“La Ciencia es Dios y
la Universidad su Templo”.
El totalitarismo se manifiesta en muchas parcelas de la
vida, no sólo en las ideologías y formas de gobierno, sino también en el
pensamiento. Algunas formas de totalitarismo son más sutiles que otras, amparadas
en los valores y convencionalismos predominantes en una sociedad dada. Al
amparo de la “democracia”, la “justicia” o la “ciencia”, por ejemplo, se perpetran y se
toleran los mayores desaguisados en contra de la libertad, no ya individual,
sino de importantes minorías sociales.
El totalitarismo científico es una de esas formas sutiles de
pensamiento totalitario y único que pretenden erigirse como administradores
únicos y exclusivos de las ideas. Como decía el filósofo de la ciencia Paul K.
Feyerabend, “la ciencia, hoy en día, es nuestra religión favorita”[i]. Al colocar a la ciencia
en el lugar que corresponde a la religión, es decir, al Espíritu, se le convierte
en un dios único con prerrogativas propias del ámbito espiritual, no del
material, al que en realidad pertenece la ciencia. Eso conlleva cambios
aparentemente sutiles pero muy significativos, por ejemplo, el considerar, más
o menos conscientemente, que el campo de acción de la ciencia es toda la
realidad existente; y, de ahí, que sus resultados se extrapolen
indiscriminadamente a otros ámbitos totalmente ajenos al terreno científico.
Si presuponemos que el objetivo de una sociedad, y en ella
todas sus instituciones, organismos y
cargos públicos, es el bienestar general de todos sus individuos, deberíamos
preservar todos aquellos conocimientos que favorezcan ese objetivo principal,
sin discriminaciones ideológicas. El totalitarismo científico, al rechazar toda
otra forma de conocimiento que no sea el científico, es discriminatorio,
reduccionista e intolerante, sin darse cuenta que sus premisas son tanto o más cuestionables
que las de cualquier otra perspectiva de la realidad.
Como decía otro gran filósofo de la ciencia, Karl Popper: “El
antiguo ideal de la ‘episteme’ –de un conocimiento absolutamente
seguro y demostrable – ha mostrado ser un ídolo. La petición de
objetividad científica hace inevitable que todo enunciado científico sea
provisional para siempre: sin duda, cabe corroborarlo, pero toda
corroboración es relativa a otros enunciados que son, a su vez,
provisionales. Sólo en nuestras experiencias subjetivas de convicción, en
nuestra fe subjetiva, podemos estar absolutamente seguros”.[ii]
Con estas bases por delante, ¿cómo se entiende que una
institución, que se supone al servicio del bien común, como es una universidad –paradigma
que debería ser de la libertad de pensamiento y vanguardia de las ideas para el
mejoramiento individual y social -, censure conocimientos a impartir según
criterios reduccionistas, discriminatorios e intolerantes?
; conocimientos que se ofrecen como alternativa y
ampliación de recursos terapéuticos, que amplían los conocimientos médicos para
poder disponer de mayores, mejores y más inocuos medicamentos en el arsenal
farmacológico, al que pueda recurrir cualquier médico, suficientemente formado,
para poderlos prescribir a sus pacientes, de cara, en definitiva, al bienestar
de los individuos que componen toda la sociedad.