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LA EXPERIENCIA CLÍNICA EN LA PRÁCTICA DE LA HOMEOPATÍA

Después de la verdad, nada hay tan bello como la ficción. Juan de Mairena (Antonio Machado) El principal argumento para demostrar la eficacia de un tratamiento médico es la experiencia clínica. Pero ¿es suficiente?, ¿es especialmente válido este planteamiento para el método homeopático? La importancia del tema merece algunas reflexiones. Para abordar la cuestión empecemos por recordar un hecho bien conocido de la historia de Hahnemann. Traduciendo la “Materia Médica” de Cullen se encuentra con un medicamento, la China officinalis, del que había una amplia experiencia clínica satisfactoria y una teoría para justificar su acción. Pero él no está de acuerdo con dicha teoría, ni tampoco se conforma con un uso meramente empírico del remedio, lo que le lleva a experimentar personalmente la sustancia con el fin de conocer sus efectos objetivos. De aquí, como ya sabemos, surgirá la hipótesis y posterior confirmación del principio de semejanza. Comprobamos, pues, que al descubridor de la Homeopatía no le bastaba con la experiencia clínica; de hecho, la mayoría de los medicamentos que experimentó eran los más utilizados en su época (arsénico, mercurio, belladona,…). Veamos ahora qué opinan al respecto autores contemporáneos ajenos al mundo de los homeópatas. En demasiadas ocasiones la experiencia es la repetición de los errores (D.H. Spodick, 1982). Esta frase tan lapidaria encabeza un capítulo titulado “Las falacias de la experiencia clínica”, dentro del libro Ensayos clínicos con medicamentos[1], de Bakke, Carné y García Alonso. Dicha obra es recomendada por el Prof. Serrano, catedrático de Farmacología de la Facultad de Medicina de la Universidad de Sevilla, en las clases sobre ensayos clínicos que imparte en el Master Universitario en Homeopatía. Se trata de un libro riguroso y muy completo sobre los aspectos de todo tipo que conciernen a la experimentación clínica y a su evaluación. En el capítulo citado se dice que «incluso los médicos más famosos con un sentido de observación extremadamente agudo han aceptado y utilizado en ocasiones remedios totalmente inútiles». Entre las circunstancias y actitudes que sostienen tratamientos ineficaces se señala, en primer lugar, «la fe en la autoridad y otras creencias irracionales que contribuyen a la propagación y el mantenimiento de las tradiciones terapéuticas, incluyendo las falsas». Así, el gran prestigio de algunos médicos ha propiciado, por ejemplo, el uso de la morfina en el tratamiento de la diabetes, las sales de oro para la tuberculosis, el abuso de la digital en todo enfermo cardíaco, tratamientos dietéticos de moda,… Siempre basados en una experiencia clínica aparentemente satisfactoria. Spodick, autor de la reflexión citada anteriormente, «resalta el peligro que supone la aceptación acrítica de las hipótesis terapéuticas, el entusiasmo excesivo, la aceptación de datos de poca calidad, la ceguera frente a datos de calidad y la excusa de que la terapia no puede hacer daño». Sostiene, en definitiva, que la experiencia clínica no suele ser más que el punto de partida para la evaluación formal de la eficacia de cualquier tratamiento. Además del principio de autoridad, que se ha demostrado nefasto en la historia de la medicina, se citan otros condicionantes que influyen en nuestra apreciación del proceso hacia la curación. Así, se menciona el efecto placebo y la acción terapéutica de una buena comunicación médico-paciente. También se hace referencia al efecto nocebo y, sobre todo, a la posible coincidencia de un cambio en el estado del enfermo ajeno al efecto del tratamiento. No todo lo que sucede después de algo es consecuencia de ese algo; la sucesión de dos hechos no implica necesariamente causalidad. Y más aún en el caso de cambios en el organismo humano, en el que los médicos homeópatas saben que influyen tantísimos factores. Después de referirse a posibles fallos de evaluación en relación con los métodos estadísticos utilizados, el capítulo que comentamos señala la necesidad de una constante autocrítica médica que corrija en lo posible estos errores de apreciación. Por último cita la especial problemática de las terapias no convencionales, mencionando algunos trabajos de investigación en Homeopatía como ejemplo de «estudios con una cierta calidad metodológica». ¿Necesita la Homeopatía algún tipo de autocrítica? Parece evidente que la misma que cualquier otro método terapéutico. Que nuestra técnica es eficaz resulta indiscutible para todos los que la practicamos, pero a la vez todo médico debe tratar de ir aumentando este nivel de eficacia a través del progresivo perfeccionamiento del método. La “ciencia” presume de corregirse a sí misma; pero ¿necesita la Homeopatía actual de alguna “corrección”? En todo caso hemos de reconocer que hay una serie de cuestiones sobre las que los homeópatas difieren. Ahí van algunos ejemplos: · Dosis: hay médicos homeópatas que aseguran advertir diferentes reacciones en sus pacientes según la cantidad de medicamento administrado; otros atestiguan lo contrario, que, como dicen algunos investigadores farmacéuticos al respecto, la cantidad del remedio diluido por encima del nivel molecular no puede influir sobre la reacción del organismo, ya que lo que éste recibe es una información que está contenida por igual en un gránulo (o un glóbulo, o una gota) que en cientos de ellos. · Repetición del medicamento: los kentianios utilizan las dosis únicas, mientras que en otras escuelas se recomiendan siempre dosis repetidas durante bastante tiempo. · Agravación: un renombrado homeópata argentino de una enorme experiencia aseguraba hace unos años en Madrid que jamás había visto una agravación durante un tratamiento homeopático; los kentianos, en cambio, basan muchas de sus observaciones pronósticas en dicha agravación. · Supresión: son varias las escuelas homeopáticas que niegan la posibilidad de que un medicamento preparado según el método hahnemanniano pueda provocar el fenómeno de la supresión; otras, en cambio, la tienen muy en cuenta y, por supuesto, aseguran haberla visto. · Teorías miasmáticas: podemos clasificar las interpretaciones posteriores a Hahnemann en microbiológicas (S. Close, M. Tyler, Eizayaga), espiritualistas (Allen, Kent, Ghatak, Masi Elizalde), diatésicas (Zissu, Demarque), constitucionalistas (Paschero), mineralo-asimilativa (Roberts), celuloérgicas (Farrington, Ortega), psicoanalistas (Paschero, Masi Elizalde), sindrómicas (Sankaran); evidentemente no son lo mismo. Hay que señalar, no obstante, que esta diferencia de criterios (a veces completamente contradictorios e incompatibles entre sí) no produce ninguna merma en los excelentes resultados terapéuticos obtenidos, independientemente del concepto utilizado: todos aseguran que su técnica es efectiva. Pero ¿en qué se basan fundamentalmente? En su EXPERIENCIA CLÍNICA. A todo esto podemos añadir el hecho de que en los últimos años la materia médica homeopática se haya visto enriquecida con la adición de un importante número de nuevos medicamentos. Esto parecería indicar que se hubiera realizado una gran cantidad de patogenesias… Y es cierto que algunos autores han publicado varias experimentaciones puras (aunque su metodología ha sido criticada en más de un caso), pero también es cierto que han aparecido muchos remedios sin que se haya efectuado ninguna patogenesia de los mismos. Así que tenemos una serie de nuevos medicamentos “discutiblemente” experimentados y otros sin ninguna experimentación. ¿Cómo puede ser posible usar homeopáticamente un medicamento sin conocer sus efectos en el ser humano aparentemente sano? De hecho hay médicos homeópatas que los utilizan, pero ¿en base a qué? No en base al principio de semejanza, sino a la experiencia clínica de uno o varios autores. Podríamos citar como muestra una teoría reciente según la cual se deduce la sintomatología de remedios que no han sido experimentados previamente según la situación que ocupan los elementos químicos componentes de la sustancia medicamentosa en la tabla periódica. Luego viene la confirmación de su eficacia a través de la experiencia clínica que, habitualmente, suele ser satisfactoria. Y ya está. Veamos qué opina Hahnemann al respecto. En los parágrafos 105 y siguientes de la sexta edición del Organon[2], aborda el problema en cuestión, ya planteado previamente en el § 71, donde se pregunta: «¿Cómo puede el médico llegar a conocer los poderes patógenos de las medicinas, dado que ellos son los medios idóneos para curar las enfermedades?». Pues bien, en el § 108 responde claramente: «no hay otro camino posible por el que pueda determinarse con precisión los efectos peculiares de las medicinas sobre la salud de los individuos, es decir que no hay otro seguro, ningún otro medio natural para lograr tal propósito, que el de administrar a cada una de ellas experimentalmente y en dosis moderadas a personas sanas para determinar qué cambios, síntomas y signos produce sobre el estado de salud del cuerpo y de la mente». Y en el § 110 dice: «Los poderes peculiares de las medicinas de que se dispone para curar enfermedades deben ser conocidos no mediante ingeniosas especulaciones “a priori”, ni por el olor, el gusto o la apariencia de estas drogas, ni siquiera por su análisis químico». El punto de vista de Hahnemann no admite duda, es claro y taxativo. Pero hay más. Después de describir pormenorizadamente la metodología de la experimentación pura, dice en el § 143: «Si del modo que se ha descrito hubieran sido probadas considerable cantidad de medicinas simples en individuos sanos y hubieran sido registrados con cuidado y fidelidad todos los elementos mórbidos y síntomas que ellas pueden producir en su carácter de factores de enfermedades artificiales, sólo entonces tendríamos una verdadera materia médica real, genuina, confiable…». Y en el § 144: «De tal materia médica deberá excluirse todo aquello que sea producto de conjeturas, todo lo que provenga de argumentaciones o imaginación; todo el contenido deberá ser el puro lenguaje de la naturaleza interrogada con esmero y honestidad». De todo lo expuesto hasta ahora podemos deducir que algunos de los homeópatas contemporáneos no están de acuerdo con Hahnemann sobre este tema. Volviendo al ejemplo citado anteriormente podemos comprobar cómo se fundamenta la utilización de nuevos medicamentos en una experiencia clínica satisfactoria que confirma una peculiar teoría sobre el sistema periódico, pero en ningún momento se sugiere la necesidad de realizar una experimentación pura de la sustancia que sería, según Hahnemann, la única forma de obtener rigurosa y objetivamente el cuadro de síntomas que nos va a permitir la aplicación homeopática del remedio. Los resultados de dicha experimentación podrían servir, además, para precisamente confirmar o refutar la citada teoría sobre el sistema periódico. ¿Podemos prescindir de las patogenesias y limitarnos a la experiencia clínica? Para hacer medicina empírica sí, para hacer Homeopatía no. Pero admitiendo que en la medicina es más importante la curación del enfermo que la elaboración y confirmación de teorías, podríamos aceptar que, desde un punto de vista médico en general (saliéndonos de la ortodoxia homeopática), sería lícito basarnos exclusivamente en los resultados clínicos. El problema surge cuando comprobamos que no es suficiente con una experiencia clínica aparentemente satisfactoria, ya que, como hemos visto, ésta puede ser engañosa. Consideramos pues imprescindible la realización de patogenesias de estos nuevos remedios. La Homeopatía es un método riguroso que puede estar a la altura de todas las exigencias de la ciencia, al menos eso es lo que pensamos muchos médicos homeópatas entre los que podríamos incluir sin duda al propio Hahnemann. Pero eso sí, siempre que se aplique el método concienzudamente, con el mismo rigor y honestidad que caracterizaron a su descubridor en su época, utilizando para ello todos los medios de que se puede disponer actualmente, en nuestro recién estrenado siglo XXI. Concluyendo, ¿hay alguna solución para aclararnos? La única posible por el momento es ser conscientes de la situación y tener presentes los factores descritos que pueden distorsionar nuestras apreciaciones clínicas: el principio de autoridad, el efecto terapéutico de una buena consulta, el efecto placebo, el efecto nocebo, cambios en el enfermo ajenos al tratamiento, etc... En definitiva, no limitarnos a ver sólo lo que miramos. Para terminar, una recomendación: leer el libro de Bakke, Carné y García Alonso o, al menos, su capítulo 8 (Las falacias de la experiencia clínica). Debería ser de lectura obligada para cualquier médico homeópata. Al comentarle personalmente esto último al Prof. Serrano, él me contestó que no sólo para cualquier médico homeópata, sino para cualquier médico. En todas partes cuecen habas. [1] Bakke OM, Carné X y García Alonso F. Ensayos Clínicos con Medicamentos. Madrid: Mosby/Doyma Libros; 1995. [2] Hahnemann S. Organon de la medicina. (6º ed. original, 1842). México: Ed. Porrúa; 1992. Autor: Dr. Marcos Mantero de Aspe. E-mail: mmantero@arrakis.es Publicado en la Revista Española de Homeopatía. 2001; 11: 7-10.

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