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Cómo llegar a ser un homeópata ejemplar

En mis impagables desvelos porque el aspirante a homeópata pueda abrirse camino en el siempre difícil y proceloso “mundillo homeopático”, y para facilitar al ya sólidamente formado ese par de tontos peldaños que se le resisten y aún le quedan por alcanzar, he confeccionado con mucho cariño y algo de mala lac en dilución homeopática, este pequeño opúsculo al cual estoy seguro todos podemos contribuir añadiendo algunas cosas más. Se puede aplicar aquí también lo que dice Watzlawick (1) sobre amargarse la vida: que eso es algo que lo puede hacer cualquiera, pero amargársela a propósito es un arte que hay que aprender de forma un tanto sistemática, así que tampoco deben considerarse estas indicaciones como exhaustivas, sino únicamente como una guía que facilite a los más perspicaces el desarrollo de un estilo propio. 1. El aspirante a homeópata ejemplar habrá mitificado convenientemente la homeopatía (¡error!) y a los que la practican (¡¡horreur!!), sobre todo si llegan a ella por decepción de otros tipos de sistemas curativos (como en el caso de Samuel). Esto contribuirá a cierta sensación de omnipotencia hipnótica, que desembocará a su vez, muy probablemente, en una nueva decepción al confrontarlo más tarde con la realidad. Ni sus curaciones son tan mágicas ni sus compañeros son como se había imaginado, a fuerza de oírles decir tantas cosas bonitas como dicen. Sin embargo, el homeópata ejemplar, inasequible al desaliento, hará caso omiso de todo ello y seguirá adelante con la máxima que ya le acompañará para siempre (en frase atribuida a Hegel):“si los hechos no concuerdan con la teoría, tanto peor para los hechos”. 2. El homeópata ejemplar adquirirá una serie de pequeñas confusiones que serán imprescindibles para el buen devenir de su tarea. Confusiones que superará no meditándolas con parsimonia, sino tragándolas sin mayores problemas, como se dice en política que se tragan los sapos. Mejor cuanto antes lo haga. Menos agobios. 2.a). Confundir la salud (y la homeopatía) con la moral La discusión de este punto crucial rebasa la finalidad de este artículo. Sin negar la probable dimensión espiritual de conceptos tales como enfermedad y curación, mezclar juicios morales con estado de salud, y la homeopatía tiene una larga tradición en ello, sólo puede traer confusionismo. En mucha de nuestra literatura encontramos con frecuencia este tipo de fraseología: conducta degenerada, criminal, viciosa, coitos impuros, deshonestos, etc. Por citar sólo un ejemplo, a Med., como representante del miasma sycótico, se le ha asignado una siniestra imagen que no cuadra con los provings originales hechos por Swan, ni con las descripciones efectuadas por Hering o Allen y, sobre todo, con la realidad cotidiana (2). El propio Samuel tampoco parece confundir ambas cosas al decir en el famoso parágrafo 9 que “ en el estado de salud... de modo que el espíritu dotado de razón... puede emplear libremente estos instrumentos... para los más altos fines de su existencia” (3) A remarcar el puede [M. Candegabe (4)]. O sea, que también podría no hacerlo. Asimismo, en una famosa y bella nota de su álbum, escrita hacia el final de su vida, dice que “los tesoros más inestimables son una conciencia irreprochable y una buena salud; el amor de Dios y el estudio de sí mismo dan lo uno, la homeopatía lo otro”. Aquí también se ve con claridad cómo diferencia la salud de la moral. 2.b). Confundir la homeopatía con una especie de religión. Se puede empezar con frases en apariencia tan banales como: “la homeopatía es toda una filosofía de vida” “...es mucho más que una medicina” “...es mucho más que curar”, etc. y puedes acabar en una especie de secta (lo de “divina” vendrá más tarde). Es más, muchos homeópatas al darse cuenta de ciertas contradicciones se consuelan con otra máxima histórica utilizada con frecuencia en otros gremios: “haz lo que digo pero no lo que hago”. Y tan panchos. 2.c). Confundir a una persona con un remedio. Todos los homeópatas lo negarán, pero su lenguaje les traiciona y seguirán hablando p. ej. de “remedio constitucional”, “de fondo”, “su” remedio, etc. Esto lo decimos todos para entendernos, pero muchas veces en estas expresiones subyace el anhelo y la creencia (¿inconsciente?) de una especie de estado en el que la persona esté libre de casi de todo tipo de enfermedades. Es lo que Scholten llama “estado utópico” (5). El homeópata ejemplar olvida que no hay salud sin enfermedad y viceversa. Que son dos caras de la misma moneda. Que hasta morir, y para poder seguir evolucionando, la vieja rueda de la vida nunca se para, y cada nuevo paso puede conllevar nuevas situaciones y/o enfermedades. 2.d). Confundir a las personas con sus argumentos. Esto será bastante sencillo porque, dada su extensa implantación social, el aspirante habrá adquirido suficiente práctica en su vida cotidiana. A modo de ejemplo, el homeópata ejemplar nunca dirá que “lo que dice fulanito es impresentable porque bla bla bla”, sino que “fulanito es un impresentable porque dice que bla bla bla”...Si además le pone un poco de imaginación léxica y lo adereza de sutiles insultos, siempre le será más fácil el granjearse unos cuantos adversarios y/o enemigos, muy útiles para ir haciendo currículum o proyectar en ellos, más adelante, lo que fuere menester. 3. El homeópata ejemplar siempre será muy individualista. Ya nació así, como otros nacen agrimensores, agentes de la propiedad o Dios sabe qué. ¿Egocéntrico? ¿Egoísta? No, su modélica generosidad también es innata. De este modo podrá realizar mejor la alta misión a la que (cree) estar llamado desde su más tierna infancia. 4. El homeópata ejemplar siempre será firme y coherente (aunque otros pudiesen denominarlo dogmático, inflexible o, más vulgarmente, cabeza cuadrada). Estas cualidades le serán muy útiles para defender siempre con presteza lo que, un tanto solemnemente y con el consabido uso de las Mayúsculas, a las que nuestros clásicos son tan dados, Las Leyes Inmutables, La Doctrina, etc. El homeópata ejemplar, siempre con el “Organon” en la mano, como una Biblia, a falta de alguna espada más flamígera, [por cierto ver lo que dice Sankaran del síntoma “Religious affections, bible all day, wants to read, the” (6)] será especialmente vigilante con todo aquella teoría o interpretación que no coincida plenamente con la suya y/o con la de su Escuela. Porque el homeópata ejemplar, no hace falta decirlo, será persona de probada tolerancia y amplia apertura de miras con todas las nuevas ideas y formas de entender la homeopatía, siempre, claro está, que antes ya lo hubiese dicho (o pensado) él o su Escuela. 5. El homeópata ejemplar siempre será humilde, muy humilde, y en su abnegada humildad, creerá que puede cambiar radicalmente la vida de la gente. En todo caso, sólo hace falta escarbar un poco (calma, que la mayoría de veces ni eso) para encontrarnos uno de los orgullos y sentidos de superioridad más desproporcionados que se hayan visto en la faz de la tierra. Aunque bien mirado eso siempre le dará un poco de salsa a sus relaciones, ya sea con sus colegas o los demás simples mortales. En cuanto a lo de cambiar a la gente es otra de sus pequeñas confusiones, otra de sus delusions, porque aún en el caso de que así fuera, siempre es la gente, o sea ellos, quienes cambian. 6. El homeópata ejemplar deberá confesarse enfermo en alguna ocasión (¡!), pero (tranquilos) para vanagloriarse seguidamente, de forma harto discreta pero asegurándose bien que todo el mundo se entera, de algunos de los remedios que ha tomado y que le parezcan prestigiosos y ocultando otros que se lo parezcan menos, en una clara demostración de que aún no ha entendido nada de nada. Pero él, pelillos a la mar, incluso con el tiempo confesará, con la misma discreción y humildad, que normalmente se automedica, sí, a veces toma una dosis de esto o aquello porque, en realidad, y siendo sinceros (como acostumbra)...¿a quién va a ir él a contar su vida?; y, sobre todo, ¿quién mejor que él mismo puede curarse a sí mismo? 7. El homeópata ejemplar siempre tendrá a la solidaridad y sus afines como términos hegemónicos en su vocabulario. Toda agrupación homeopática que se precie tendrá, por supuesto, una sección de HSF o de Solidaridad o Ayuda a necesitados que, también por supuesto, languidezca adecuadamente por la falta de eso mismo entre sus miembros, o sea que como para repartir estamos... Asimismo todo el “merchandising” homeopático desde libros, cursos, remedios, programas, etc. tendrán un coste más bien oneroso. ¿Será para que no se pierda la tradición elitista homeopática?, ¿para probar la templanza de carácter del futuro homeópata? ¿para obras de caridad? No, será porque, además de todo eso, también es un negocio. Y muy lícito, por cierto. Pero por un extraño prurito, muchos lo tendrán que seguir justificando aludiendo como siempre al “beneficio de la Divina Homeopatía” y los homeópatas ejemplares, como son tan altruistas, sufrirán especialmente esa extraña esquizofrenia 8. El homeópata ejemplar siempre se ocupará de asuntos serios, muy serios y elevados, y quizá por ello, desde allá arriba, su sentido del humor será más bien escaso (por no decir nulo). Alguien dice algún comentario gracioso de Allen y enseguida dudan si se trata de Timothy F. Allen, o Henry C. Allen, o James H. Allen, y no, resulta que no, que no era ninguno de ellos, que no era otro sino ... ¡Woody!. Sacrilegio será reírse de todo lo que tenga que ver con homeopatía, enfermedades y, sobre todo, de sí mismos. Para ello, nuestro homeópata ejemplar siempre tendrá presente la cara grave y adusta de aquellos retratos en blanco y negro de algunos insignes y venerables Maestros del siglo pasado. Si es necesario, se ejercitará flagelándose delante de ellos para que sus facciones adquieran la gravedad adecuada. 9. El homeópata ejemplar siempre tendrá las pertinentes y muy legítimas aspiraciones políticas y de prestigio personal y social. ¡Y sabe Dios cuánto se las merece nuestro sufrido amigo!. Pero todo ello siempre será también descaradamente rotulado como “en beneficio de la Divina Homeopatía” (por cierto, uno de los más maravillosos, felices e insuperables hallazgos expresivos de nuestra disciplina). De este modo, toda discrepancia o renuencia siempre podrá ser tachada de insolidaria con la causa u otras lindezas semejantes 10. El homeópata ejemplar siempre estará muy ocupado, terriblemente ocupado. ¡Pobre!, y encima todos le acusan de no dedicarles el tiempo suficiente: la familia, los amigos, los compañeros... Pero es que puestos a hablar de cosas serias no hay tiempo para tales menudencias... Y sin embargo, lo más chocante es que tampoco le sobra (el tiempo) para discutir con sus colegas cuestiones referentes a su divina homeopatía por muy interesante y provechoso que esto fuera. Aún si viniese el mismísimo Samuel a dar una conferencia él aún no sabría si podría “arreglarlo”. ¿Reuniones? ¿Interacción? ¿Comunicación? No, hombre, no, homeopatía, homeopatía, o sea, cada uno a lo suyo, cada uno a su propia guerra, qué le van a enseñar a él ahora, que sabrán ellos... 11. El homeópata ejemplar, una vez llegado aquí, estará ya en condiciones de empezar a sentirse obstaculizado. Primero por la medicina convencional (despreciable y absurda) y después por otros homeópatas pluralistas, complejistas, etc. (nada que ver con ellos). Esto es fácil y todos lo podremos hacer sin dificultades, pero el homeópata ejemplar no se conformará con estas minucias y empezará a sentirse fastidiado también por los homeópatas unicistas de otra corriente teórica (y no os preocupéis que estas abundarán). Después, incluso, por los de su misma Escuela y, al final, por los de su misma Academia o Asociación de trabajo cotidiano. Será altamente meritorio si al referirse a algunos miembros de estos últimos, sus palabras adquieren un matiz mínimo, casi inapreciable, de desprecio, de manera que nunca nadie pudiera decir que los está menospreciando, pero que todos entiendan bien que lo está haciendo. Todo el mundo puede ser vulgarmente grosero, pero si se quiere ser un auténtico artista, hay que alcanzar este grado de sutileza al que sólo llegan los más aptos, los verdaderamente cualificados y superiores. Al final, como es obvio, incluso se sentirán obstaculizados por sí mismos. Pero esto, lejos de representar un defecto, no deja de ser un tipo de refinamiento superior que, una vez superado de forma adecuada, como nuestro héroe supera siempre cualquier contradicción, harán de él un genuino espécimen que, con el tiempo y Dios mediante (¡y no sé cómo va a poder dejar de mediar si ya casi serán colegas!), llegará incluso a formar su propia escuela (la meta -¿inconsciente?- de todo espécimen de homeópata ejemplar que se precie). 12. El homeópata ejemplar tendrá el honor y la responsabilidad de transmitir todas estas cualidades a las próximas generaciones de homeópatas (7). Esto es lo último pero lo más importante, el círculo del eterno retorno, lo realmente torero, lo que realmente le hará inmortal. Así, gracias de nuevo a su (modélica) generosidad, las próximas generaciones de homeópatas también podrán gozar con alborozo de sus miserias. Bueno, pues así somos también, como todo el mundo, como tampoco podía ser de otro modo: autoritarios, egoístas, tercos, peseteros, trepas, chulos, envidiosos, mezquinos, orgullosos... Ignorarlo y creernos otra cosa hace más fácil que pase lo que pasa. De todas formas, como en el cuento zen de los caballos (8), todo ésto puede ser una gran gran suerte. Yo así lo creo. Tan sólo depende de nosotros. REFERENCIAS: 1. Paul Watzlawick, El arte de amargarse la vida, Barcelona, Herder,1989. 2. Catherine R.. Coulter, Portraits of Homoeopathic Medicines, Vol. II, p. 189, Berkeley, North Atlantic Books, 1988. 3. Samuel Hahnemann, Organon de la medicina, p.90-91, Buenos Aires, Albatros, 1989. 4. Marcelo Candegabe, Seminario, Barcelona 1999. 5. J. Scholten, Homoeopathy and the Elements, p. 827. 6. R. Sankaran, The Spirit of Homoeopathy, p.202 (trad. cast. El Espíritu de la Homeopatía, p. 242). 7. C. Cremonini, The Seven Capital Sins of Homoeopathic Doctor, 45 Congreso de la LMHI, Barcelona 1990. 8. Erase una vez en China un niño pobre sentado a la puerta de su casa. Lo que más deseaba en el mundo era un caballo, pero no tenía dinero para comprarlo. Justo ese día pasó el dueño de una manada de caballos, que tenía un potrillo incapaz de seguir al grupo y que sabía del deseo del niño. Le ofreció el potrillo y el niño aceptó encantado. Un vecino, al verlo, le dijo al padre del niño que su hijo tenía mucha suerte. “¿Por qué?” dijo el padre. “¡Hombre!, porque lo que más deseaba tu hijo era un caballo y justo le regalan uno”. “Puede ser una suerte o puede ser una desgracia”, contestó el padre. El niño cuidó con mucho mimo al potro, pero un día éste se escapó. “¡Qué desgracia!” - dijo el vecino –. “Le regalan un potro que era lo que más deseaba y ahora se le escapa”. “Puede ser una suerte o puede ser una desgracia” contestó el padre. Pasó el tiempo y un día el caballo regresó con toda una manada de caballos salvajes. El niño, ya muchacho, los cercó y se adueñó de ellos. “¡Vaya suerte!” –dijo el vecino cotilla- “se le escapa el caballo y vuelve con una manada...”. A estas alturas ya os imagináis lo que contestó el lacónico padre: “Puede ser una suerte o puede ser una desgracia”. Pasó el tiempo y un día el muchacho se fracturó la pierna montando a caballo. “¡Qué desgracia!” –insistió el vecino, que seguro que hoy día sería “fan” de “Gran Hermano”- “justo ahora que lo tenía todo, va y se rompe una pierna...” “Puede ser una suerte o puede ser una desgracia” contestó el padre. En esos días el país entró en guerra y todos los jóvenes fueron reclutados excepto el muchacho de la pierna rota. “¡Qué suerte! –dijo el vecino...” etc. etc. etc. Nota: Agradezco a la Dra. Consol Casajoana su ayuda y sugerencias. Autor: Dr. Gonzalo Fernández Quiroga, miembro de la AMHB, Correspondencia: 24428gfq@comb.es Ponencia presentada en la IV Trobada de la Academia Médico Homeopática de Barcelona, Vilanova i la Geltrú, 2000. Publicada en la Revista Homeopática, tercer trimestre del 2001, nº 43: 7-9.

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