos deberían indagar y encontrar una ley que permita una curación racional, ya que la racionalidad y no la imitación ciega de la naturaleza es el ámbito propiamente humano. Del mismo modo que el hombre no puede nadar como los peces pero construye barcos; del mismo modo que no resiste el frío como los osos pero hace vestidos, construye casas y enciende fuego, de la misma manera debería encontrar un modo racional de superar ese otro inconveniente que lo aflige: su enorme vulnerabilidad a la enfermedad. Debería encontrar la ley que rige la curación porque ese ámbito de la racionalidad es precisamente el ámbito de la libertad, también en medicina.
Por la indeterminación de su cuerpo físico, sabemos que el hombre hará literalmente cualquier cosa a la que su inquieta mente, alentada por una mítica nostalgia de perfección, pueda inducirlo. Esa inquietud permanente es sin duda un motor para su crecimiento y evolución, pero cuando los propósitos se exageran imaginativamente, se convierte en causa de sufrimiento y enfermedad. La medicina (la homeopatía) desempeña un gran papel en ese campo específico. Por lo demás, compete a la medicina comprender y hacer comprender que el ámbito de la salud y de la enfermedad se restringe a las posibilidades de la realidad (natura lapsa) y que las apuestas sobrehumanas son una fuente de nuevos conflictos sin solución. La perfección del hombre no es una perfección acabada, sino que más bien consiste en un equilibrio entre sus propósitos y sus posibilidades cuyo cabal desarrollo debe proporcionarle satisfacción.
Podemos ya comenzar a preguntarnos cómo enferma el hombre. Sabemos que, por un lado, el hombre, como cualquier animal, es vulnerable a las enfermedades naturales: infecciones, intoxicaciones, agresiones físicas del medio. Pero además existe un campo exclusivo para la enfermedad humana como acabamos de ver: su psiquismo superior. Es decir, no sólo las noxas externas pueden desequilibrar el compuesto sino también las que proceden de un inadecuado desempeño de los sentidos internos. La imaginación, al proponer al hombre metas de perfección (inalcanzables por irreales), genera una dinámica perversa que Paul Diel[3] y Jeanine Solotareff[4] han estudiado minuciosamente en tanto que causas de sufrimiento; pero además, al proponer a la instintividad (cogitativa) un mundo que no es el real, perturba con su información equivocada el funcionamiento de la (instintividad) cogitativa, desajustando de este modo la función de equilibrio entre el sujeto y el medio externo por un lado, y también entre el sujeto y el medio interno, mecanismos que conducen a la enfermedad.
Vemos de este modo cómo la idea escolástica de inferioridad biológica, convertida en propia por la Ilustración, inspira y sostiene la propuesta homeopática de lucha racional contra la enfermedad.
Así pues, tres conceptos antropológicos escolásticos (conceptos que por lo demás transitan pacíficamente por la modernidad, de la que la homeopatía es un fruto genuino), proporcionan una base consistente a la concepción y el desarrollo del método homeopático.
Estos tres conceptos elementales acotan la imagen de un hombre sobre el que la medicina ejercerá las funciones de conocer y actuar, un ser que por su condición biológica es débil, por su condición intelectual fuerte, y que, haciendo virtud de la necesidad, convierte su nostalgia (natura lapsa) en el motor de una búsqueda sin fin.
El hombre que emerge de esta antropología está dotado de unicidad, por lo que requerirá una medicina de la totalidad; está abierto a infinitas posibilidades en el pensamiento y en la acción, lo cual le permitirá progresar, pero al mismo tiempo lo hará vulnerable (por lo tanto requerirá permanentes cuidados), y, motivado por su mítica nostalgia, se verá a menudo embarcado en la búsqueda de una perfección no humana, creándose problemas que la medicina debe curar y también evitar en lo posible.
Estos conflictos son motivo de sufrimiento y a menudo se constituyen en causa de enfermedades propia y exclusivamente humanas, que no deben ser confundidas con las enfermedades, por así decir naturales, ni tratadas del mismo modo.
Autor: Dr. Emilio Morales Prado
En el seno de la comunidad médico homeopática han
surgido, en los últimos años, algunas propuestas sobre cómo diseñar un modelo
antropológico que diese cuenta de nuestra forma particular de concebir la salud
y la enfermedad, un modelo de hombre sobre el que proyectar y desarrollar
distintos aspectos de la clínica y de la materia médica homeopática, en muchos
sentidos tan diferentes de las que mantiene la medicina institucional.
La existencia de un modelo antropológico es un
elemento imprescindible cuando el médico (alópata u homeópata) pretende pensar
la medicina, puesto que la medicina es, en el sentido fuerte del término, una
disciplina antropológica. Por otra parte, en un modelo médico-antropológico, es
preciso que cobren relevancia los aspectos diferenciales del ser humano, los
cuales deberían a su vez marcar las diferencias entre medicina humana y
medicina veterinaria, a la que probablemente baste con un modelo
médico-biológico.
Veremos cómo el método homeopático encuentra sentido y
justificación, es decir, se enriquece al ser proyectado sobre un modelo antropológico. La elección del
modelo escolástico responde a dos razones: en primer lugar fue propuesto por
uno de los homeópatas que más han influido en la marcha del método durante los
últimos decenios de siglo XX, el doctor Alfonso Masi Elizalde; además, la
antropología escolástica y en concreto la llamada psicología de las facultades ha conformado la visión general del ser
humano hasta nuestros días, y sus conceptos y vocabulario se siguen utilizando
pacíficamente y son entendidos sin mayor dificultad. Por otra parte, es un
modelo abierto, elaborado inductivamente a partir de la introspección y la observación,
y por lo tanto susceptible de ser modificado si nuevas observaciones así lo
hiciesen necesario.
La cuestión fundamental de la antropología se resume en la pregunta: ¿qué es el hombre? Estudiamos el lenguaje, la cultura, la religión, el pensamiento, la estructura somática y psíquica del hombre con la finalidad, si no única al menos más importante, de desentrañar su naturaleza. Si es cierto que el estudio de la naturaleza es siempre misterioso, en el caso del hombre ese misterio lo encontramos multiplicado, no sólo por la complejidad del objeto, sino también por el hecho de que objeto y sujeto son idénticos.
Tratándose de antropología médica, las cosas resultan todavía más complicadas porque lo que el médico quiere aprender sobre el hombre no tiene como finalidad sólo el conocimiento sino también la acción. El médico necesita saber quién es su paciente porque se propone modificar premeditadamente ciertos factores de su funcionamiento vital, incluso de su anatomía, con el fin de mejorar su salud. En medicina, por consiguiente, antropología médica equivale a antropología de la salud y antropología de la enfermedad. ¿Qué es la salud?, ¿qué es la enfermedad?, ¿qué mecanismos convierten la primera en la segunda?, ¿qué recursos convierten la segunda en la primera?, son las preguntas de la antropología médica. También son las preguntas de la medicina, pero ésta las plantea y las responde en un nivel diferente, como tendremos ocasión de mostrar. Y por encima de todo esto, ¿quién es el sujeto que vive estas experiencias?
El término antropología médica es bastante difuso en sus múltiples significados. Para algunos es casi sinónimo de medicina, mientras otros lo proponen como el estudio de la enfermedad, el de las relaciones entre médico y paciente, desde un punto de vista histórico, social, etc. No pretendo establecer una definición. Sin embargo será necesario precisar en qué sentido voy a emplearlo para, desde una perspectiva médico-homeopática, poder utilizar terapéuticamente los conocimientos que se deriven de una mayor aproximación a la idea de hombre.
Entiendo la antropología médica como el estudio del hombre en tanto es sujeto de salud y de enfermedad, en tanto puede enfermar y sanar; el estudio de sus funciones, y muy especialmente de aquellas que lo distinguen como hombre, en tanto las mismas puedan ser alteradas por la enfermedad y ser susceptibles de sanar o ser sanadas. Y en este sentido, más allá de la anatomía y la fisiología, de las que las ciencias médicas básicas se ocupan pormenorizadamente, es preciso incorporar a nuestra antropología médica el estudio de las funciones que, o son exclusivas del hombre o revisten en el hombre un carácter determinado y especial. Me estoy refiriendo al psiquismo superior.
Como homeópata, he aprendido y comprobado, a lo largo de muchos años de práctica, la radical unidad del organismo vivo expresada a la hora de la enfermedad con la participación de la totalidad de las funciones. El organismo (salvo alteraciones locales, casi siempre de origen traumático) enferma y sana entero, en su conjunto. Esa unidad radical del organismo vivo constituye un primer elemento antropológico que coincide con el criterio nuclear de la antropología escolástica, a saber la unidad sustancial: alma y cuerpo constituyen una unidad inseparable, son una sola y misma cosa denominada, desde esta perspectiva, compuesto humano. La sustancia que lo constituye (también llamada sustancia simple) viene a ser una unidad inseparable e indiscernible de cuerpo y alma, de materia y espíritu, es decir, materia viva, carne animada, cuerpo viviente.
La importancia que para el método homeopático tiene este primer concepto antropológico estriba en las observaciones que sustentan el propio método: en efecto, puesto que la homeopatía propone tratar al enfermo con medicamentos que sean capaces de producir en el hombre sano un conjunto de síntomas similar al que la propia enfermedad produce, el homeópata necesita conocer no sólo la enfermedad sino también los síntomas que los distintos medicamentos producen en el hombre sano. Con ese fin, prueba las diferentes sustancias y de esas pruebas obtiene unos síntomas que constituyen su materia médica (su farmacia). Pues bien, cualquier sustancia suficientemente experimentada hace aparecer síntomas en todos y cada uno de los órganos y funciones del cuerpo, como también en el plano del psiquismo superior: sensibilidad interna (las facultades inorgánicas se ven afectadas sólo de modo secundario).
Estamos ya situados frente a una elemental pero importante diferencia entre medicina y antropología médica: conocer e interpretar los síntomas de la enfermedad es un saber médico; conocer que el organismo vivo enferma como un conjunto, como una unidad, es un saber antropológico. ¿Cuál es la importancia de este conocimiento? Si el médico no tiene un criterio sobre la naturaleza del hombre (o tiene un criterio dualista, alma y cuerpo), es posible que se satisfaga con los más evidentes síntomas corporales de una enfermedad corporal y no experimente la necesidad de indagar más. Sin duda, ésta es la norma en la medicina institucional: una enfermedad afecta fundamentalmente un órgano o sistema, y eso es lo que debe ser curado. En el caso de que el médico llegue a admitir la participación de la totalidad en el proceso patológico, no le encuentra utilidad a ese conocimiento en la medida en que el mismo queda excluido del proceso diagnóstico y terapéutico.
Pero hoy hablamos de homeopatía, y aquí tales cuestiones tienen una extraordinaria relevancia. La homeopatía es una medicina de la totalidad, es decir, una medicina holística en el sentido fuerte del término. Digo en el sentido fuerte con el fin de despejar un perverso malentendido que parasita el concepto de holismo en medicina, a saber que “holística” es la medicina que emplea la totalidad de los recursos que están al alcance del médico autodenominado “holista”, el cual, partiendo de esta idea, atiborra a su paciente con diversos medicamentos, lo asedia con innumerables agujas, masajes y manipulaciones de toda índole, confundiendo de este modo la totalidad unitaria de la naturaleza humana con la totalidad inventarial de todos los pretendidos recursos terapéuticos que tiene a su alcance. Sin embargo, la verdad es lo opuesto: consistiendo el organismo en una sola realidad, su desequilibrio morboso natural constituye asimismo, en cada enfermedad, una sola afectación de esa realidad, lo que requerirá un solo tratamiento. Ése es el tratamiento holístico, el tratamiento de la totalidad como una unidad. Un tratamiento holístico hará desaparecer todas las manifestaciones (síntomas) que dependen de una sola y misma causa (desequilibrio dinámico[1]).
Pues bien, hemos de señalar que la homeopatía, en su versión original y, por así decir, auténtica, es un método concebido y desarrollado precisamente sobre la idea de la unicidad del organismo humano y por lo tanto de sus dos manifestaciones cardinales: salud y enfermedad. El organismo es una unidad cuando está sano y también es una unidad (por cierto, la misma) cuando está enfermo, siendo los diferentes síntomas de enfermedad (o signos de salud) tan sólo aspectos o manifestaciones de esa única realidad.
Es evidente que la unicidad del organismo y la unicidad de la enfermedad exigen la unicidad del tratamiento. El medicamento único en su naturaleza aunque, como hemos comentado, diverso (al igual que la enfermedad) en sus manifestaciones, responde a dicha exigencia; la semejanza entre los síntomas de la enfermedad y los efectos del medicamento en la persona sana proporciona, como método, una referencia inequívoca.
Esta perspectiva permite establecer, como lo hace la homeopatía, que todos los síntomas son o pueden ser relevantes en el conocimiento de la enfermedad y no sólo aquellos que conducen al diagnóstico patológico (nombre de la enfermedad clínica); nos permite ampliar nuestra percepción de la enfermedad y describir perturbaciones morbosas que permanecen ignoradas por la medicina convencional. Aquí de nuevo se hace necesario recurrir a la antropología si queremos sistematizar el conocimiento de esos síntomas ignorados que para la homeopatía se configuran en no pocas ocasiones como los más importantes en el proceso de la prescripción. Si los síntomas son o expresan perturbaciones, los síntomas admitidos por la medicina convencional lo son por referencia a la anatomía y la fisiología normales. Pero sabemos que existen más síntomas: alteraciones (muy a menudo leves) de la actividad apetitiva, síntomas de la imaginación, de la memoria, etc. ¿Qué están expresando? Descubrimos que expresan la perturbación de ciertas funciones, concretamente de la instintividad (cogitativa), la imaginación, la memoria y el sentido común. En la psicología de las facultades esas funciones se conocen como “sentidos internos”. Hahnemann, el fundador de la homeopatía, engloba los síntomas para él más importantes como “alteraciones de las sensaciones y funciones”, dando especial relevancia a la instintividad como centro de lo vital y por lo mismo, centro del desequilibrio morboso. En efecto, la instintividad (cogitativa) es la función de articulación entre el animal (hombre) y su medio (mundo)[2]. Aprender a interpretar, como partes de una unidad, los síntomas útiles a la homeopatía en función de su referente antropológico, viene a ser, según podemos observar, una consecuencia del concepto de unidad sustancial, de raigambre escolástica, pero que tan fecundo resulta para un método terapéutico ilustrado como la homeopatía.
Otro elemento antropológico de relevancia para la comprensión y el desarrollo del método homeopático lo constituye la noción de la vulnerabilidad del hombre ante la enfermedad: natura lapsa, en el lenguaje escolástico, la naturaleza caída. Más allá de las diferentes interpretaciones, parece un hecho común (si no general) la existencia, en el psiquismo humano, de una cierta nostalgia en relación a “otro” estado, un estado en el cual no conoceríamos la enfermedad ni la muerte, y en el que la vida sería apacible y feliz. Algunos lo refieren al pasado, otros al futuro, otros lo sitúan en un escenario transtemporal. El pecado original, ese inconveniente que nos impide el retorno al paraíso terrenal, es en la cultura occidental el referente simbólico de este concepto, referente que a su vez se manifiesta de diversas maneras (culpabilidad, nostalgia, rebelión, etc.) en la clínica y en las patogenesias homeopáticas.
Asimismo, esta natura lapsa, esta vulnerabilidad o más bien consustancialidad entre organismo y enfermedad, el hecho inevitable del deterioro y de la muerte, va de la mano con otra concepción escolástica que más tarde tendrá una importante repercusión en la concepción de la homeopatía: la inferioridad biológica del hombre. El ser humano tiene el organismo que tiene (indefenso, calamitosamente débil y vulnerable si lo comparamos con la mayor parte de los animales, inadaptado y trágicamente inadaptable), porque ése es el cuerpo que corresponde a un alma inteligente: un cuerpo no determinado para un intelecto de posibilidades ilimitadas; un cuerpo que no se adapta al medio para una mente que obligará al medio (por inhóspito y violento que sea) a adaptarse a sus propias necesidades. “El alma es la forma del cuerpo”, dice Aristóteles, es decir que cada alma da forma al cuerpo que necesita para el máximo desarrollo de sus capacidades: el alma de oso formaliza un cuerpo de oso, el alma de hormiga formaliza un cuerpo de hormiga y el alma de hombre formaliza un cuerpo de hombre. Esta idea de la inferioridad biológica del hombre junto con la superioridad de su intelecto atraviesa la cultura humana y la encontramos ya en Platón para ser retomada por Santo Tomás de Aquino, y más tarde por Kant, Herschel y el propio Samuel Hahnemann, en los siguientes términos: biológicamente, el hombre, considerado como animal, no puede compararse con el resto de los animales, pero a cambio su inteligencia le permite superarlos en todos los ámbitos. En lo que concierne a la enfermedad, los médicos deberían encontrar algo mejor que hacer que imitar a la naturaleza pues la naturaleza humana es, en este ámbito como en los demás, insuficiente. Los médicos deberían indagar y encontrar una ley que permita una curación racional, ya que la racionalidad y no la imitación ciega de la naturaleza es el ámbito propiamente humano. Del mismo modo que el hombre no puede nadar como los peces pero construye barcos; del mismo modo que no resiste el frío como los osos pero hace vestidos, construye casas y enciende fuego, de la misma manera debería encontrar un modo racional de superar ese otro inconveniente que lo aflige: su enorme vulnerabilidad a la enfermedad. Debería encontrar la ley que rige la curación porque ese ámbito de la racionalidad es precisamente el ámbito de la libertad, también en medicina.
Por la indeterminación de su cuerpo físico, sabemos que el hombre hará literalmente cualquier cosa a la que su inquieta mente, alentada por una mítica nostalgia de perfección, pueda inducirlo. Esa inquietud permanente es sin duda un motor para su crecimiento y evolución, pero cuando los propósitos se exageran imaginativamente, se convierte en causa de sufrimiento y enfermedad. La medicina (la homeopatía) desempeña un gran papel en ese campo específico. Por lo demás, compete a la medicina comprender y hacer comprender que el ámbito de la salud y de la enfermedad se restringe a las posibilidades de la realidad (natura lapsa) y que las apuestas sobrehumanas son una fuente de nuevos conflictos sin solución. La perfección del hombre no es una perfección acabada, sino que más bien consiste en un equilibrio entre sus propósitos y sus posibilidades cuyo cabal desarrollo debe proporcionarle satisfacción.
Podemos ya comenzar a preguntarnos cómo enferma el hombre. Sabemos que, por un lado, el hombre, como cualquier animal, es vulnerable a las enfermedades naturales: infecciones, intoxicaciones, agresiones físicas del medio. Pero además existe un campo exclusivo para la enfermedad humana como acabamos de ver: su psiquismo superior. Es decir, no sólo las noxas externas pueden desequilibrar el compuesto sino también las que proceden de un inadecuado desempeño de los sentidos internos. La imaginación, al proponer al hombre metas de perfección (inalcanzables por irreales), genera una dinámica perversa que Paul Diel[3] y Jeanine Solotareff[4] han estudiado minuciosamente en tanto que causas de sufrimiento; pero además, al proponer a la instintividad (cogitativa) un mundo que no es el real, perturba con su información equivocada el funcionamiento de la (instintividad) cogitativa, desajustando de este modo la función de equilibrio entre el sujeto y el medio externo por un lado, y también entre el sujeto y el medio interno, mecanismos que conducen a la enfermedad.
Vemos de este modo cómo la idea escolástica de inferioridad biológica, convertida en propia por la Ilustración, inspira y sostiene la propuesta homeopática de lucha racional contra la enfermedad.
Así pues, tres conceptos antropológicos escolásticos (conceptos que por lo demás transitan pacíficamente por la modernidad, de la que la homeopatía es un fruto genuino), proporcionan una base consistente a la concepción y el desarrollo del método homeopático.
Estos tres conceptos elementales acotan la imagen de un hombre sobre el que la medicina ejercerá las funciones de conocer y actuar, un ser que por su condición biológica es débil, por su condición intelectual fuerte, y que, haciendo virtud de la necesidad, convierte su nostalgia (natura lapsa) en el motor de una búsqueda sin fin.
El hombre que emerge de esta antropología está dotado de unicidad, por lo que requerirá una medicina de la totalidad; está abierto a infinitas posibilidades en el pensamiento y en la acción, lo cual le permitirá progresar, pero al mismo tiempo lo hará vulnerable (por lo tanto requerirá permanentes cuidados), y, motivado por su mítica nostalgia, se verá a menudo embarcado en la búsqueda de una perfección no humana, creándose problemas que la medicina debe curar y también evitar en lo posible.
Estos conflictos son motivo de sufrimiento y a menudo se constituyen en causa de enfermedades propia y exclusivamente humanas, que no deben ser confundidas con las enfermedades, por así decir naturales, ni tratadas del mismo modo.
Comunicación del autor a las V Jornadas de Medicina y Fiolosofía, realizadas en Sevilla. Publicada en las Actas correspondientes.
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