Páginas

La Antropología del Dr. Tomás Pablo Paschero


El pensamiento de Paschero no sólo deviene de los autores clásicos en Homeopatía (Hahnemann, Kent, Allen, Hering, Roberts, Grimmer, etc.), sino que también presenta una marcada influencia del neoplatonismo y también, como veremos, de la corriente filosófica llamada Filosofía de la vida (Dilthey, Bergson); esta circunstancia hace que su concepción teórica fuera de espíritu netamente hahnemanniano, pero también de suma originalidad.  
Este trabajo pretende ser una introducción acerca de la antropología que sustentaba, y que en algunas oportunidades fuera mal interpretada, confundiéndose aspectos esenciales de la misma.  
Tal el caso de uno de sus discípulos, el Dr. Alfonso Masi Elizalde, quien ha sostenido  una de las interpretaciones erróneas, criticando a Paschero como sostenedor de una falsa concepción panteísta (1).
Como veremos, Paschero defendía un panvitalismo de doble aspecto: físico y metafísico, que se aleja de postular la presencia directa de Dios en todas las cosas, como pretende una postura panteísta. 
Para profundizar el pensamiento de Paschero, se debe recurrir al libro Homeopatía (2), del mismo Paschero, y a los  Diálogos con Tomás Pablo Paschero (3), de Marcelo Candegabe. Las citas que se realizarán son extraídas de ambas fuentes. 
Comenzaré realizando una Introducción (1.), para pasar luego a detallar la idea vitalista de Paschero (2.), su concepto acerca de la enfermedad (3.) y de la salud (4.),  y en las conclusiones (5.) mi visión sobre la aplicación del mensaje de Paschero en nuestros días.


1. INTRODUCCIÓN 
Paschero pensaba que una verdadera medicina es aquella que se fundamenta en la comprensión del hombre enfermo, lo que es imposible sin tener una concepción integral de éste, ya sea en enfermedad como en salud.

La medicina no puede ser biológica sino antropológica, ya que la antropología es la biología humana, vale decir, biología integrada por los elementos somáticos, psíquicos y espirituales que componen al hombre: el cuerpo, el alma y el espíritu (4).

Es así como el médico debe asumir un conocimiento implícito, que no es el habitual en su preparación médica

Más que fisiólogo y psicólogo el médico debe ser, por excelencia irrecusable, un antropólogo capaz de comprender los factores del pathos humano (5).
El hecho irrecusable es que frente a la enfermedad crónica el médico enfrenta a la evidencia de que lo que enferma es el hombre en su unidad cosmo-socio-psico-biológica, es decir como un ente que padece un conflicto de inadaptación al medio cosmo-social en que vive y expresa  tal conflicto en el multiforme lenguaje de los órganos. El hombre enfermo es un caso particular y es necesario comprender por qué se enferma y qué significado ontológico tiene la enfermedad (6).

Paschero pensaba que el médico que no tenga un acceso antropológico a su enfermo, no puede curarlo en profundidad y corre peligro de agravar su proceso vital, suprimiendo las manifestaciones dinámicas de 
un movimiento acorde con una ley universal, como luego veremos. 
Tener un acceso antropológico no significa saber de Antropología filosófica (lo que, por supuesto, sería ideal), sino ejercer el acto médico conforme a la comprensión del paciente bajo lo que se denomina su 
naturaleza humana. 
Y dentro de la Medicina, el verdadero camino hacia este tipo de comprensión lo recorre la Homeopatía, que considera aspectos esenciales del hombre que no son abordados por otra rama médica.

la medicina homeopática se pone en contacto con el aspecto esencial del proceso de adaptación a la realidad o realización personal que éste debe cumplir y se erige entonces en una verdadera medicina antropológica, vale decir, en una medicina de la persona (7).
Para que la Homeopatía cumpla con su auténtico designio hahnemanniano debe plegarse a este sentido antropológico que aspira a comprender al enfermo como una unidad biológica en acción. Ni siquiera puede decirse que deba ser psicosomática, porque esta palabra aún mantiene la dicotomía cartesiana de cuerpo y alma tan cara a la medicina científica natural como a las especulaciones de la filosofía médica, ambos combatiéndose estérilmente desde campos absurdamente opuestos (8).

Para introducirnos en el pensamiento vitalista pascheriano debemos comprender el significado que para él tenía el concepto de “Vida”, que enuncio con mayúsculas, para diferenciarlo del concepto de la “vida” humana, aunque finalmente ambos conceptos son  dos aspectos de un mismo y único Ser universal.


2. LA VIDA 
Para Paschero, la Vida es movimiento, es devenir, y se efectúa de acuerdo a una ley universal, que rige sobre la Naturaleza toda, y también sobre el hombre que está inserto en el cosmos. 
Hay en la Naturaleza y en el hombre un fondo común que los traspasa, y este fondo vital es movimiento puro, movimiento vital inexorable, de expansión en el caso del llamado macrocosmos (sinónimo de Naturaleza en otros pasajes de su obra), de forma concéntrica y excéntrica desde su centro vital en el microcosmos humano. Y el hombre, durante su desarrollo debe cumplimentar esa ley, que está entorpecida, como veremos, por su enfermedad. 
Esta ley natural rige, como dije, sobre todo: reino mineral, vegetal, animal, planetas, estrellas, etc., y también para el hombre, tanto en el plano físico como en el plano psíquico, indiviso según Paschero. 
La vida es movimiento y es transformación

La naturaleza no es más que un perpetuo movimiento de transformación estructural con un ritmo cíclico de concentración y dispersión de electrones jamás perdidos –la energía nunca se pierde, sólo se transforma- para formar parte indistinta de un mineral, una planta, un animal o un ser humano en una mutación constante de estructuras. (9)
La naturaleza es una en todo, pero infinitamente variable, en perpetuo movimiento y cambio, bajo la ley de la  constante contradicción entre la vida y la muerte, el amor y el odio, la razón y el sentimiento, la salud y la enfermedad (10).

Como vemos, el devenir sustentado por Heráclito (11) está presente en Paschero, y esta transformación se evidencia en el ser humano

La vida consiste en una actividad dinámica que no cesa en un solo momento, merced a la cual el ser humano mantiene su integridad como organismo y como persona. Frente a elementos disociantes o desintegrantes (...) el organismo se esfuerza por mantener su homeostasis y equilibrio mental, es decir, su integración como unidad viva. Este equilibrio psicofísico es inestable y la dinámica que lo mantiene jamás se interrumpe (...) El cambio que así se opera en todo el organismo es de tal naturaleza, que se puede decir que un individuo no es el mismo de días antes, ya ha cambiado su composición molecular, de la misma manera como una ola de mar que viene a nosotros desde veinte metros no es la misma que segundos después baña nuestro cuerpo en la playa.
Las moléculas de agua se han transmitido sucesivamente un movimiento bajo el signo de una forma que conocemos con el nombre de ola, pero ésta ha cambiado su composición, sus moléculas no son las mismas a cada milímetro, se ha metamorfoseado o transformado, quedando así sólo de la ola una forma que la identifica como tal y que constituye su individualidad. Ocurre de la misma manera en el ser humano. Su individualidad no consiste en los átomos, moléculas, células y tejidos de su organismo, sino en la peculiar actividad de una estructura creada con un sentido de vida idéntico a la ley que rige el movimiento del cosmos, como en las olas del mar (12).

No hay aquí sólo un concepto biológico de “Vida”; también lo inorgánico tiene el movimiento, cabiendo así una suerte de “Vida cósmica”, siempre bajo la misma ley universal. 
La Vida ha sido una creación divina, mostrando Paschero en varios pasajes de su obra su creencia acerca de un Dios trascendente; sólo que al estar lo universal (la Vida) en el particular (en cada elemento de la Naturaleza y también en el hombre), de alguna forma Dios es a la vez trascendente e inmanente -aunque en forma desvinculada- en todas las cosas. Es Dios quien brinda la Vida y brinda así el Ser a las cosas, aunque no es Él mismo el Ser de las cosas. La Vida es así una especie de hipóstasis divina a la que el hombre debe regresar, como luego veremos.

No se tiene en cuenta que los procesos mórbidos no son desequilibrios estáticos parciales como especies morbosas injertadas en el individuo, sino partes de una unidad dinámica con una historia, un pasado y un porvenir. Unidad interpenetrada en el cosmos del que forma parte integrante y con una participación en ese movimiento de simpatía universal que rige la naturaleza entera como creación de Dios (13).

El término “participación” es utilizado por Platón y por el neoplatonismo, y no es para esta última corriente sinónimo de “presencia”. Vemos así derrumbarse la errónea interpretación del pensamiento de Paschero como panteísta.
Movimiento de Vida y movimiento de energía cósmica son para Paschero sinónimos, y la energía vital que anima al hombre no es más que un caso especial de energía cósmica

La energía vital no es más que un aspecto de la energía cósmica y las leyes que la rigen son las de la vida universal. 
Tanto en el macrocosmo como en el microcosmo humano el ciclo de vida que cumplen los seres y las cosas tienden a la desintegración que implica la reunificación con el todo (14).

Y la ley que rige el movimiento vital en el ser humano, es la que en Homeopatía se llama ley de curación

La ley de curación que da sentido a lo biológico no puede ser sino la misma ley de gravitación o síntesis y expansión o dispersión que rige el movimiento de la tierra y los astros confiriendo sentido al orden universal. Sin este sentido o ley de absoluta vigencia en todo lo creado, existiría el caos que jamás puede concebirse, tanto en la vida de una flor como en la de una estrella. (...) (15)

En el hombre, el movimiento vital que se irradia desde el fondo de su ser, lo lleva en sentido negativo hacia la muerte; llamaré a éste “movimiento vital hacia la muerte”

la muerte es (...) metafísicamente necesaria, ya que la dispersión es inexorable para la perpetuidad del movimiento vital (16).

Sin embargo hay otro sentido en que el movimiento es positivo, cuando la ley en el hombre se cumplimenta desde la comprensión que realiza en un correcto y maduro proceso de adaptación a su entorno, como veremos luego; es de esta forma que el ser humano puede trascender su propia muerte, en una nueva unión con el cosmos, con la Vida universal. Llamaré a éste “movimiento vital hacia la Vida”, ya que luego de su muerte, el ser humano sigue participando de la Vida cósmica, y además comprende esta circunstancia; es esta una verdadera concepción soteriológica de Paschero.

La ley de curación no tiene por finalidad evitar la muerte, sino por el contrario, hacer que ésta se produzca suave y normalmente permitiendo que el individuo cumpla con los altos fines de la existencia, vale decir que concientice su relación metafísica con el todo y determine su propia salvación como persona humana (17).

Lo que muere es la falsa autonomía del ser que vive como individuo, sin haberse realizado como persona humana, vale decir, sin haber concientizado su principio y fin en el todo, como la ola en el mar. 
Seguramente, un átomo que constituye nuestro cuerpo ha vivido en otro ser, animal, planta, mineral o estrella y seguirá viviendo después de la dispersión o muerte de nuestro cuerpo en otro individuo o quizá volverá a ser una estrella, pero nuestra muerte será ineluctable como individuos si no cumplimos con los altos fines de la existencia, que es llegar a la unidad cósmica en Dios, de la que surgirán nuevas síntesis en forma de siempre nuevas estructuras.  
De esta suerte resulta que la muerte no es más que la terminación del ciclo vital de una estructura o construcción molecular, cuyos elementos atómicos dejan de integrar una unidad de vida para construir otro cuerpo, otra síntesis o edificio molecular con otro nombre y otra forma.
Porque la organización atómica y no celular como unidad biológica, según quería Virchow, es la que nos constituye, haciendo que la fisiología celular responda a la ley biológica que rige el movimiento de la estructura atómica elemental de la misma manera como rige la energía cósmica, que determina el movimiento de los astros y estrellas, en una identificación absoluta del microcosmos con el macrocosmos, tal como señalara Paracelso (18).

La ley de curación indica entonces fehacientemente el camino, tanto físico como espiritual (en el sentido que Paschero le otorga a “espíritu” (19)), que guía al hombre hacia una vida plena

La ley de curación es el correlato absolutamente identificado con la ley del crecimiento y desarrollo desde dentro hacia afuera, de la mente a los órganos, del centro a la periferia, de nuestro yo auténtico hacia el mundo, de nuestro centro dinámico vital hacia la vida en plenitud, es decir desde la profundidad de nuestro yo hacia la unidad con la vida universal, estableciendo así la identificación absoluta con el yo trascendente o cósmico (20).

Sin embargo, como se anticipó, el movimiento no es fluido y se entorpece en la enfermedad. La enfermedad es un obstáculo que estanca el movimiento de la vida del hombre y de la Vida cósmica, y se transforma en un impedimento para la maduración de la persona. 
Es allí, en la esencia humana en donde se ubica la enfermedad

No se enferma el cuerpo ni la mente por separado, ni el enfermo lo está en su estómago, hígado, pulmones o corazón, sino todo él está enfermo en el centro dinámico motor de su personalidad, en ese núcleo hontanar del organismo donde palpita el ser del hombre y se establece la unidad del cuerpo y de la psique (21).

Si la curación no está destinada al origen de la enfermedad crónica, a la psora enunciada por Hahnemann como verdadero problema de la evolución existencial y también esencial del hombre, no es más que una curación superficial, que puede provocar supresiones.

Si la medicina no puede llegar a ese centro vital de la perturbación afectiva e incidir terapéuticamente en ella, no podrá curar jamás la enfermedad crónica del hombre en su origen o principio dinámico fundamental, en lo que constituye como predisposición para la patología y le determina su destino personal. Todo lo que hará es suprimir las manifestaciones últimas o superficiales del proceso mórbido, dejando intacto al enfermo mismo en la intimidad de su ser, donde palpita inexorablemente su angustia existencial. Angustia nacida en la ansiedad psórica considerada por Hahnemann como la enfermedad arcaica fundamental que impide al hombre realizar su propia ataraxia, vale decir, su libertad interior, lo cual implica, en todos los casos, superar su individualidad autista y limitada para transformarse en una personalidad adulta, libre y responsable, capaz de hacerse cargo creativamente de la realidad trascendente y ordenarse en el Espíritu, verdadera y única forma de conquistar la salud moral como condición primigenia e inexcusable de la salud física (22).


3. LA ENFERMEDAD 
La enfermedad, desequilibrio de la energía vital que anima al ser humano, adquiere para Paschero un nuevo sentido, en concordancia con los postulados hahnemannianos.

La enfermedad es un mal planteo  existencial, una actitud vital errónea respecto de lo que debe ser, respecto de la ley (...) (23)

La ley universal ha sido violada; no se cumple en la enfermedad, no fluye del centro a la periferia en forma concéntrica, desde el polo de irradiación vital.

¿Por qué ha sucedido esto?: hay una primera violación, que en Paschero presenta ribetes religiosos: 
El hombre ha transgredido esa ley de Dios, de la energía vital y ha querido substraerse a las leyes de la naturaleza emanadas de Él, imponiendo sus propias leyes de egoísmo. (24)

En una concepción teológica de honda reflexión, se llega a concebir que la primera supresión que el hombre cometió fue la tendencia inmanente a seguir la ley de Dios, ley natural de vida y pensamiento, que lo impele a vivir para y por el todo, en unidad inteligente con el ser que trasciende la creación cósmica; que lo impulsa a destinar sus impulsos vitales hacia el bien de nosotros, yendo del egocentrismo autista al supremo interés altruista de la comunidad. (25)

La enfermedad parasita de tal forma al centro vital humano, que altera su posibilidad de un verdadero proceso de adaptación, por lo que se traduce en una ”falta de coordinación o balance entre el microcosmos y el macrocosmos” (26), entre el individuo que pretende convertirse en su adaptación en persona, y su entorno (tanto cercano como trascendente, en cuanto al vínculo con lo Absoluto que se añora). 
  En efecto, la instanciación de la Vida en el ser humano no lo convierte per se en persona, sino en individuo. Cada individuo va convirtiéndose en persona en un acto creativo particular. Es este un proceso vital que es movimiento y es historia personal, a través de una maduración saludable, y de volcarse a una integración con los demás, con el cosmos, con Dios.

El ser humano es un ser que se hace, que tiene instintivamente el imperativo de ordenar su voluntad consciente hacia un devenir de libertad en el que pueda tomar decisiones, de esforzarse por madurar y humanizarse en articulación afectiva con el prójimo, transformándose de individuo autista y limitado, en persona abierta al mundo e integrada en la esencialidad de nosotros. Es hacerse su personalidad decidiendo el proceso de integración que implica el tomar conciencia que la realidad del yo, en su verdadero ser, no es egocéntrico sino alocéntrico, es decir, está centrado en el ámbito de su relación con el otro, con el semejante, en función del amor (27).

La última vocación o voluntad de trascendencia del hombre no es entonces la individualización sino la personalización, es decir, la realización como persona que ha superado el autismo captativo y destructivo para transformarse en un ser dativo y altruista.
En la concepción hahnemanniana de la enfermedad del hombre, la psora es la disposición mórbida fundamental del ser humano, como consecuencia de la ruptura de la relación armónica del microcosmo hombre con el macrocosmo universal y sobre la condición de un estado dinámico de permanente susceptibilidad. Y es así también como Kent ha podido aseverar que el síntoma determinativo por excelencia del cuadro clínico es el que concierne a los trastornos de la voluntad instintiva o afectividad en donde se da el conflicto entre las tendencias regresivas y las que impelen al organismo hacia la libertad espiritual que lo transforman en persona (28).

Ahora bien ¿en dónde asienta el conflicto que produce la enfermedad? Se dijo que la misma se presenta en su centro vital, lo que es sinónimo de energía vital. Y lo que en Paschero es también sinónimo de voluntad instintiva. En otras palabras, la vida humana tiene aquí otro sinónimo: voluntad primaria.

Penetrando en los fenómenos vitales que determinan cada cuadro singular de idiosincrasia, nos enfrentamos con los instintos como fuente de la voluntad inconsciente de vida, que como un impulso primario ejerce su fuerza ciega e irresistible para solventar la necesidad elemental de subsistir y perpetuarse. >
Es necesario consignar aquí que esta voluntad primaria, inconsciente, irracional por lo mismo que se identifica con la vida misma, es el impulso determinante de los deseos, apetitos, tendencias e inclinaciones en el aspecto alimentario, así como también en lo concerniente a la vida afectiva y a la de los mismos sueños con su expresión simbólica de los conflictos entre los instintos y la conciencia; que para el homeópata atento constituyen los síntomas característicos de la personalidad profunda, como exponentes de la voluntad instintiva, lo que de fondo es y quiere el enfermo (29).

La voluntad considerada en su aspecto primario no es más que el instinto de vida, de autoconservación ciego e irresistible. 
Los trastornos de la voluntad son los principales y centrales del hombre.
Hahnemann  sostuvo, con profunda convicción y fe, que lo que en el hombre debe ser curado es la perturbación de la voluntad profunda (30).

Paschero presenta así dos aspectos de la vida en el hombre: uno, como vimos  supra, que es sinónimo de e nergía vital, la que como ya mencionara es un caso especial de la energía cósmica, y por ende un proceso físico; el otro es descrito en un plano metafísico, y es la voluntad inconsciente, y como voluntad, aspecto del Ser del hombre, como veremos más adelante. Ambas aparecen como dos caras de una misma moneda, pero en dos ámbitos diferentes. Esta postura recuerda por el paralelismo presente entre los planos físico y metafísico, pasajes de la obra de Spinoza. 
Podemos así exceptuar a Paschero de una posición meramente mecanicista acerca de la vida. 
Es en la voluntad en donde se produce una especie de combate, ya que Paschero diferencia esta voluntad, primigenia, irracional e instintiva de otra, que es una modificación de la primera de acuerdo a una reactividad volitiva ante las circunstancias medioambientales, proceso que en el hombre es tutelado por la razón.

 La otra voluntad, la voluntad consciente, intelectual o deliberada que resulta de una modificación reactiva de la voluntad inconsciente ante la adaptación a la realidad o maduración del sujeto, es la que confiere razones selectivas o juicios de valor en las cosas que el hombre apetece, rechazando las compulsiones destructivas y ordenando la voluntad al bien como fines del ser que ha llegado a la adultez, volcándose en versión generosa hacia el prójimo y buscando el bienestar de los demás (31).

Esta voluntad es privilegio del ser humano, portador de una razón que lo lleva a discernir y decidir, si está en un proceso madurativo no parasitado por la enfermedad, hacia una actitud de vida dativa y no egoísta.

El hombre tiene instintos pero no es instinto sino persona. Y persona es el ser espiritual que no se deja instigar por el instinto al que reconoce como suyo pero al que gobierna como ser libre y responsable. 
En todos los enfermos existe un conflicto entre la voluntad y la razón o la inteligencia. La voluntad cuando está ordenada a los sentidos no obedece a la razón y entra en conflicto con ella. A medida que el hombre crece supera el autismo infantil de estar sujeto a la voluntad sensible para ordenar la voluntad a la razón y madurar psicológicamente pasando del principio del placer al principio de la realidad (32).

La razón es la que va determinando la voluntad de acuerdo a los estímulos medioambientales, creando una conciencia moral que frena el avance instintivo -que sólo vela por la propia satisfacción-, y lo vincula con el cosmos.

El ser humano desarrolla una conciencia moral que lo integra en la unidad esencial del cosmos (...) Las emociones se producen  en relación con esta conciencia moral  como un medio para eludir o sortear dificultades de adaptación y resolver derivativamente el conflicto entre los instintos y la conciencia, entre los deseos y la interdicción moral (33).

Como se nota, el conflicto entre la razón y la voluntad es producto de un condicionamiento en la libertad (la hoy llamada “libertad substancial”), con lo que la enfermedad, que es una adaptación existencial errónea,  pasa a ser para Paschero un cercenamiento de la libertad humana

La enfermedad no es más que un proceso de adaptación biológica al medio circundante, al mundo cosmo-biológico-social que rodea al individuo, y esta adaptación no es sólo instintiva sino que se produce con la inteligencia, la capacidad de decidir, razonar, ponderar las circunstancias, por lo que la enfermedad, es decir, la adaptación, es un problema de libertad (34).

En términos psicológicos, hay para Paschero una respuesta ante un sentimiento instintivo de inseguridad que, exaltando a su vez el instinto de autoconservación, “incrementa enormemente la conciencia de sí mismo, lo aprisiona en los estrechos límites de su egoísmo y lo sepulta en la infelicidad, la miseria y la angustia de un ser que se siente cada vez más aislado y en permanente peligro” (35). Es éste el primer nivel de conciencia según Paschero. 
Existe además la formación de una superestructura sobre la conciencia o personalidad dinámica o instintiva, que constituye la conciencia o personalidad social o reactiva, que opera como conciencia moral. Éste es el segundo nivel de conciencia según Paschero. 
Hay que resaltar aquí que el concepto de conciencia moral que propone Paschero no es similar al super-Yo freudiano. Paschero distingue bien el rol represivo que realiza este último, a diferencia de la tarea adaptativa, evolutiva y madurativa que produce la moral que determina la razón sobre la voluntad instintiva.

Las normas morales llevan implicada siempre la productividad, el carácter oblativo, altruista, constructivo, con capacidad de dar, de acción libre y sin represiones que contrarían esencialmente la ley natural de curación, ley que rige todas las manifestaciones vitales en constante actividad curativa (36).

Dado que en la personalidad dinámica se presenta el conflicto a superar, es allí a donde debe apuntar el remedio homeopático:

El equilibrio entre estos dos estratos de la personalidad, el dinámico o instintivo y el social o reactivo, hace que el individuo se halle en aparente estado de salud que significa una buena adaptación al sistema social. El medicamento homeopático dirigido siempre a la corrección de ese dinamismo patógeno, miasmáticamente alterado, de la personalidad dinámica instintiva frente a la voluntad, los impulsos y los deseos o ambiciones, puede determinar un menor requerimiento compulsivo que permita la adaptación (37).

Sin embargo, este nivel de personalidad no constituye aún para Paschero la salud; hay un tercer nivel de conciencia o personalidad que consiste en el descubrimiento del profundo ser íntimo, “en donde palpita la vida fundamental e indiferenciada, desde donde la queda voz de lo absoluto nos incita a perder nuestra individualidad para ganarnos en la conciencia universal” (38). Quiero referir que esta propuesta de Paschero tiene una profunda raíz mística, presente por ejemplo en Meister Eckhart o en Nicolás de Cusa y que llega hasta Heidegger. Es el regreso al ser indiferenciado que está en el núcleo del ser humano (y de todo el cosmos), es volver a la Vida desde nuestra vida, alcanzar lo Absoluto (Dios), a través de lo Universal (Macrocosmos), desde lo Particular (Microcosmos). Podemos inscribir así a Paschero entre los defensores de una  progressio y de una  regressio, verdadero círculo neoplatónico.

Lo esencial es comprender que el ser humano realiza su ser íntimo, esencial, espiritual  al estar dos en recíproca presencia, es un acontecimiento que se produce  en el encuentro de uno con el otro. Y, sobre todo, debemos experimentar en nosotros que existe una participación del hombre en el ser del mundo, en el ser en plenitud, participación que debemos hacer activa en tanto tomemos conciencia de nuestro verdadero ser (39).


4. LA SALUD 
No existe en verdad para Paschero un concepto de perfecta salud; al ser un objetivo vital, la salud aparece como un proceso al que se tiende en la permanente adopción de una actitud de superación del autismo infantil, del egoísmo inicial.

No existe la salud, sólo existe la enfermedad. La vida fluye de un desequilibrio en otro cuya mayor o menor estabilidad depende de la sensibilidad de cada enfermo, determinando así, en cada caso, una
ecuación estrictamente personal (40).

Lo que puede lograr la medicación homeopática bien indicada es el desbloqueo del libre fluir personal, recuperando el ser humano su libertad determinativa. 
Sin embargo, no se consigue todo con el remedio; hay que además guiar al paciente en una adecuada actitud vital:

El simillimum homeopático es un medio para curar, pero no un fin en sí mismo; no define por sí solo la curación. El homeópata debe ser un pedagogo capacitado para guiar al enfermo en la rectificación de su actitud vital por la comprensión racional de lo que debe hacer para ubicarse en las etapas correspondientes a su desenvolvimiento como persona que debe reencontrase en la unidad del nosotros (41).

Este reencuentro con el prójimo se produce a partir –como se esbozó- de una comprensión del propio sentido de vida. Y que ese sentido tiene un télos, una finalidad en los otros y en lo Absoluto. Paschero es en este punto deudor del pensamiento moderno, ya que una comprensión completa del sentido de vida, a través del ejercicio pleno de la razón, produce una trascendencia en lo Otro.

La salud verdadera e ideal es la que el hombre alcanza cuando ha logrado un nivel de conciencia en el que se siente regido por una relación esencial con el prójimo; en el que adquiere la vivencia madura de su unidad profunda con el todo, desarrollando su personalidad desde una subjetividad egocéntrica y absorbente hacia la objetividad altruista que reconoce su verdadera y real existencia en la trascendencia del yo (42).

Por otra parte, existen variables sinónimas en este proceso vital:

Capacidad creadora, capacidad de síntesis y maduración psicológica e integración con el todo son sinónimos que expresan el punto máximo del proceso evolutivo que el hombre debe fatalmente cumplir para realizarse, vale decir para superar la ansiedad básica que signa su vida por la pérdida del paraíso perdido: la seguridad biológica del seno materno que abandonó para enfrentarse con el mundo hostil en el que debe formarse (43).

Por último, la actitud de comprensión hace ver al hombre que su máxima expresión creativa es el amor, que “es un intento de recuperar la unidad perdida” (44).
No es el amor un abandono de sí; por el contrario hay que partir de sí, pero del sí mismo profundo que es a su vez Vida indiferenciada. Hay que amar lo que de Absoluto hay en cada uno, para poder amar en forma consecuente (idéntica, en realidad) al Otro.

El amor para ser auténtico debe partir de alguien que ame en sí su propia creatividad y que tenga conciencia de que participa del Ser, uno de cuyos aspectos, tal vez el fundante y más originario, es el amor.(...) 
Porque sólo el amor puede ser origen. El yo y el tú llevan potencialmente la posibilidad de ser uno, de unirse en el nosotros. Sólo así se descubrirá la unidad originaria, se tendrá conciencia de una plenitud que -creo- todos vivimos con nostalgia.
Dije que el amor era uno de los aspectos del ser, cuyas otras dos facetas confluyentes son la razón o intelecto y la voluntad. No habría ser si no hubiera amor, razón y voluntad. De ahí que para que el amor sea profundo y auténtico deba estar acompañado por esas otras dos manifestaciones del ser, que sólo son eso: diferentes manifestaciones de una única realidad. 
Y al sentir ese amor que es sólo un aspecto del ser, de la unidad integrada también por la inteligencia y la voluntad, veremos cómo todas nuestras capacidades se dinamizan, cómo se potencializa nuestra comprensión del otro, cómo se crea un mundo en el que se ha intensificado la belleza, y descubriremos entonces que la vida sólo puede darse en  plenitud en la unidad afectiva del nosotros. 
Para lograr esa plenitud de vida genuina, sin embargo, habré de partir de mi propio ser como capacidad de amor, de inteligencia y de voluntad, y habré de amar en mí lo que mi conciencia reclama como lo mejor de mí mismo, lo que  reclama mi voluntad de perfección y de totalidad. Sólo entonces será real esa capacidad de amor y podré amar al otro también en lo que él haya de lograr. Podré llegar al tú en su esencial creatividad y en su yo más profundo.
 Y esto habrá de ser mi permanente búsqueda y mi objetivo más constante. Sólo pido sentir esa necesidad, afirmarla en mi corazón, pensar en ella con lucidez cada instante de mi vida para poder cumplir con mi destino que intuyo con absoluta seguridad: el de vivir el amor divino en mí e irradiarlo auténticamente realizado en la unidad de vida con los demás. Esa es la demanda de la vida en plenitud que exige a todo hombre desde el fondo del alma (45).

Como vemos, para Paschero “ser” humano no es simplemente nacer como miembro de la especie humana. Hay una naturaleza humana ideal a alcanzar, y la salud entraña ese destino de humanización. Y humanizarse es de algún modo tender a lo divino. 
La enfermedad, por el contrario, estanca dicha posibilidad en un rango inferior; el médico homeópata puede colaborar con el paciente a través de su correcta prescripción y de su acertada guía. 
La Homeopatía se convierte así en instrumento de liberación. Así como Marx quería que la Filosofía se convirtiera en arma de transformación social, Paschero nos dice que el acto médico debe intentar promover la transformación personal, lo que por cierto, se vuelve cambio social.


5. CONCLUSIONES 
Mi intención ha sido realizar una presentación del pensamiento de Paschero, sin efectuar una tarea crítica en cuanto a algunos problemas filosóficos que pueda presentar el sistema. Estos existen: por un lado, problemas externos al mismo, como tiene todo aquel pensamiento que está sustentado en el vitalismo; por otro lado, problemas internos, como por ejemplo aquellos que puedan derivar de la relación entre el aspecto físico y el metafísico de la Vida, de la relación entre diferentes “aspectos” (como Paschero los llama) del ser del hombre: amor, razón y voluntad, o los que devienen de su postura teísta. 
Sí, en cambio, me referiré a la alta exigencia para el médico homeópata que parece desprenderse del pensamiento pascheriano.
 En la actualidad, en el tiempo posmoderno en que vivimos, la idea de realización personal  propuesta por Paschero está cada día más alejada. Foucault, en “Las palabras y las cosas” (1966) decreta la muerte del hombre, es decir, de aquel ideal de naturaleza humana que se detentaba hasta la modernidad. 
El hombre en la posmodernidad (hipermodernidad de Lipovetsky)  tiene como modelo de sentido vital el alcance personal de su deseo, el hedonismo de la satisfacción inmediata de novedades, sin volcarse a una actividad dativa; presenta un desconocimiento pleno de la unidad con la Absoluto como tarea a encarar, ya que el fragmentarismo posmoderno es máximo. 
Ante una situación tal, ¿cómo suena a los oídos del médico homeópata el mensaje de Paschero? 
En nuestros días, salvo excepciones, el paciente no está preparado para recibir un consejo de búsqueda de trascendencia, aún si la prescripción es acertada y el remedio es el constitucional. 
No obstante, en mi opinión no hay que abandonar el norte de su pensamiento, que hace a la verdadera curación, a la guía hacia una plenitud psicofísica. 
Como ya se señaló, no existe para Paschero la completa salud, sino como polo ideal a alcanzar.

La salud verdadera e ideal es la que el hombre alcanza cuando ha logrado un nivel de conciencia en el que existe una relación verdadera entre su último fondo espiritual y el universo, en el que adquiere la vivencia de su unidad profunda con el todo (46).

El médico homeópata debe tener en cuenta esta importante circunstancia, para no crear expectativas sobrehumanas en su práctica. 
Corre peligro el médico de malinterpretar el camino propuesto por Paschero; en efecto, éste reclamaba al médico, además de una comprensión vital a través de la empatía y una prescripción juiciosa, un rol de guía en el camino del enfermo hacia la salud; esto no implica que la salud ideal se alcance, ni por tanto, que el médico sea testigo de la llegada a una meta que, como dije, es ideal, aunque no por ello inexistente. 
La labor médica debe ser cuidadosa, ya que en nuestra posmodernidad, el paciente generalmente requiere rápidas respuestas a sus problemas. 
Hay que ganarse la confianza del mismo y comprenderlo empáticamente “en situación” (palabra “cargada” de connotaciones existencialistas), debiendo el médico intentar percibir así qué es lo más conveniente en su terapéutica. Intentar luego, finalmente, que  encuentre el camino (que es el paso previo al recorrido del mismo), para que se oriente hacia ese polo ideal, hacia la ataraxia que Paschero señala. 
Esta es nuestra actual tarea pedagógica, en la cual no debe olvidarse además el respeto por la decisión última del paciente, que involucra su voluntario destino; esto último es esencial  para no caer en el llamado paternalismo médico. 


NOTAS:
1.Cfr. para esta crítica Escola Kentiana do Rio de Janeiro, “Masi Elizalde, Homeopatia teoria e Prática”,Ed. Luz Menescal, Rio de Janeiro, 2004, pp. 75-76.
2. PASCHERO, T. P., Homeopatía, El Ateneo, Buenos Aires, 1984. 
3. CANDEGABE, M. Diálogos con Tomás Pablo Paschero, Ed. Lalaye, Buenos Aires, 1997. 
4. PASCHERO, T. P. “Los síntomas mentales en Homeopatía”, en Homeopatía, p. 60. 
5. PASCHERO, T. P.  “La Psicología en la formación del médico”, en Homeopatía, p. 138. 
6. PASCHERO, T. P.  “Los síntomas mentales en Homeopatía”, en Homeopatía, p. 59-60.
7. PASCHERO, T. P. “Medicina antropológica o medicina de la persona”, en Homeopatía, p. 150. 
8. PASCHERO, T. P. “La práctica de la Homeopatía”, en  Homeopatía, p. 68. 
9. PASCHERO, T. P. “La ley de curación frente a la supresión de los síntomas”, en Homeopatía, p. 35-36. 
10. PASCHERO, T. P. “Qué es lo que se debe curar en cada enfermo”, en Homeopatía, p. 229. 
11. El filósofo griego nos dirá en el fragmento 12 “Para los que entran en el mismo río, aguas fluyen, otras y otras”, interpretado por Platón en Crátilo y Teeteto con las expresiones pánta rhei, pánta kineítai, pánta choreí (“todo fluye,” o “todo se mueve”). 
12. PASCHERO, T. P. “La ley de curación frente a la supresión de los síntomas”, en Homeopatía, p. 35-36. 
13. PASCHERO, T. P. “Qué es lo que se debe curar en cada enfermo”, en Homeopatía, p. 229. 
14. PASCHERO, T. P. “La curación”, en Homeopatía, 242-3. 
15.PASCHERO, T. P.  “La ley de curación frente a la supresión de los síntomas”, en Homeopatía, p. 35-36. 
16. PASCHERO, T. P. “La ley de curación frente a la supresión de los síntomas”, en Homeopatía, p. 35-36. 
17. PASCHERO, T. P. “La ley de curación frente a la supresión de los síntomas”, en Homeopatía, p. 35-36. 
18. PASCHERO, T. P. “La ley de curación frente a la supresión de los síntomas”, en Homeopatía, p. 35-36. 
19. “Nos apresuramos a declarar que no damos aquí el nombre de espíritu solamente a la condición filosófica excelsa del hombre hiperevolucionado y excepcional que ha conectado con los valores trascendentes, sino a la instancia psíquica, presente en todo ser humano, que le confiere los atributos de la autoconciencia como sujeto ante sí mismo y objeto frente a un mundo cuya realidad debe asimilar”. PASCHERO, T. P.  “Los síntomas manteles en Homeopatía”, en Homeopatía, p. 62. 
20. CANDEGABE, M. Diálogos con Tomás Pablo Paschero, p. 76. 
21. CANDEGABE, M. Diálogos con Tomás Pablo Paschero, p. 50. 
22. PASCHERO, T. P. “La personalidad del enfermo”, en Homeopatía, p. 158. 
23. CANDEGABE, M. Diálogos con Tomás Pablo Paschero, p. 77. 
24. CANDEGABE, M. Diálogos con Tomás Pablo Paschero, p. 82-3. 
25. PASCHERO, T. P. “El Órganon de la Homeopatía”, en Homeopatía, p. 14. 
26. CANDEGABE, M. Diálogos con Tomás Pablo Paschero, p. 59-60. 
27. PASCHERO, T. P. “La curación”, en Homeopatía, p. 240-1.
28. PASCHERO, T. P. “Medicina antropológica o Medicina de la persona”, en Homeopatía, p. 151.
29. PASCHERO, T. P. “La curación”, en Homeopatía, p. 241.
30. CANDEGABE, M. Diálogos con Tomás Pablo Paschero, p. 95.
31. PASCHERO, T. P. “La curación”, en Homeopatía, p. 241.
32. CANDEGABE, M. Diálogos con Tomás Pablo Paschero, p. 95-106.
33. CANDEGABE, M. Diálogos con Tomás Pablo Paschero, p. 52.
34. PASCHERO, T. P. “Principios inalienables”, en Homeopatía, p. 1.
35. PASCHERO, T. P. “La curación de la enfermedad constitucional”, en Homeopatía, p. 178.
36. PASCHERO, T. P. “El problema psicológico en Homeopatía”, en Homeopatía, p. 127.
37. PASCHERO, T. P. “La curación de la enfermedad constitucional”, en Homeopatía, p. 178.
38. PASCHERO, T. P. “La curación de la enfermedad constitucional”, en Homeopatía, p. 178.
39. CANDEGABE, M. Diálogos con Tomás Pablo Paschero, p. 112-5.
40. CANDEGABE, M. Diálogos con Tomás Pablo Paschero, p. 68.
41. PASCHERO, T. P. “La curación”, en Homeopatía, p. 243.
42. CANDEGABE, M. Diálogos con Tomás Pablo Paschero, p. 112-5.
43. CANDEGABE, M. Diálogos con Tomás Pablo Paschero, p. 81.
44. CANDEGABE, M. Diálogos con Tomás Pablo Paschero, p. 89.
45. CANDEGABE, M. Diálogos con Tomás Pablo Paschero, p. 124-7.
46. CANDEGABE, M. Diálogos con Tomás Pablo Paschero, p. 120-1.


Autor: Dr. Gustavo Alberto Cataldi, director de la Escuela Médica Homeopática Argentina “Tomás Pablo Paschero”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario