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EL NUEVO MÉDICO

Ensayo utópico para sobrellevar las navidades En el origen de la cultura, el brujo, el chamán, el curandero, ocupaba el papel de mediador entre las oscuras y misteriosas fuerzas de la naturaleza y el hombre acechado por las mismas. El chamán, en virtud de una disposición innata o aprendida de sus maestros, era capaz de dominar y mantener alejadas de su protegido todas las amenazas que desequilibran la salud y traen el infortunio y la muerte, fuesen éstas los designios malévolos de algún espíritu, el capricho de éste o aquel dios ofuscado por la conducta o la buena fortuna del sujeto, el hechizo perpetrado por algún poderoso intuitivo a requerimiento del envidioso o del vengativo, o la suerte adversa en forma de un veneno, un accidente, un animal peligroso. Y cuando, a pesar de todo el poder del mago, la muerte resultaba inevitable, él sabía acompañar a su pupilo hasta las mismas puertas del más allá dejándolo a un solo paso de la feliz compañía de sus antepasados. Hemos de admitir que, en un sentido estrictamente biológico, el médico es innecesario, es posible vivir (y morir) sin médico. Sin embargo, desde una perspectiva existencial, resulta una figura imprescindible como lo demuestra el hecho de haber sido el médico, bajo esa forma de mediador, uno de los elementos básicos de toda cultura. Del mismo modo que no se concibe una cultura sin lenguaje o sin referencias al misterio de la existencia, no puede concebirse una cultura sin su mago, su mediador, su médico. Misterio (es decir, la constatación del misterio de la que toda cultura arranca) y mediador se exigen mutuamente. Han pasado los siglos, no sabemos cuántos desde que el hombre proyectó su mirada más allá de los límites de su percepción inmediata, es decir desde que fue hombre; con los siglos la cultura ha adquirido complejidad y poder; hemos descubierto la lógica y después de la lógica (y por ella) la ciencia y como consecuencia la técnica. Con nuestros automóviles, nuestros zapatos y nuestras gabardinas no nos parecemos mucho a aquellos primeros neandertales, cromañones o sapiens. Sin embargo el hombre común sigue necesitando la figura del mediador protector, una figura que en nada difiere esencialmente del antiguo brujo o chamán. Tan es así que aún en el siglo XXI siguen seduciendo a muchos occidentales esos chamanes (presumo que fingidos) que a través de Internet o de la avalancha seudoespiritualizante de la New Age, surgen de no se sabe qué trasnochado escenario transhistórico para vender sus servicios al ingenuo hombre “civilizado” cuyo inconsciente anhela ese arquetipo, precisamente ése (el del mediador protector), que no consigue encontrar en la Seguridad Social. Es decir, que por mucha sofisticación que nos haya caído encima durante estos siglos, el paciente sigue viendo en el médico lo mismo que veían sus antepasados, y sigue requiriendo del médico lo mismo que sus antepasados requerían. Esto no tiene nada de extraño si aceptamos que el médico, la medicina, cumplen una función cultural establecida desde el mismo origen de la cultura y que esa función cultural no es prescindible en tanto que la estrictamente biológica sí lo es. En las pasadas Jornadas de Medicina y Filosofía, un colega ponía de manifiesto la desaparición del médico como tal en un sistema en el que diagnostican las máquinas y tratan las multinacionales farmacéuticas, todo ello a través de estrictos protocolos que dejan poco o ningún lugar para los saberes tradicionales del médico, es decir, para el arte. “El médico, decía este colega, está desorientado, perdido”, y es cierto; más aún: ha sido enajenado, casi no está. También comentaba el hecho de que el otro protagonista de la medicina, el paciente, se enfrenta de manera directa con el poderoso flujo de la ciencia, de los conocimientos científicos que están tomando rápidamente el lugar del saber médico. El paciente de la medicina actual ya no busca al médico, decía, sino que busca “la medicina” en abstracto, o en todo caso el centro sanitario moderno, con todos los adelantos, incluso el último recurso terapéutico que cree conveniente para su caso. Todo este flujo de conocimientos, que genera un poder en ocasiones poco controlable y potencialmente dañino, espanta. Y espanta precisamente porque nos cambia el escenario, y ese cambio, al provocar situaciones muchas veces dramáticas, ha generado la desgarrada ética de última hora que ya no es la ética del médico (porque no hay médico) sino la ética de los procedimientos (por expresarlo de algún modo), concepto que no es fácil aceptar así como así, ya que el referente, el sujeto exclusivo de la ética, es el hombre. Pero también espanta ese flujo porque es misterioso, ya que en definitiva los objetos de la ciencia son precisamente los misterios de antaño. Dicho de otro modo: lo que espantaba y maravillaba al primitivo en forma de misterio es lo que espanta y maravilla al contemporáneo en forma de descubrimiento científico o de logro tecnológico. Los mismos perros con distintos collares. Es cierto que la ciencia no ha agotado los misterios, pero ha desentrañado bastantes. Estos misterios desentrañados, al penetrar y difundirse en la cultura (la cual, no lo olvidemos, se generó precisamente como solución a la insoportable confrontación con el misterio) pueden ser devastadores; no por haber sido desentrañados sino porque podamos creer que han dejado de ser misterios. Aunque de otra forma, siguen siéndolo. Lo que deshumaniza la medicina y enajena la figura del médico es la suma de estas dos creencias implícitas: que la ciencia ha desentrañado (o lo hará en breve) todos los misterios, y que un misterio desentrañado deja de serlo. Y esto nos lleva a proponer un modelo de médico cuyo hábitat pueda ser la medicina contemporánea, un médico que no sucumba, que no se diluya ante el poder devastador de la ciencia moderna sino que más bien sea capaz, sin perder su condición de médico, de administrar todos esos recursos en interés del paciente. Pero, ¿por qué el médico (el médico antiguo, el médico artista, el médico mediador) se diluye ante la llamada medicina científica? La razón hay que buscarla en los distintos orígenes del médico y de la ciencia, porque la ciencia, al contrario que el médico, es un logro muy moderno de la cultura, un logro que depende de la incorporación de la lógica al pensamiento occidental, y que no ha dado sus frutos más extraordinarios hasta hace poco más de un siglo, frutos que se han ido multiplicando en progresión geométrica y que han generado expectativas de vértigo. Todo esto da mucho prestigio, apabulla a cualquiera, seduce al que hasta entonces era portador de un saber antiguo. Sin embargo, aquí también se oculta otro error implícito, a saber, la idea de que la ciencia es un instrumento universal, que a través del método científico puede ser procesada toda la realidad, lo cual es sustancialmente falso. La ciencia es fruto del pensamiento lógico, un fruto todo lo hipertrófico que se quiera, pero que lleva en sí la radical limitación de su propio origen: todo lo que no pueda ser procesado lógicamente, no puede ser objeto de la ciencia. Intuición, sentido estético, emociones, dimensión metafísica, y un largo ectcétera que incluye todo lo que se ha dado en llamar subjetivo (anotar aquí lo que la enfermedad tenga de subjetivo), son inabordables científicamente. Es decir, que hay incontables rangos de misterio que no serán científicamente desentrañados. Pero esto no afecta a la figura del médico nuevo que quiero dibujar, ya que esos viejos misterios siempre han sido parte de su afanosa competencia. Se trata pues de proponer un médico que medie entre los nuevos misterios (los misterios desentrañados) y el paciente, un médico nuevamente mediador al que podríamos llamar “el médico tutor”. Quiero insistir una vez más en que los misterios desentrañados por la ciencia, son, al igual que los viejos espíritus, al mismo tiempo buenos y malos, benéficos y perversos, útiles y peligrosos; al igual que los viejos espíritus, son desconocidos y de efectos imprevisibles y ante ellos el enfermo está tan indefenso, tan angustiado como antaño lo estaba ante los viejos espíritus en la soledad hostil de la Naturaleza. O más. Por eso necesita un mediador; por eso agradece un mediador; por eso se procura, a poco que pueda, un mediador. Y es cierto que se lo procura: el familiar o el amigo médico, la ATS, la auxiliar o incluso la limpiadora o la empleada del office, hacen de guías, de introductores del paciente en el mundo amenazador del hospital; lo presentan al especialista tratando de suavizar este primer encuentro, de obtener una mejor atención, de recabar algo de afecto. Pero en el momento en que la máquina del protocolo se pone en marcha, nada de eso tiene relevancia. El afecto, el interés personal, están en crisis, incluso están mal vistos. Constantemente se oye decir en los hospitales que los “enchufados” son los que tienen más complicaciones. Seguramente no es cierto, pero sí que las complicaciones de los “enchufados” son las únicas que recuerdan algunos médicos porque los “enchufados”, en general familiares o amigos, son los únicos por los que esos médicos se tomaron un interés personal. Por consiguiente, el enfermo necesita de ese nuevo “médico tutor” que sea su médico de cabecera, su amigo, su valedor y su consuelo en el seno de la deshumanizada institución sanitaria moderna, que tenga acceso a todas y cada una de las situaciones en las que el paciente pueda encontrarse para asesorarlo y garantizar sus intereses; y para asumir, cuando el paciente no sea capaz de ello, la responsabilidad de las decisiones. Pero a ese médico, para que no sucumba a la marea del hospital, para que no se convierta en uno más de los especialistas inmersos en su propia demarcación y convencidos de la excelencia de la misma (lo cual seguramente es bueno en tanto que especialistas), para que, en definitiva sea capaz de asumir y desempeñar las funciones que le vamos a encomendar, hemos de dotarlo de conocimientos, autoridad e independencia. A tal fin, habré de investirme del oneroso manto del legislador y sumergirme sin más trámite en el estanque abismal de la utopía. Con la venia. Ley nº 1/2009. Por la que se establece la creación del Cuerpo de Médicos Tutores. Artículo 1.- Por la presente se dispone la creación y funcionamiento del Cuerpo de Médicos Tutores, de ámbito estatal y con Estatuto independiente. Artículo 2: Sobre la formación de los médicos tutores.- 2.1.- Acceso.- Para acceder a la formación específica de médico-tutor será requisito previo el título de licenciado en medicina, así como superar la correspondiente prueba de acceso. 2.2.- En la prueba de acceso serán valorados los siguientes elementos: Expediente académico. Vocación profesional. Intereses personales. Formación humanística. Capacidad para integrar diversos elementos de la misma realidad. Capacidad de juicio. Independencia de criterio. Entrevista personal. 2.3.- Contenido formativo.- El programa de contenidos de formación de los médicos-tutores deberá ajustarse a los siguientes requerimientos: Duración: 5 años. Formación clínica durante los primeros tres años: la correspondiente a médico de familia. Formación clínica durante los dos últimos años: la correspondiente a la especialidad en la que desarrollará su trabajo profesional. Formación específica: la formación específica, que se impartirá durante todo el ciclo, constará de las siguientes materias: Filosofía. Antropología. Ontología. Psicología. Conocimiento riguroso y crítico del ámbito terapéutico no ortodoxo y de sus posibilidades reales. Psicología médica; psicoterapia; psicoterapia de apoyo. Medicina de la totalidad. Artículo 3: Sobre el desempeño profesional de los médicos-tutores.- Terminado el periodo formativo, cada médico tutor será asignado a un departamento correspondiente a la especialidad que haya elegido en sus dos últimos años de formación clínica. Todos los departamentos con actividad clínica en todos los centros sanitarios institucionales o privados deberán tener en su plantilla el número de médicos tutores necesarios para la atención de sus pacientes. Este número dependerá del tipo de paciente que atienda cada departamento, y será determinado por acuerdo del conjunto de médicos tutores de cada centro. 3.1.- Responsabilidades y atribuciones: Cada médico-tutor será el médico personal de un número de pacientes al que pueda atender con holgura, y que se determinará de acuerdo a las especificaciones del encabezado del presente artículo. Deberá estar informado permanentemente de la evolución y la situación clínica y personal de sus pacientes y mantenerse en permanente contacto con el/los especialistas encargados del diagnóstico y del tratamiento, así como con el personal sanitario que trata con cada paciente. Deberá asistir a todas las sesiones clínicas que afecten a sus pacientes. Deberá visitar a sus pacientes al menos una vez al día. Deberá estar presente en todos los procedimientos diagnósticos, farmacológicos o quirúrgicos a los que cada uno de sus pacientes sea sometido y que conlleven algún riesgo para el mismo, por pequeño que sea. Deberá garantizar que sus pacientes reciban el tratamiento que más convenga a sus intereses físicos, emocionales y mentales, tomando en consideración el proyecto existencial, los deseos y las creencias de cada paciente. Deberá proporcionar a cada paciente (o a sus familiares) la información que considere útil y beneficiosa para el mismo, reservándose aquella que estime nociva para el paciente dependiendo de la situación del mismo, de su personalidad, etc. El médico-tutor será el único responsable de transmitir dicha información, absteniéndose de ello el resto de los médicos a no ser en presencia del médico-tutor y con su consentimiento. Cualquier procedimiento diagnóstico, farmacológico o quirúrgico al que deba ser sometido el enfermo, deberá ser autorizado previamente por el médico-tutor. Dado que el médico-tutor representa la figura del antiguo médico de cabecera dentro de la institución sanitaria, deberá garantizar a sus pacientes una vía permanente de contacto para situaciones de emergencia, durante las 24 horas, y acudirá al hospital, fuera de su horario laboral, cada vez que sea necesario. Esta dedicación será compensada con 15 días de vacaciones extraordinarias al trimestre, vacaciones que tomará el médico-tutor, coincidiendo con el momento del alta de sus pacientes. Artículo 4: Sobre la dependencia administrativa.- El Cuerpo de Médicos Tutores tiene ámbito estatal y se rige de manera independiente. Su órgano de dirección es un Patronato emérito. 4.1.- La independencia de los médicos-tutores: Ni durante el periodo de formación ni durante el desempeño profesional, dependerá el médico-tutor de la administración sanitaria. La administración sanitaria no podrá contratar ni despedir médicos-tutores, los cuales dependerán exclusivamente, y a todos los efectos, de su Patronato. 4.2.- La composición del Patronato será la siguiente: Tres médicos-tutores jubilados. Tres filósofos jubilados con reconocida actividad investigadora en el campo de la enfermedad y el sufrimiento. 4.3.- Mientras no existan médicos-tutores, los tres médicos patronos serán elegidos entre los médicos jubilados con acreditada trayectoria profesional e investigadora en el campo de la enfermedad y el sufrimiento, desde una perspectiva global. 4.4.- Los patronos no recibirán compensación económica alguna por el desempeño de su cargo, excepto la compensación por los gastos que tal desempeño conlleve. 4.5.- Salvo muerte, enfermedad o dimisión justificada, los patronos permanecerán en sus cargos durante un periodo de cinco años antes de causar baja, momento en el que elegirán a sus sucesores. 4.6.- La Hacienda Pública librará cada año al Patronato las cantidades correspondientes a sueldos de los médicos tutores, gastos y actividad investigadora. La referida actividad investigadora, constará de un departamento dedicado a la recuperación de procedimientos terapéuticos útiles en desuso y a la consideración de las posibilidades de las medicinas no convencionales. 4.7.- El control de la buena administración del Patronato estará a cargo de un juez de la Audiencia Nacional, elegido por sorteo entre aquellos que se hayan destacado por su actividad profesional o investigadora en el terreno de los derechos de los pacientes y/o el aspecto humanitario de la justicia en relación a la enfermedad. Dicho juez podrá ser jubilado o no. En el caso de que lo sea, tendrá, en calidad de emérito, todas las atribuciones de la magistratura para lo que se refiere a la supervisión y control del Patronato. Al igual que los miembros del Patronato, ejercerá sus funciones de manera gratuita. 4.8.- Elección de los miembros del patronato (cláusula secretísima): Cada vez que uno o todos los miembros del patronato deban ser elegidos, serán convocados a tal efecto los posibles candidatos, para que aquellos que estén interesados, presenten su candidatura junto con sus méritos. Una vez que los responsables de la elección dispongan de la documentación de los candidatos voluntarios, descartarán inmediatamente a todos los que se han presentado. Al resto, se les enviará de nuevo una solicitud apremiándolos a presentarse y engatusándolos con alguna fruslería. Los que acepten en este segundo intento, serán asimismo descartados. Entre los que queden no resultará difícil elegir, ya que cualquiera de ellos será óptimo para el cargo. El cargo de patrono tendrá que ser, naturalmente, de obligada aceptación salvo causa justificada. En fin, compañeros, como estoy seguro que con lo que antecede os habréis hecho una idea de la cosa, procedo (con la venia) a retirar de mis hombros la pesada carga del manto legislativo y, a semejanza del señor Hyde, retorno a mi condición de buen (¿?) doctor, ignorante, como ya habéis podido colegir, del galimatías de las leyes así como de otras muchas cosas. Se acerca la Nochebuena y no quedará otro remedio que ser feliz o aparentarlo al menos. A vosotros os deseo también que lo seáis o que lo aparentéis con tanta convicción que se convierta en realidad. ¿No es al fin y al cabo la cultura, todo lo que somos y lo que aceptamos que es el mundo, el resultado de la fuerza de nuestra convicción? Pues eso.
Autor: Dr. Emilio Morales Prado.
Sevilla, 17 de diciembre de 2009.

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